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COVID19: No es el miedo a morir - Francisco Cano

Lo que estamos constatando: el miedo a morir, no lo es así, sino que lo que subyace es la post mortem.

Jesús clamó con voz potente: Eli, Eli, lamma sabacthani? Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Este es el grito de Cristo ante la muerte y el abandono de todos, y de Dios, traición de dos de los suyos, uno porque lo vende y otro porque lo niega, abandono del resto, soledad y silencio de Dios. Dios muere en la cruz (demasiado duro), pero, desde entonces la única universalidad posible en este mundo es la universalidad de la cruz, de ahí la gran fuerza del cristianismo: “Cuando yo sea levantado, atraeré a todas las cosas hacia mí” (Jn 12, 32). Llevó hasta el final la misión que su Padre le había encomendado.

El discernimiento espiritual reclama como presupuesto previo, como principio y fundamento, el haber fundado el sentido de la propia vida en la voluntad de Dios. San Francisco dirá: “en hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada (CtaO 52). ¿Qué es esto? Sencillo: todo esto no pasará del ámbito de la razón y del deseo idealizado si no hay un equipamiento básico de la persona, si ésta no va haciendo por dentro la síntesis entre ser ella misma y vivir gozosamente en la escucha y la acogida de los otros (CtaM).

El testimonio de Cristo, revelación del Dios al que nadie ha visto nunca, pero ahora revelado, no es otro que el Amor.

Fuimos creados por amor, para amar y ser amados. Y es el amor el que vence a la muerte. ¿Que mañana me toca dejar este mundo? Qué más da un poco antes que después, lo que no es igual es cómo se muere. La muerte no es solamente el último momento de la vida; es toda la vida la que va muriendo. Luego el problema no es cómo murió Cristo, sino cómo vivió. Él aceptó la muerte (la entregó libremente) en el sentido de haber asumido todo lo que trae la vida: asumió todo por causa de su fidelidad a la misión recibida.

Cristo no buscó la cruz por la cruz. Predicó y vivió el amor y las condiciones necesarias para que pueda haber amor.

La pregunta que nos hacemos es esta: ¿Amas? Pues bien, quien ama y sirve no crea cruces. ¿Por qué las creas tú, con tu insolidaridad, falta de perdón, ruptura, enemistad, prejuicios, rencillas, sospechas? Dejemos de hablar de superioridad del cristianismo sobre otras religiones, y de criticar, si antes no empezamos por la crítica a nosotros mismos.

Porque es muy claro que las cruces las creamos nosotros en el caminar de cada día y se las creamos a los demás por no saber cargar con la propia cruz. “Quien no carga con su cruz todos los días, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,27). Cruz es todo aquello que limita la vida, que hace sufrir a los hermanos, que pone zancadillas, que mata por la espalda, pero empecemos por los de casa, no corras lejos, ni mandes señales a nadie, empieza por ti mismo, que sí, que tienes mala voluntad, que llevas negatividad, división, y ahora, si te toca morir, esto es lo que te llevas, o por el contrario, entrega, perdón, solidaridad, amor, haber sabido estar perdiendo la vida para que otros tengan vida.

Jesús predicó y vivió en las condiciones necesarias para que pueda haber amor. ¿Por qué lo mataron? Por anunciar la buena nueva de la Vida y el Amor. El mundo se cerró a él, le creó cruces en su camino y finalmente lo levantó en el madero de la Cruz, pero faltaba la última palabra de Dios, ahí, colgado de un madero, como maldito, atrajo a todo y a todos hacia él (Jn 12, 20-33).