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El disfrute excluyente de la abundancia – Francisco Cano

26. T. O. 2022 C Lc 6, 11-16

¿Ocultamos la llamada del Dios de los pobres? ¿Qué actitud adoptamos ante el pobre? El pecado se describe en el darse la gran vida dando la espalda al sufrimiento de los pobres. Insensibilidad e indiferencia. En este relato del evangelio de san Lucas no se trata de la administración de bienes ajenos, sino del uso que hace el propietario de sus bienes y de cómo nos situamos ante el sufrimiento del pobre suplicante.

Esta parábola no es para hablar de escatología: de la retribución en la otra vida. Ni del Sheol como lugar de tormento, porque en la tradición veterotestamentaria el Sheol es un lugar sin vida, y la retribución es en esta vida. Se trata de las posesiones en esta vida.

La palabra de hoy es una denuncia a la insensibilidad. El rico insensible, no hace caso a la Palabra, sino que ha hecho de las riquezas su Dios, y ha cerrado el corazón al grito de los necesitados.

Hoy hay un deterioro generalizado en materia de ética social y parece que hay pocas voces proféticas que denuncien la injusticia y el deterioro de una sociedad que sólo le va bien a unos pocos. Pero no digamos verdades a medias: la denuncia del profeta no es sólo social, la hace en nombre de Dios, denunciando los falsos ídolos que han sustituido al Dios revelado. Hoy el deterioro mayor es la ausencia del anuncio del Dios de Jesucristo, y, junto a esto, decir la verdad: olvidar al hermano pobre, sufriente, es ser infiel al Dios revelado en Jesucristo.

Se trata de la insensibilidad, de ignorar al que está a la puerta de su casa. Y esta falta de compasión hace que el dinero sea causa de injusticia. Lucas nos recuerda las bienaventuranzas: quedaréis saciados, pero también: “¡ay de vosotros, los ricos, porque habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre!”.

No pidamos milagros. La única manera de cambiar el corazón es hacerlo mediante la escucha de la Palabra de Dios, y hacerla nuestra. “Si no escuchan a Moisés y los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”. Hoy se pide con urgencia y sin rodeos el testimonio directo y sin ocultaciones del evangelio.

Por lo que toca a los bienes de este mundo, Jesús adoptó una postura que podemos calificar de radical y contracultural. En medio de unos contemporáneos que viven como si la vida terrena fuera eterna. “Necio, si te vas a morir, y tus bienes se los quedarán otros”. A los cristianos nuestra fe nos dice que hemos de construir en este mundo efímero la vida eterna.

Nada de esto se puede vivir sin la oración. El testimonio creyente se percibe por su relación con Dios. La oración es el ejercicio unívoco de la fe. No nos engañemos; para planteamientos éticos no necesitamos la fe. Es evidente que la oración pide creer en la existencia de Dios vivo y presente en la vida del creyente. Rezamos porque creemos que hay alguien que puede escuchar, esto no es óbice para comprometerse con la justicia. Para ello basta con el compromiso de la racionalidad. Es racional hacer el bien.

Pronunciar palabras es barato, pero legitimar las palabras con hechos, eso ya es más difícil. Uno de los testimonios en los que se evidencia nuestra fe y oración es en la comunicación de bienes. Sí, nos puede costar rezar, pero lo que más nos cuesta es vaciar los bolsillos, comunicar los bienes, ahí no hay trampa. Entregar la vida, ser testigo, ser mártir, en el servicio y en la caridad. No olvidemos a san Martin de Tours, que es mártir, sin serlo, porque “hoy me cubriste con tu manto”.

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