Reflexiones desde un punto de vista personalista comunitario.

Cuenta Max Weber que, cuando estuvo en los Estados Unidos en 1904, coincidió en el tren con un viajero dedicado a las pompas fúnebres. Cuando Weber comunicó su extrañeza por el poder de las sectas religiosas, éste le contestó: “A mi me da igual lo que la gente crea, pero no confiaría ni cincuenta centavos de crédito a un granjero o a un comerciante que no perteneciese a ninguna iglesia. ¿Por qué iba a pagarme, si no cree en nada?”. Y Weber estuvo de acuerdo.

El mundo griego recomendó conócete a ti mismo, y también derivadamente ocúpate de ti mismo -la epimeleia, luego la romana cura sui- el cuidado de sí mismo. No existen en la Hélade, sin embargo, consejos del tipo cuida del otro, y nada en absoluto del tenor cuida del otro como de ti mismo. En este panorama la acumulación de las riquezas y de los honores traza con adelanto la línea que habría de seguir la humanidad después: ocuparse con el propio dinero, jrémata, jrémata aner, el hombre es dinero, ideología de la acumulación del capital que incluía también la apropiación del esclavo, del débil, de la mujer, e incluso de los propios hijos.

«Me sorprende que no me hayas enviado el artículo al que te comprometiste en la reunión de febrero. Supongo que ni te has acordado, aunque lo apuntaste en ese momento. Así que te refresco la memoria, el tema era: Personalismo y ecologismo. Interrelación entre el ser humano y la naturaleza. Ecolatría y ecodulía (4 páginas). No lo despaches de un plumazo, necesitamos profundidad».

Esto me escribe el director de Acontecimiento, a quien pido perdón por el olvido, tal vez derivado de que ya he escrito mucho sobre ello, por lo que suele ocurrirme a estas alturas lo que también le ocurría a Juan Luis Ruiz de la Peña, que se las veía y se las deseaba para hacer florituras o inventar algunos acordes para que el mismo perro al final no dejase de llevar el mismo collar.

La derecha agarra la pasta y no se hace fotos; se rodea de farándula y de morralla, pero es como baratija de feria de timadores y trileros, la España cutre de Puerto Hurraco aunque la mona se vista de seda con sus cacerías, princesas que pringan con sus aceites y sus cremas. Cultura cero. La playa, el pescaíto, los yates, y los negocios sucios que no pasan por Hacienda. Es la España de los españolistas patrióticos y del pelo gomoso terminando con un caracolillo en la nuca. Es la España de pachanga y pandereta que no acaba, de las jacas, de las marismas, de las romerías, de los desmayos desbordados por la cursilería afectiva de los sombreros de feria, y de todo ese peso muerto, lastre emocional y ruina económica siempre necesitada de subvención. Sólo pido que no me entierren en el mismo ataúd con una pareja de la guardia civil para vigilarme y de paso para ahorrarse el sepelio, porque les robo la pistola y salgo como sea de ese pudridero pegando tiros. La derecha amante de su prole y ladrona del salario para las proles de los hijos de los jornaleros, aparentadora, culera, de alta cuna y de baja cama, el espíritu burgués de esa España mediocre, es el Australopitecus en la evolución de las especies. Dejémoslo aquí; en su favor digo que esta gente no engaña a nadie, más o menos tranquilos en su tribu.

Cada vez que viajo a algún país con buenas librerías me encuentro en sus escaparates pilas de libros de los maestros pensadores especializados, según su propia proclama, en violentar el pensamiento1, que es la seña de identidad del moderno: «El rimbaudiano il faut être absolument moderne no es un programa estético ni para estetas, sino un imperativo categórico de la filosofía»2 escribía Theodor W. Adorno, un personaje muchísimo más oscuro que Hegel, un lápiz sin punta, al cual desde luego podría aplicársele lo que él predica de Hegel: «Hegel es el único con el cual de vez en cuando no se sabe, ni se puede averiguar de forma concluyente, de qué se está hablando, y con el cual no está siquiera garantizada la posibilidad de semejante averiguación»3. Dijo la sartén al cazo.

Alcanzar la oscuridad, el retorcimiento, el violentar el pensamiento es imprescindible para el moderno. Violentar el pensar es necesario para pensar. Para ello, se supone, habría que tener un pensamiento bruto o materia prima al que luego someter a distorsión violenta, oscura y difícil, «oscurezcámoslo un poco más». El prestigio de gente sin ideas ni convicciones brillantes, la violencia hegemónica de su ‘pensamiento’, recuerda otra vez al barón de Münchhausen halándose de la propia coleta para salir del pozo en que había caído. Pero da igual, la impostura personificada en lo moderno puede con todo cuando la ideología violentadora ha devenido idología. Entre violentos anda el juego: dos rinocerontes peleándose hasta perder sus cuernos al embestirse se entienden perfectamente entre sí con sus mutuas tarascadas, su juego común, pero lo que queda destrozado es el césped en el que batallan, el de la razón, único suelo donde el césped sembrado por otros puede ser destrozado por los violentadores.

La comunidad pospascual de Mateo está ‘muerta de miedo’. Siente el vértigo que produce proclamar el evangelio. Lo de siempre, después de veintiún siglos, el nadar contracorriente produce miedo, y, por tanto, produce ‘cristianos corrientes’, digamos ‘mediocres’ .

El confinamiento no ha sido el mal más grave, sino el ‘encerramiento’ en nosotros mismos; atemorizados, miedosos, tristes, sin creatividad, calculadores, deprimidos, cuyo resultado es el crecimiento de depresiones. ¿Es asunto sólo psicológico, o principalmente teológico? Cuando uno no se fía ni de Dios, no hay dios que nos dé confianza, esperanza. ¿Qué motivos tengo para ser fiel, permanecer, confiar, esperar, si la muerte es la única evidencia?

Era la morada de los dioses apenas una montaña enana aunque nebulada, que permitía el trasiego y el ir y venir de los dioses a los terrícolas. Como no podía ser menos, el machismo de la peor especie, si es que hay algún machismo bueno, reina por todo el Olimpo griego en las cosmogonías, en las teogonías, y en todo lo que tenga que ver con gónadas (goné), es decir, ovarios o testículos.

Existen allí desde luego algunas excepciones, pero si tu marido es de la ralea de Júpiter, estás perdida, pues sus infinitas amantes fueron sin excepción vejadas hasta la saciedad, y hasta su misma esposa Juno, la miriónima por tener diez mil nombres, corrió la misma ‘suerte’, pues el cabrón de su esposo en cierta ocasión la suspendió de una cadena de oro entre cielo y tierra, dejándola allí, colgada y pataleando, con un yunque de oro en cada pie, pues entre dioses los elementos de tortura habían de ser de metal nobilísimo, después de lo cual Júpiter prorrumpió en una enorme carcajada para entregarse de nuevo a su libertinaje. Menos mal que Vulcano desde su fragua ígnea subterránea oyó los alaridos de su madre e intentó desatarla, algo que impidió el impresentable Júpiter propinando a su propio hijo una patada tan descomunal que hizo rodar al hijo desde el cielo hasta la tierra, de resultas de lo cual quedó cojo. La venganza planeada por Juno posteriormente contra el animal de su marido también fue captada por el espionaje secreto del protodios que, apiadándose de ella en atención a su condición de esposa perfectamente honrada y modelo, además de madre de su prole, atemperó su castigo.

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