Artículos y debate sobre la crisis del COVID-19

Ecos de la Semana Santa: lo que nos ha enseñado la sorpresa de Jesús cercano, amándonos. Nos pedimos rezarla.

Pasada la Semana Santa ahora nos toca contemplar el triunfo del ajusticiado, Resucitado y Glorioso, presentándonos su costado abierto, sus llagas en las manos y en los pies, que las conserva, no han sido eliminadas de su Cuerpo transformado por la Resurrección.

Hemos orado ante la tumba si merecía la pena este intento de fraternidad y seguimiento envuelto en tantas dificultades y contradicciones. Hoy sé que la fe concede vitalidad, y la fuerza necesaria, para permanecer en la búsqueda. Estábamos en espera de la sorpresa y ya se ha dado.

Hemos contemplado que ante la tumba todo está muerto, y que las tumbas que nosotros fabricamos no son otra cosa que el signo de aquellos que te quieren seguir teniendo muerto y fracasado para siempre: estos somos los que no tenemos esperanza y llevamos desesperación por la vida; somos los que no queremos seguirte en la cruz y en la oscuridad de la crisis; somos los que no somos capaces de descubrir la enorme distancia entre tu amor entregado, como llamada e invitación, y la propia realidad atrapada en la miseria y debilidad. Y hemos escuchado: «¡Levántate, tú que duermes, y Cristo será tu luz!».

En estos momentos de aplausos y caceroladas, de discursos llenos de palabras, de gritos entre balcones, de chistes telemáticos y de un gran ruido mediático, en medio de una gran tragedia, se hace más preciso que nunca el silencio. Ese silencio que me llama a callar a mí mismo, ese silencio que hace que yo salga de mí para encontrarme solo y sin palabra. Sí, en ese estado en el que ya no tengo ni palabra para reconocerme, en este estado primigenio en el que yo aún no soy Yo, en ese silencio-soledad, porque ambos son lo mismo. Ese momento en el que lo más parecido es la muerte, pero que no es la muerte, pues me he quedado sin palabra para nombrarla y sin palabra nada existe.

Preciso y precisamos de ese silencio sin palabra para poder oír esa otra Palabra que nos rescate de tal situación que, al igual que la muerte, me mantiene y nos mantiene en estado de suspensión ante la vida.

Hoy, más que nunca, creo en la resurrección. Hoy, empapado por el sufrimiento y la indignación que me causa el compadecer a amigos a los que las circunstancias tremendas que estamos viviendo les han separado para siempre, sin un abrazo, de sus madres. Hoy, que la distancia aparente y lejana que, en la comodidad de la vida cotidiana nos contamos, entre la vida y la muerte, ha desaparecido de golpe y, en cualquier momento, la muerte de un ser querido, o la tuya, puede llamar a la puerta, dando igual que te hagas el sordo. Hoy necesito creer en la resurrección. Y, sin embargo, no puedo soportar la predicación milagrera, ni su envoltura estética, que me cae encima como un tarro de miel lanzado, que me chorrea y me pringa molestamente el alma. Hoy, más que nunca, necesito creer razonablemente en la vida infinita y plena. He vuelto a releer los relatos de la Resurrección y de las Apariciones, he vuelto a conversar con Andrés Torres Queiruga y con Antonio Piñero, y he vuelto a encontrar magníficas razones para la esperanza, pero ninguna para ilusiones. Todo me devuelve al aquí y su deber de amor y de agradecimiento, mientras dure la mortalidad, sin más seguridades que la confianza en que exista ese Dios Amor en el que creía Jesús. Su confianza en Él fue su única seguridad, su única fuerza para enfrentar una manera de finalizar su vida tan horrible. «A Jesús no se le pasó jamás por la cabeza considerarse divino en modo alguno». 1

Querido Carlos:

En esta mañana de este sábado santo del silencio absoluto (nada ni nadie parece querernos decir nada de nada, ni de nadie), he querido tenerte especialmente a ti presente en mi oración esta mañana. Oración que, por cierto, ha sido y es totalmente silenciosa y hasta oscura: «que bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche». Tú me has hecho presente a Marcelino (no sé si sabes que Marcelino me confesó personalmente que hacías ‘la filosofía’ que a él le hubiera gustado hacer) de una peculiar manera. Por eso mismo, tengo que agradecértelo con unos interrogantes. Es mi dolor de hermano también herido por este peculiar ‘virus’ de la estupidez humana que nos inunda.

Si los pobres e indigentes reales, si los ‘vulnerables’ –que ahora así se dice– no están con Dios, ¿quién habrá que los pueda acompañar de cerca?

Érase una vez un reino-fortaleza, cuyo rey se llamaba Minos, rodeado por un frondoso robledal. Minos anhelaba el máximo esplendor para su reino por lo que, adorador del oro como era, ordenó construir un majestuoso palacio en la acrópolis de la fortaleza. Cada siete años ampliaba su ostentoso alcázar, para lo cual mandaba talar catorce añejos ejemplares del oscuro robledal. Minos había engendrado siete hijos, cuyos espíritus, ardientes por las fábulas de héroes míticos, desfogaban su ímpetu dedicándose a la caza. En una de aquellas aciagas cacerías, los siete infantes llegaron hasta una oscura cueva, donde dieron caza a catorce murciélagos, comedores de fruta. La diosa Artemisa, señora de aquellos parajes, al ver cómo los vástagos de Minos cercenaban la vida de sus criaturas, entró en cólera y decidió vengar la afrenta, para lo cual suplicó a Zeus venganza.

Artículo publicado el 31 de marzo de 2020 en Annals of Internal Medicine,www.annals.org, en la sección “On being a doctor”, con el título "Love in the Time of Corona". 

Ella responde de inmediato, sin duda está esperando al lado del teléfono. Su voz es tranquila y ronca; me gustaría poder ver su rostro.

“Buenos días, doctor”.

La imagino de pie en el pasillo de una casa vieja y sombreada.

“Llamo para hablar sobre el Sr. Rota. ¿Es usted su esposa?”

“Sí, doctor. Soy su esposa”.

“Bueno, Sra. Rota, la situación es más o menos igual que ayer. Se lo dije… no es buena, la verdad. Tiene una edad bastante avanzada, y esta enfermedad es muy mala para los ancianos, como sabe. Además, tiene Alzheimer. Ahora se niega a comer, y realmente no creo que sea apropiado llevar nuestros esfuerzos más allá de cierto punto. Espero que me entienda”.