Reflexiones desde un punto de vista personalista comunitario.

En épocas pretéritas, comenzaba yo mis modestas conferencias con un Señoras y señores. Sobre todo en Alemania me encantaba echarle un poco de solemnidad al asunto: Meine sehr verehrten Damen und Herren, mis muy veneradas señoras y señores. Incluso en países latinoamericanos suelo empezar ocasionalmente mis pláticas con un Queridas damas y caballeros. Ahora bien, a la vista del cambio de paradigma en nuestros días, estoy inaugurando mis discursos con un Ni señoras ni señores, sino todo lo contrario, con la esperanza de que dos negaciones den como resultado una afirmación, con lo cual salvo al mismo mi cerviz de la voraz guillotina de género, según la cual ya no se sabe qué sea dicho género, si se pudiese no se podría conocer, y si se conociera sería incomunicable: fuera el sexo para mejor sexo.

Jesucristo, Rey del Universo

Jesús no afirma su realeza ante Pilato, sino que afirma el auténtico sentido de su realeza: dar testimonio de la verdad.

Testigos de la verdad

Seguir al Rey es seguimiento hacia la cruz, y en ese camino Jesús nos dice que tenemos que ser testigos de la verdad.

Hay una mediación que brota de la lucidez de la fe, es la propuesta de una vida, de una pretensión cristiana. Propuesta que debe ser razonable y humilde. No tenemos respuestas para todo. Creemos los cristianos que debemos dar razón de nuestra fe, y lo hacemos con profunda humildad y perplejidad, porque la verdad no se posee, a la Verdad se la sirve. Es una propuesta veraz, porque el cristianismo se traduce en vida, que es donde se verifica. No somos una élite de perfectos, sino la de los pobres y pequeños que van avanzando con tropiezos, tratando de encarnar la fe, y así nos libramos de ideologías y espiritualismos.

Del No al Si le pasa lo mismo que del dicho al hecho, del que se suele decir que hay un buen trecho. Y en este caso, un trecho in-finito, in-sondable, in-comprensible, in-abarcable, in…, llamado Libertad.

Este “espacio” no se corresponde con el de la realidad, no puede pertenecer a ella; decía N. Berdiaev que: “La Libertad pertenece al ámbito de lo increado”. Ella es la medida de la realidad, es más, es creadora de toda realidad, de toda vida. Su espacio es el del misterio creador. Cuando el hombre la pronuncia conscientemente de lo que significa y quiere acercarse a ella se le abre súbitamente un abismo y siente un vértigo existencial, siente que su vida pende del hilo de su libertad, solo en situaciones existencialmente límites es capaz de apreciar la profundidad de dicha palabra.

I. Lo propio del ser humano es ir (diástole) y volver (sístole). La vida es cinética, irremediablemente móvil, y lo que no late está muerto. Toda existencia es intencional, es decir, va hacia y viene de. La vida es adventicia. Sólo las personas advienen-hacia; cualquier fe de toro sentado es arrogante, hay que buscarla humildemente, ir a ella si queremos que ella venga a nosotros. Todas las cosas llegan aleatoriamente porque carecen de finalidad. Cuando las cosas llegan, o es por casualidad, o movidas por alguna persona. Lo “algo” no adviene, sólo el “alguien”. A la persona enquistada no le resultará fácil ningún adviento; adviento es acontecimiento novatorio, abierto a la novedad. Por su carencia de ósmosis (endósmosis/exósmosis) morirá ahogado como el rey Midas en el oro de su propia coraza (coraza es todo aquello que carece de corazón). Hay que estar abiertos, aventura es adventura, oh dichosa aventura en una noche escura con ansias en amores inflamada.

Se suele decir que vivimos en el tiempo, cuando realmente deberíamos decir lo contrario. Es la Persona quien da vida al tiempo, lo inaugura al nombrarlo, es su palabra quien lo pone en realidad y lo hace con una finalidad, pues sin finalidad no hay tiempo, no hace falta.

Lo que denominamos por naturaleza también tiene tiempo, pero no lo conoce, carece de palabra, ella y su tiempo están indiferenciados, son una misma cosa, es la persona quien al observarla llega hasta sus entrañas y allí precisamente le presta su palabra y habla por ella, con ello no solo le dota de tiempo, también le dota de sentido, ambos, tiempo y sentido, se reclaman mutuamente, son inseparables, si desaparece uno desaparece el otro. De esta forma la naturaleza queda incorporada al destino del hombre, sin éste carecería de sentido y de tiempo y por tanto de historia.

En la vida de la persona el sufrimiento es un existencial, está ligado a ella desde su primer suspiro y le acompañará a lo largo de su existencia hasta su último aliento. El homo patiens es previo al homo sapiens, no en una relación temporal, pero si en una relación causal. Su sufrimiento no emerge a consecuencia de un proceso evolutivo, ya está en el origen de su existencia y por tanto no hay ciencia que pueda explicarlo. Si el “por qué” del sufrimiento le está vetado en origen, como así mismo le está vetado el “por qué” de su vida; el “para qué”, es la única posibilidad que le queda para encontrar un sentido al que acogerse y que el sufrimiento pierda su aguijón de muerte. Esta será la tarea principal de toda persona, la de encontrar un sentido a su sufrimiento y por tanto a su vida, todo su quehacer imperativamente estará orientado hacia este fin y cualquier desvío del mismo siempre acabará en frustración existencial.

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