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¡Es que no puedo cambiar! - Francisco Cano

30. T. O. 2022 C Lc 18,9-14

La sociedad en la que vivimos tiene tanto poder que está terminando por someternos a todos a sus dictados paganos. El hoy es pagano: no estamos ya ni en ateísmo, ni en laicismo, ni en secularismo, sencillamente somos una sociedad pagana, con sus dioses y diosas a las que se damos culto. Creo que, sin este reconocimiento, estamos dando palos de ciego. El resultado es claro: indiferencia ante lo importante en la vida. Ni certezas, ni convicciones; cargados de ideas estereotipadas, vacías. En este contexto la fe se va apagando en el corazón de no pocos. ¿Quién cuida el amor, la esperanza, la paz, el gozo de existir?

La parábola resulta desconcertante. El evangelio está escrito para inaceptables. Jesús no se dirigió a los cumplidores, sino a los indignos e indeseables, para los que experimentan que no pueden cambiar de vida.

Existe un residuo en nuestros ámbitos religiosos que ha existido siempre: hay quien se siente seguro ante Dios, porque es íntegro, cumplidor, y está agradecido a Dios, pero también existe el que no se siente cómodo entre los cumplidores, el que no puede prometer nada, no puede cambiar de vida y sólo le queda abandonarse a la misericordia de Dios. ¿Dónde nos situamos?

Cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad de cambiar, sólo siente la necesidad de acogerse a la misericordia de Dios.

La conclusión de Jesús es revolucionaria, supera toda ética: el que no puede presentar ningún mérito, pero se acoge a la misericordia de Dios, es bendecido, transformado, y “justificado” por Dios. el fariseo se va igual que ha venido, sin la mirada compasiva de Dios, porque se siente salvado por su obras.

¿Cómo vamos a seguir alimentando nuestra ilusión de inocencia y la condena a los demás, olvidando la compasión de Dios hacia todos sus hijos e hijas?

Nos pasamos la vida dando gracias por lo buenos y grandes que somos, contemplándonos a nosotros mismos, contando a los demás nuestra propia historia cargada de méritos. ¿Nos toca o no, de cerca, está parábola?

Enumerar nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de mentecatos. En el fondo el que actúa así no necesita de Dios, se basta a sí mismo, y por esto no le pide nada.

Cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con Él. Unos se pasan la vida vanagloriándose y otros han aprendido a vivir de perdón, y viven sin condenar a nadie.

En medio de tanta mediocridad, cuando uno sinceramente desea creer, ya está Dios en el interior de su deseo.

Hoy hay muchos que no pueden vivir de acuerdo con las normas que impone la sociedad, ni vivir el ideal moral que establece la religión, son personas que están atrapadas en una vida indigna, los que están solos porque han salido de la cárcel y nadie los acepta, los que están cargados de acciones que los avergüenzan, los que están atrapados en la droga, prostitución…, y este es el escándalo: Jesús ha venido para ellos. Jesús los comprende, no los rechaza, sino que los acoge y perdona, y es precisamente porque no lo merecen. Nadie lo merece, pero hay algo que Dios no puede hacer: dejar de amar, de perdonar. Esto ninguno lo debe olvidar. El indigno salió limpio, sólo dijo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

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