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Ser voz profética en el mundo moderno – Francisco Cano

27. T. O. 2022 C Lc 17,5-10

Para ser voz profética necesitamos reavivar la fe. “Todo es posible para quien cree”. Lo dice Jesús.

¿Qué hacemos nosotros si no tenemos fe? ¿Cómo vamos a proclamar la Buena Noticia de que Jesucristo ha resucitado, con las consecuencias que este anuncio tiene para la vida plena de los hombres? Somos sujetos, a veces pasivos y a la vez activos de la mediocridad, del aburguesamiento, del agnosticismo y el ateísmo, en el que vivimos… mucho compromiso solidario y poco anuncio del kerigma. Sin este anuncio no hay evangelización. Y no digamos que no estamos para catequizar porque, Emmanuel Mounier, filósofo, laico, profeta, del siglo XX no se dedicó a catequizar, sino a dar testimonio vivo en su vida de la resurrección de Jesucristo. La cárcel, la persecución, la enfermedad, la pérdida de seres queridos, el rechazo por parte de la Iglesia, la pobreza, vivida y buscada, le llevaron a vivir la experiencia de la cruz y a anunciarla como salvación y esperanza que no falla.

Hoy, para muchos, se ha superado la afirmación de que la religión y la metafísica serían superadas por la razón; ya no es aceptable que sólo la razón humana sea capaz de alcanzar la verdad, los nuevos científicos son conscientes de las limitaciones de la ciencia, no estamos ya en el enfrentamiento entre ciencia y fe, pero sí vivimos anestesiados por un bombardeo constante de estímulos, y no tenemos tiempo para pararnos a contemplar y, por esto, nos hemos hecho incapaces de ver a Dios, por ejemplo en las maravillas del cosmos. La vida está llena de misterio y belleza, así nos la presenta Jesús en el evangelio. El vacío que experimentamos sólo Dios lo puede llenar. Un ejemplo de unión entre razón y fe lo tenemos en Emmanuel Mounier, quien supo compartir su vocación de escritor, de director de la revista filosófica Esprit, ser padre de familia, etc. Espacios donde desplegó su vivencia cristiana, su espiritualidad de donación y su mística de carácter social. Mounier tuvo una relación íntima con Dios, una experiencia de Misterio que le llevó a una configuración con Cristo. Su filosofía se confunde con la mística, una mística que parece la encarnación de su filosofía.

No estamos en una apologética narcisista espiritual de defensa de la fe. Lo que sí es evidente es que no hay un único medio válido que explique toda la realidad. Todos los avances de la ciencia, como la mecánica cuántica, son hipótesis que no figuran en las Escrituras pero, no la contradicen.

Lo de Jesús de Nazaret va más allá de lo intelectual y académico, posibilita potenciar la capacidad de comunicarse con lo invisible, de soñar y contemplar la Creación, a Dios, con una nueva mirada. Las personas más humildes tienen una gran experiencia religiosa, viven la irrupción de lo sagrado en el ámbito cotidiano de sus vidas.

Lo importante en los momentos actuales es reavivar en nosotros una fe viva y fuerte en Jesús. No se trata de creer cosas sino de creerle a Él: “si tuvierais fe como un granito de mostaza”. Necesitamos recuperar el fuego que Él encendió en sus primeros seguidores, contagiarnos de su pasión por Dios y su compasión por los últimos. Si no es así, nuestra fe no arrancará árboles, ni plantará nada nuevo.

Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, Maestro y Señor, eres lo primero. Que tomemos fuerza para anunciar que “al que vosotros matasteis colgándolo de un madero, Dios lo resucitó, y lo ha constituido Señor de vivos y muertos”. Sin este anuncio no hay evangelización. No es posible la fe. Nosotros nos atrevemos a abandonarnos de manera confiada a ese Misterio, el Misterio de la fe. “Este abandonarnos propio de la fe es la máxima osadía del hombre” (Karl Rahner). La fe brota de un corazón sincero que se detiene a escuchar a Dios.

No olvidemos que los primeros hombres que acompañaron a Jesús sintieron la necesidad de dirigirle a Él esta súplica: Señor danos fe para afrontar esta vida, aumenta nuestra fe débil. Que sea esta la oración que muchas veces dirigimos al Señor: “Creo, pero aumenta mi pequeña fe”.

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