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El riesgo de ser libre - Francisco Cano

25. T. O. C 2022 Lc 16,1-13

La cadena más profunda del hombre es el egoísmo que busca siempre el beneficio propio

La narración de Lucas nos revela que el dinero -Mammona- reclama absoluta primacía. Este egoísmo crea las cadenas estructurales que dan lugar a la injusticia, a la opresión, a la mentira. Lo vemos fotografiado en el administrador injusto. Esta cadena última que ata al hombre la llama Jesús: el pecado personal.

¿Cómo ve Jesús esta cadena profunda que esclaviza la historia humana? Para Jesús el hombre es visto como imagen y semejanza del Padre. Y ¿dónde está la imagen y semejanza del Padre en el hombre? ¿En la inteligencia? No. En la libertad: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza para que domine el mundo, para que sea señor de sí mismo y del universo”.

El hombre se es para darse, el hombre es un corazón en salida. Por tanto, tenemos que curarnos un poco de la mentalidad griega que nos habla de autonomía, de ser uno mismo, por sí mismo, para sí mismo, consigo mismo.

Para la concepción bíblica el hombre no es autonomía, es éxtasis, donación. Por tanto el pecado está en la cerrazón, está en cerrarse, en no consentir el éxtasis. Sería muy importante que fuéramos transfigurando nuestro modo de pensar. Jesús lo ha dicho con una frase muy gráfica y muy bella: el corazón tiene siempre un tesoro, el problema está en qué clase de tesoro esté puesto el corazón. El problema no es que el corazón salga -heterónomo, fuera de sí-, pues tiene que salir y no es estático. El problema es a quién se entrega, quién es su señor. Por eso decía Jesús: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”.

Según Jesús, el pecado es cerrar las manos, cerrar el corazón. Como el hombre se es para darse, puede decidir cortar el darse y quedarse consigo mismo: ser para sí mismo, él mismo, por sí mismo, consigo mismo. Pero, en el momento en que el hombre toma esta decisión, le entra el vértigo de la libertad, la amenaza de la nada, y necesita sujetarse a algo. Y ese algo es mammonna, el dinero.

En cuanto el hombre rompe con el éxtasis, tiene que idolatrar por fuerza al dinero como una fuerza de supervivencia si le amenaza el vacío de la nada. El hombre que elige esto no puede ser libre sin tener; según él lo que es seguro, lo que dura, con lo que hay que contar es con el dinero: mammonna, lo que es seguro, lo que es firme, lo que yo tengo a mano, en lo que me sujeto, lo que me da consistencia, lo que me hace ser. Y así se piensa que sin dinero no somos nadie, ni somos libres. Por eso, el evangelio de hoy nos dice: nadie puede servir a dos señores. Nadie puede servir a Dios y a la mammonna, el dinero, la seguridad económica, social y política.

El pecado, originariamente, es cerrarse al amor, cambiar de señorío, es decir, arrancarse de las manos del Padre para ponerlas en uno mismo y, a continuación, pasarlas al dinero.

El pecado, originariamente, es la desobediencia que conduce a la idolatría. Pero, al querer tener, el hombre quiere tenerse para ser para sí mismo, y es entonces cuando peca, y después quiere tener más para ser el mismo más, y esto no puede hacerlo más que a costa de los otros, con lo cual la idolatría se convierte inmediatamente en opresión.

El pecado es la idolatría convertida en opresión, o la opresión legitimada por la idolatría. Y ahora se comprende el texto del Evangelio de Lucas que hemos proclamado: “no se puede servir a Dios y al dinero”. Jesús habla de dinero, mammonna de la injusticia: el dinero que se tiene robándolo a los demás, el poder que se disfruta pisando sobre el hermano. Con lo cual, ese gesto originario de cerrarse el hombre sobre sí mismo originariamente es un gesto de desobediencia (pensad en Adán y Eva), y a continuación de ambición.

El evangelio es una buena noticia para aquellos que viven de la gratuidad de Dios y viven practicando esa gratuidad con todos los bienes recibidos. Ser amado y amar es el premio que reciben aquellos que han descubierto la verdadera sabiduría: entregar la vida, que es un don que hemos recibido, y debemos hacerlo con inteligencia y astucia. Elige entre vivir para ti o vivir para los demás; ahí, en la donación, el hombre encuentra su ser, su identidad.

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