Artículos y debate sobre la crisis del COVID-19

El Ministerio de Sanidad acaba de publicar un informe sobre las materias éticas sobre las que hemos debatido en esta página (E. Bonete, C. Díaz, A. Calvo, L. Ferreiro). Aun siendo muy crítico con este gobierno, en general, y con su gestión de la epidemia, en particular, hay valorar muy positivamente que se haya pronunciado en defensa de las personas ancianas, cuya dignidad ha parecido despreciarse en noticias de varios medios de comunicación. Era necesario decir, como mínimo, que la edad del paciente no puede ser motivo de discriminación.

Los criterios del Ministerio pueden verse el documento siguiente:

Informe del Ministerio de Sanidad sobre los aspectos éticos en situaciones de pandemia:
El SARS-CoV-2

https://semicyuc.org/wp-content/uploads/2020/04/Informe-del-Ministerio-de-Sanidad-sobre-los-aspectos-éticos-en-situaciones-de-pandemia.-El-SARS-CoV-2-02.04.2020.pdf

I

Deber de humanidad

Hegel recurrió a la figura de Antígona, - que enterró a su hermano desobedeciendo la orden del soberano de Tebas -, para describir el significado de enterrar a los muertos. Lo presenta como un acto en el que los humanos nos sobreponemos a la ley destructiva de la naturaleza. Y afirmamos que la vida humana no pertenece solamente al orden natural, fijando además a la persona difunta en su pertenencia a la comunidad humana, que se caracteriza precisamente por regir sobre la naturaleza.

Es una manera certera de describir el significado de uno de los actos más humanos y civilizados. Por eso, ha estado presente en la historia de la humanidad desde el paleolítico hasta nuestros días. Enterrar a los difuntos -o depositar sus cenizas en una sepultura o un columbario - es una manera de afirmar la dignidad de la persona.

Para los cristianos, la dignidad personal es tan grande como pueda contenerse en la frase "el ser humano es imagen de Dios". Una imagen que no se expresa solamente en el alma, sino también en la corporeidad indisociablemente unida a aquella.

Dar a otra persona palmadas en su cara porque “tu cara me suena” puede ser peligroso, pues no es seguro que no me devolviese el gesto con un gatillazo de su Winchester. Dar palmaditas babosas en el hombro del jeje jefe (pues en el de la jeje jefa supongo que se habrá vuelto más complicado) retrata al pelotillero irredento. Palmear al cantante de flamenco es un arte muy codiciado, también para los turistas. Se aplaude, en todo caso, según lo que se es. Se aplaude hasta con sordina, aunque sin ganas, porque si no aplaudes no sales en la foto. La mayoría busca el aplauso con luz y taquígrafos o topógrafos. Hasta un pobre diablo como yo se ve asaltado después del mucho palmeo que sigue a sus conferencias porque la rebelión de las masas quiere una foto conmigo, no sé cuántas cámaras habré roto por esos mares de Dios. Debo añadir, aunque resulte poco plausible, que me aburren tanto los aplausos, que he desarrollado un sistema mental inmunitario casero que los traduce a ruido mientras deseo que acabe el circo. Mi aplausímetro distingue perfectamente a estas alturas entre los provenientes de acarreados que reciben un zapato antes del mitin y otro después para que vitoreen de principio a fin, según la densidad perimetral del personaje. No creo para nada en los estallidos de las manos convertidas en bombas para uso social o político porque post eventum la gente no recuerda ni siquiera qué es lo que aplaudió. Tengo anécdotas divertidísimas sobre todo con algunos gobernadores civiles y líderes, y si me apuran se las cuento.

Según Génesis 2, dijo Yahveh Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada”, y fue así como se formó Adam (la humanidad) a partir de la relación binaria de Adán varón y de Eva varona. Parece, sin embargo, que a la Organización Mundial de la Salud semejante planteamiento relacional le parece demasiado atrevido, de modo que para evitar la propagación del virus la ha perimetrado situándola a metro y medio. A metro y medio Adán y Eva se cubren la boca y ni siquiera se hablan por miedo al contagio, ni siquiera se atreven a compartir el Arca de Noé con los animales dentro. Puesta tierra por medio, el Jardín del Edén hete aquí que la tierra se desertiza y que su faz feraz deviene tierra de nadie, no man’s land. De este modo aquella paradisiaca relación diádica primigenia se vuelve un infierno gobernado por la serpiente: “Y enemistadpondréentre ti y la mujer, y entretusimiente y la simiente suya; ésta te herirá en lacabeza, y le herirás en el calcañar”. Sin habérselo propuesto, por imperativos profilácticos, parece que la OMS se empeña en rectificar el relato genesiaco, y donde había buena y fecunda relación se teme el infierno.

4.IV.-

Al fin, cifras para sostener la esperanza. Disminuyen los nuevos contagiados y aumentan las curaciones. Lo comento con Quico, mi antiguo compañero de cuadrilla entre viñas y olivares, que tan mal lleva la reclusión. Le pregunto por su hija María José, médico, que actualmente está sometiéndose a pruebas de fecundación artificial, porque está decidida a ser madre soltera por este procedimiento. También lo han sido así, recientemente, las hijas de mi hermana Julia, Carmen e Isabel, dos auténticas eminencias. La segunda es profesora de la Facultad de Medicina de Sevilla y pediatra en el hospital Virgen del Rocío, en cuyos laboratorios de análisis trabaja la primera, farmacéutica, igualmente con el doctorado hecho. A mí me emociona que nazcan niños, por cualquier método, sobre todo si se les acoge con ilusión.

(el articulo continúa en el archivo adjunto)

Adjuntos:
Descargar este archivo (Pecellín 4 a 7.pdf)Apuntes de un diario 4-792 kB

Ha surgido un nuevo género literario en estos atribulados tiempos de la pandemia: las homilías de prensa (sin periodistas) a través de la tele y la radio por parte del presidente del Gobierno y de algunos acólitos. Equivalen, como caricatura, a las “charlas junto a la chimenea” de Franklin D. Roosevelt con la crisis de los años 30. La versión española supone un notable enriquecimiento de las florituras del lenguaje público. Se acuñan nuevas expresiones que dejan obsoletas las antiguas. Por ejemplo, toda la vida de Dios se han dicho “lazaretos” a los hospitales más o menos improvisados para atender a los enfermos contagiosos. Ahora se han elevado a la dignidad de “hoteles medicalizados”. Pueden ser también pabellones deportivos o de exposiciones convertidos en lazaretos con paneles. Lo grave es que los hospitales de toda la vida se cierran ahora a las demandas de los pacientes con otras dolencias que no son la del maldito virus de China.