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LA PREGUNTA POR LA VERDAD – Mariano Álvarez Valenzuela

Aristóteles en su libro de la metafísica comienza diciendo que: “El hombre quiere por necesidad saber y conocer la verdad” ya que, en todos los niveles de la realidad, no le da igual la verdad que la falsedad y mucho menos la mentira que es cuando aquella (la falsedad) está impregnada por una intencionalidad, queriéndola hacer pasar como verdad. Pues bien, a esa facultad humana que busca la verdad, hoy en día se le suele denominar dimensión científica del hombre.

A su vez, Platón, la denominó “episteme”, que es la máxima expresión del conocimiento que asciende hacia la verdad desde la mera opinión, la “doxa”, y así la verdad es un camino ascendente desde el ignorar al saber y todo saber es una tentación de poder.

Ha transcurrido mucho tiempo desde estas afirmaciones y el hombre de hoy sigue interesándose por la misma pregunta, solo que ahora ha constatado científicamente que lo que denomina por dimensión científica de la realidad, no le da respuesta firme y estable sobre la verdad de ninguna realidad y mucho menos de su realidad existencial.

¿Qué sucede, que el hombre se va a tener que pasar toda su vida y aún más, generación tras generación buscando la verdad de toda realidad incluida la suya propia y se va a tener que contentar con un progreso sin fin, cuando él mismo tiene fecha de caducidad?

El Hombre desde que es Hombre o, mejor dicho, la Persona desde que es Persona - para que al menos nadie confunda el sexo con el ser -, se ha hecho de alguna forma más o menos explícita y más o menos consciente tal pregunta y se la hace por una necesidad existencial en su vivir de cada día, de cada hora, de cada minuto, de cada segundo y en todos los órdenes de su praxis existencial, sea en su faceta de pensar como en la de actuar.

El Hombre cuando afirma cualquier creencia y cree estar en posesión firme de lo que afirma, realmente está en un error. Creer es dar crédito, es poner fuera de sí su confianza en sí. Es un acto de fe. Únicamente cuando este acto de fe cristaliza en objeto poseído, es cuando deja de ser fe para ser mera creencia petrificada, en la que el Hombre queda atrapado.

Si la Verdad es el camino ascendente del ignorar al saber a través del que el Hombre busca la razón de su existir, la mentira es el camino del saber al poder. El poder prostituye a la verdad sustituyéndola por voluntad propia para que éste ocupe su lugar. Todo poder es la degradación del saber en el que la verdad se torna en mentira. El hombre degenera y con él la realidad que él pone en su mundo. Este hombre reniega de su principio existencial, la fe, como atributo único y diferenciador de cualquier otra realidad en todo lo existente.

La fe es el distintivo básico de la realidad Humana, es privativo de ella y solo de ella. Sin ella, ni científicamente, ni antropológicamente, ni fenomenológicamente, ni evolutivamente el Hombre sería Hombre, sería un ser más de la Naturaleza. La Fe es el principio capacitador al acceso a todo conocimiento que libera al Hombre del enclaustramiento de la propia Naturaleza, es la apertura que le posibilita su capacidad no solo de adaptación, sino también de ejercitar sus facultades creativas. La fe libera de todo rastro por el que el resto de seres existentes se desenvuelven en su existir, la propia fenomenología antropológica así lo evidencia cotidianamente. La propia praxis científica da razón continuamente de que sin fe la razón colapsa. La fe abre caminos de realidad a la realidad, sobrepasándola continuamente. Toda realidad para serlo tuvo que pasar de posibilidad a realidad gracias a que hubo un crédito previo hacia ella, una confianza que finalmente superó su estado de posibilidad, alcanzando el estado de realidad.

El Hombre en su existencia antes que ser “cre-yente” es ser “fe-yente”. La fe es el atributo imprescindible para que el hombre alcance la libertad, libertad que es su mayor anhelo y por eso cuando confunde libertad por poder, se pierde a sí mismo además de arrastrar tras de sí a todos los que le rodean.

La pregunta por la VERDAD sobrepasa el ámbito de toda ciencia y de toda filosofía, es una pregunta que atañe a la propia existencia de quien se la hace, el Hombre entero con su razón, con sus deseos, con sus limitaciones, es quien se pregunta y lo hace desde su propia cosmovisión. Esta pregunta es muy concreta, por lo que precisa de una respuesta también muy concreta, y por supuesto válida para cada instante de su existir y no para otro momento, ni para otra generación en la que él ya no estará presente, pero lo trágico es que la respuesta vendrá condicionada por ese camino que haya elegido a lo largo de su existir concreto y personal.

No las creencias y sí la fe, es quien nos abre la puerta para acceder a la VERDAD, lo que no implica que tengamos que renunciar a las creencias pues éstas son el medio práxico y existencial por el que la fe se manifiesta y opera en nuestro existir cotidiano. Así, toda creencia es como un vehículo movido por la energía de la fe, con lo que la propia creencia es una creencia dinámica no petrificada, una creencia viva, creencia que da crédito a Uno que es más que él y por el que puede optar por seguir dándole crédito en todo el tiempo de su existencia, o también todo lo contrario, negárselo, hasta el punto de poder concederse a sí mismo dicho crédito.

Si además de todo lo expuesto añadimos que el propio Hombre es creador de realidad, es decir su estar en el mundo es un estar también haciéndolo, evidentemente no como “naturaleza” sino como situaciones, relaciones, intereses, asuntos y sistemas como todo el vasto ordenamiento jurídico y todas las leyes de todo tipo, sociales, científicas etc., aspecto crucial y marginado en su análisis científico de la realidad, entonces obviamos por completo esa realidad que él mismo va introduciendo en cada acto de su existencia en el mundo. El mundo no está estáticamente y terminado frente al hombre. Este es un tema muy obviado tanto por el hombre de ciencia como por el que no lo es.

Esa pregunta por la verdad emerge desde las profundidades de su inconsciente y es previa a su capacidad de razonar. Es su a priori estructural, es su principio de realidad. Realidad por la que no puede obviar preguntarse continuamente por su fundamento, pues en cada acto que vaya a poner en la realidad se juega su existencia en términos de verdad o mentira y de ahí que parejo a dicho acto en potencia le acompañe ese otro existencial de su propia realidad en forma de temor y que acabará somatizando en las múltiples formas de miedo que experimentará a lo largo de su existencia.

En esta praxis cotidiana y globalizante, todo su ser Persona está envuelto por esa pregunta constantemente, y su existir, su pensamiento y su acción, son precisamente la respuesta que inconscientemente da a la misma. En cada acto de su existencia el Hombre concreto en su realidad personal, está afirmándola o negándola. Su existencia es un existir por y para la VERDAD, sí, en mayúsculas, pues no hay nombre más propio y único que éste y por tanto merecedor de dicho distintivo.

La pregunta por la VERDAD es un existencial de toda persona en cada momento de su existencia, a la vez que su existencia es la respuesta a dicha pregunta. La VERDAD no se hace esperar, siempre está abierta a nuestra libertad en cada instante de nuestra existencia particular y concreta.