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«No tengáis miedo», no; temed a los que llevan a la perdición integral de la persona - Francisco Cano

La comunidad pospascual de Mateo está ‘muerta de miedo’. Siente el vértigo que produce proclamar el evangelio. Lo de siempre, después de veintiún siglos, el nadar contracorriente produce miedo, y, por tanto, produce ‘cristianos corrientes’, digamos ‘mediocres’ .

El confinamiento no ha sido el mal más grave, sino el ‘encerramiento’ en nosotros mismos; atemorizados, miedosos, tristes, sin creatividad, calculadores, deprimidos, cuyo resultado es el crecimiento de depresiones. ¿Es asunto sólo psicológico, o principalmente teológico? Cuando uno no se fía ni de Dios, no hay dios que nos dé confianza, esperanza. ¿Qué motivos tengo para ser fiel, permanecer, confiar, esperar, si la muerte es la única evidencia?

También existen comunidades de hombres y mujeres que nadan contracorriente: los que adoran a Dios, no al dinero, los que ven al extranjero pobre y débil como hermano, los que al individualismo responden con la entrega de sus vidas, los que han descubierto que al nadar contra corriente descubren que el evangelio no es una ideología, sino una forma de comprometerse con y en el mundo.

El creyente sabe que estamos en buenas manos, en las de Dios fiel, que nos ama. No nos podrán quitar la felicidad de hacer el bien, de ser fieles a Dios, de ser fieles a los pobres, a los jóvenes, a mi marido, a mi mujer, a la comunidad de la que formo parte, a los hermanos con los que comparto mi vida.

¿Por qué y para qué la fidelidad? La libertad, entendida como vida según la propia voluntad, parece ser el aspecto más importante del momento. En muchos jóvenes y en experiencias en el acompañamiento hemos escuchado: ‘prefiero errar, saber que estoy en el error, ser estúpido, pero libre’. Esto nos puede indicar lo que entienden por verdad y fidelidad. Es decir, un estado de ánimo que ha hecho de la libertad un ídolo. ¿Desde esta concepción de la libertad se puede hablar de fidelidad? Según esto, el mejor modo de ser libre consiste en mantener en posesión autónoma la propia libertad, sin entregarla de modo irrestricto y definitivo a nadie ni a nada. Así todas las opciones de la vida son revisables…, entre ellas destaca la vocación. El confinamiento ha producido ‘separaciones’, ha destapado conflictos sin resolver, violencia doméstica. Se privilegia la autonomía soberana de una libertad que supone su logro en la posibilidad de disolución de toda atadura a la que se haya vinculado. No sabemos estar solos y en la soledad bien acompañados: yo solo con Dios solo. También surge el valor de la fidelidad: saber permanecer en la debilidad, en la duda, en la angustia.

La encerrona en nosotros mismos lleva a huidas y la infidelidad brota al no saber poner luz a nuestra realidad existencial más profunda: la contingencia, la precariedad, la finitud, la no salvación por nosotros mismos. Fidelidad, ¿a quién? Al que tengo a mi lado, al que sólo la permanencia en el amor le hace ver el sentido de la verdad de la vida: el amor. La fidelidad en el amor es fecunda; la fidelidad en la amistad es el don mayor con el que el hombre se puede encontrar para ser feliz.

Libertas, fidelitas, veritas, aletheia (lo que no muere, verdad) van juntas. En el Apocalipsis encontramos este sentido: «Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz» (3,14). Para los semitas el término ‘emet (verdad) significa ‘fue sostenido’, ‘fue firme’, ‘sólido’, es decir, aquello en lo que se puede apoyar sin peligro. Pues bien, de aquí deriva el significado de ‘fiel’. Ser fiel es el primer rasgo de lo que es sólido, fidedigno, que permanece para siempre (amén).

La experiencia de cada uno de nosotros, de la comunidad, de la Iglesia, parte de una llamada que Dios nos ha hecho y que nos llama a levantarnos y a ponernos en camino siempre, porque Él es fiel y no falla a su palabra.

La fidelidad la experimentamos en la Palabra. «Señor, tu palabra es eterna más estable que el cielo» (Sal 119), pero tus palabras se fundan en la verdad. Esta certeza es la que va madurando en nuestras vidas de fe de tal manera que nos sentimos regenerados por la Palabra. El fiel es sólo Dios, el Señor, que es una realidad personal. Y esta fidelidad de Dios la hemos visto en el Hijo. Sí, desde Jesús Dios ha hecho una Alianza con el hombre donde experimenta la fidelidad y la veracidad de Dios, que permanece por siempre (expresión de relación fiel). Esta Alianza logra unir dos realidades abismalmente antónimas: la verdad del Señor y la vulnerabilidad de los hombres. «Pues aunque la madre se olvide del fruto de sus entrañas, yo no te olvidaré» (Is 49, 15). Por eso amén significa ‘mi palabra es firme’, ‘en verdad’, ‘así debe ser’, ‘así sea’. Así es la Palabra de Dios. Es la verdad que inspira confianza: «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). Su fundamento es el Fiel, la Palabra fiel, que permanece por siempre. Dios mismo es por tanto amén, fuerte, seguro, estable, fiable y leal (Is 65,16). Para nosotros, por gracia, fiel es el que no cambia, ni desmaya, o sea, ‘el mismo’, lo contrario es el engaño, fingir ser.

La realidad que no muere, que no se rompe, que permanece para siempre, es la unión libre de las personas que se aman. He aquí la fidelidad fecunda.

Sólo la unidad de las personas completamente libres y entregadas en amor la una a la otra garantiza la indestructibilidad, esto es la fidelidad, porque están inmersas en lo que permanece, que es fiel, libre y no muere nunca.

Todo esto, si no es así, antes o después se quiebra, no logra controlar las tensiones, se desliga de la totalidad y muere en las sombras del olvido, de lo que no permanece, de lo que no es fiel. La persona que acoge y afirma a todos sin exclusión, de no estar por medio el negarse a sí mismo, la historia ha demostrado que su compromiso de fidelidad puede durar un breve periodo.

Estamos diciendo que hay un principio, el agápico, que se realiza entregándose definitivamente en manos de todos (resucitará por el sacrificio de sí mismo). Este principio nos hace salir de nosotros dos ‘yo-tú’, al ‘vos-otros’. No sólo hay un ‘yo’ y un ‘tú’, sino también un ‘tercero’. Resplandece así el Dios cristiano en todo su esplendor de verdad. Porque la verdad sólo se encuentra aquí, porque aquí sólo se encuentra el amor, que es la unidad a la que libremente se adhiere, y tiene por eso los caracteres de la indestructibilidad y de la incorruptibilidad. El modelo está en Dios, en la libertad del amor.