Artículos y debate sobre la crisis del COVID-19

A todos, al parecer, cuentan las crónicas, nos ha sorprendido que teníamos que morirnos. Qué rabia morirse ahora que comenzábamos a ser ricos y por tanto un poco más felices e inmortales. Ni de lejos habíamos contado con tantos muertos en tantas morgues sin tener ninguna tía Julia que nos escriba, con tanto y tanto luto, con tantos cadáveres apilados en naves de almacenes, no yéndonos de este mundo como al parecer Dios mandaba, tan maquilladitos, casi dormiditos, no más. A ver quién es el guapo que se atreve a decir ahora “algo habrá allí arriba”, según declaraban ante las cámaras con el dedo pulgarcito levantado como en las películas de gladiadores los santos mafiosos parapetados tras sus gafas oscuras mientras pensaban en el próximo atraco.

¡Y a ver quién se quita de encima la mosca cojonera que preguntaba por la muerte del Planeta entero! ¿La crisis ecológica, decían? ¿de qué me está usted hablando, pájaro agorero, quién dice que la haya? Nosotros ya hemos adquirido nuestro lujoso refugio antivírico, la muerte no nos alcanzará tan fácilmente, venderemos caros nuestros cuerpos después de haber prostituido nuestras almas hasta la enésima prostitución. Negocio fallido.

VIII

Jamás se me ocurriría a mí abrir una web y ponerme a enseñar a otros, on line, cómo hay que cuidar un jardín. He pasado por el aprendizaje inicial de un oficio, el de carpintería, y sé muy bien que para enseñar a otro un oficio se necesita ser maestro en el mismo y para ser maestro se precisan muchas cualidades y muchos años de aprendizaje y experiencia. Se necesita sobre todo haber aprendido con otro maestro.

En la tradición sufí, en sus escuelas de enseñanza espiritual, nadie puede enseñar hasta que su maestro no se lo permite; o mejor dicho, se lo ordena, pues también dicen los sufíes que uno no debe enseñar hasta que no se le quitan las ganas de hacerlo.

Algo parecido, con sus grados de saber, hay en la enseñanza y aprendizaje de los oficios —que estaba unida a una enseñanza espiritual en los gremios medievales—: aprendiz, oficial y maestro. Ahora cada vez tenemos más prisa en los aprendizajes y, convertidos en ‘expertos’ en un santiamén, más disposición a enseñar lo que no sabemos. Así vemos a tantos y tantos que adquieren de pronto una autoridad y un reconocimiento que apenas se avienen con su verdadera capacidad y saber. Esto ocurre sobre todo en aquellas áreas donde se trata con las cosas humanas, que exigen algo más que conocimientos técnicos. Las consecuencias de esta situación dan la cara en situaciones complejas y dramáticas, como esta que ahora os afecta.

Ethic es un novísimo e hispano think tank que, si bien suena un poco a Panzer y a Blitzkrieg, aparece a la luz pública como un tanque de pensamiento, un laboratorio de ideas, un gabinete estratégico cuya función es la de iluminar a la opinión pública sobre lo que pasa en el mundo, un sanedrín con luz y taquígrafos donde un grupo de selectos ciudadanos imparten sabios consejos y directrices que posteriormente los partidos políticos y demás poderes fácticos usarán. Son ellos los grandes contagiadores de la pandemia intelectual. Los think tanks se atribuyen la función de crear y fortalecer espacios de diálogo y debate, soliendo legitimar las narrativas de los regímenes de turno, ofreciendo un rol de auditor de los actores públicos y canalizando fondos para movimientos blandos. Lavar las legañas.

Dicha aristocracia del espíritu está relacionada con laboratorios militares, empresas privadas, instituciones académicas, fundaciones con pedigrí y similares, que de ese modo y al mismo tiempo financian sus propios productos. Así funcionan los famosos tanques éticos, copiando el modo de hacer USA. Y desde luego el perímetro intelectual de este nuevo tanque será también el de la cincha de una burra cuyo abdomen comienza en Estados Unidos y se cierra en Bruselas.

LA EXPERIENCIA PASCUAL: JESUS DE NAZARET, LA IGLESIA DEL SEÑOR JESUS Y EL REINO DE DIOS QUE VIENE

En las duras y difíciles circunstancias presentes de este año 2020, la meditación orante de los textos de la Eucaristía de este tercer domingo de Pascua no puede sino atenerse a lo más estricto y fundamental de nuestra fe. He elegido tres palabras básicas para resumir nuestra fe pascual.

1. JESÚS DE NAZARET

Las primeras palabras de Simón Pedro como evangelizador en la plaza pública del mismo Jerusalén, donde muy pocos días antes había sido condenado a muerte y crucificado al Señor, fueron bien claras y taxativas: «enteraos bien y escuchad atentamente mis palabras. A Jesús el Nazareno, a ese varón acreditado por Dios ante vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por medio de Él como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto, lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pues bien, Dios lo resucitó… permitidme hablaros con franqueza… A este Jesús Dios lo resucitó, de lo cual todos nosotros somos testigos. Exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo».

J-M V, uno de mis más queridos amigos, y también de los más inteligentes, me escribe el siguiente mail sin desperdicio: “Te supongo enterado del chusco episodio del generalito de la Guardia Civil (cuyo apelativo benemérita es autoconcedido por el grupo policial militar que se hace llamar el cuerpo), y la censura que ha montado sobre cualquier crítica al Ejecutivo. Tras el pensamiento único, el amordazamiento. Estoy bastante alarmado ante la vocación de servicio descrita por el general Santiago, que, apartando a la Guardia Civil de cualquier neutralidad, se lanza por la senda del sectarismo ventajista para acudir en auxilio del vencedor (o del poderoso). Yo había llegado a pensar que el Instituto armado se había arrepentido de su entusiasta colaboración en la represión habida durante los primeros años del franquismo y podría desempeñar el papel políticamente neutral propio de un cuerpo policial en una democracia. Está claro que me equivocaba, como la paloma de Alberti. Me preocupa que dé el siguiente paso y que ese ejército policial herede lo peor de nuestra historia: el hábito de los pronunciamientos militares y, confundiendo el Gobierno partidista con el Estado, esté en permanente disposición de dar el golpe (el golpe de Estado), si el mando se lo ordena”.

Estos días llenos de noches ha llegado hasta mi casa, de la que no he tenido el gusto de salir, una barahada de clarinazos de sufrimiento y de miedo. De la semisuma de ambos ha trepado hasta mi ventana un clamor de aplauso, un conjuro incapaz pese a todo de silenciar el silencio de las morgues de muertos bien repletas, antes llamadas funerarias, cuando todavía había funerales, del latín funus/eris, es decir, cuando se marchaba detrás de los difuntos, a los que se despedía con un responsum o última respuesta. En estos días llenos de noches, sin embargo, sin funerales ni responsos, los muertos van quedando atrás, envueltos en el sudario nada glamuroso de una soledad sin deudos, como si nadie les debiera nada. Un autor al que he leído poco, T.S. Eliot, premio Nobel cuando yo tenía cuatro pequeños años, había escrito lo que sigue pensando en mi estupor ante estas luctuosas jornadas:

Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.