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COVID19: Existir es contagioso - Carlos Díaz

La verdad es que quien tiene una virtud tiene todas, quien tiene un vicio tiene todos, quien tiene una vocación las tiene todas, y quien tiene una enfermedad las tiene todas.

La verdad es que quien tiene una virtud tiene todas, quien tiene un vicio tiene todos, quien tiene una vocación las tiene todas, y quien tiene una enfermedad las tiene todas; pero hay algo más: si alguien tiene algo lo tienen todos, pues existir es contagioso. Claro que a veces somos lentos en comprenderlo, y hay que esperar a que la peste se enseñoree de las calles de Pekín y el cólera se adueñe del coliseo de Roma, otra peste, por cierto, para berrendos felices. Siempre tendremos virus afilando en la noche sus cuchillos homicidas.

Siempre tendremos virus afilando en la noche sus cuchillos homicidas. Sí, cierto, pero no hay cura al respecto si nosotros mismos somos esos virus, si nosotros mismos somos una fábrica que labora sin descanso en la producción de corazones duros, corazones de piedra, corazones autotélicos, contra los cuales cualquier vacuna fracasa porque la cepa humana se hace resistente. En tales condiciones, cuán difícil resulta resistirse a los contagios ajenos si los llevamos dentro.

No hará falta añadir que semejantes afirmaciones puedan resultar para la mayoría no sólo desmovilizadoras y yatrogénicas, sino que serán vistas como las propias de un cansalmas, dicho sea con término navarro. El alma cansada de cansar almas, sin otras conciencias autorrecognoscitivas compañeras, raramente superará el contagio de los contagiados y sin darse cuenta decidirá entonces dar un cerrojazo a los demás, siquiera sea para defenderse. Y entonces su cuarentena será una sepsentena, de esas que se aturden devoradas por la fuerza de la negatividad que pretendían superar. He ahí el nombre del fracaso.

Debo reconocer que nadie está inmune de padecer esa decadencia del alma bella convertida en corazón duro, y en mí mismo la conozco demasiado bien. Pero gracias a Dios no he perdido todo el ánimo, y estas páginas se tienen en pie por esa fuerza que viene de lo alto. Este perpetual gladiator, sin fanfarronería, se acoge al propio tempo a la misericordia de los hermanos y por eso espera no salir del circo arrastrado por las mulillas después de haber sido banderilleado, ni que su cabeza taxidermizada sirva de testuz de algún restaurante de postín donde para más escarnio su carne sirva de aperitivo o como rabo de toro. Ustedes comprenderán que un militante contra el mal sólo pueda ser antitaurino, pues no hay sangre derramada con crueldad que pueda justificarse en el nombre de un arte carnicero.