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El miedo y la angustia – Carlos Díaz

Casi la mitad de la población mundial ha manifestado angustia y miedo durante la última pandemia, cuya fenomenología es:

1. ¿Por qué tenemos miedo? Porque el mundo es demasiado grande, no sólo el mundo exterior sino también el propio mundo interior. Todo nos viene grande porque somos los más grandes sobre la Tierra. Al pequeño, sin embargo, todas las cosas le resultan pequeñas, aunque magnifique su ego añadiendo cincuenta centímetros a su estatura.

2. La imaginación, que es lo más caprichoso aunque pueda obedecer a leyes, desenfoca nuestras perspectivas. En efecto, todo lo real (pequeño o grande) lo ensancha –unas veces para bien y otras para mal- hasta convertirlo en lo posible, que no es lo real. Dicho de otro modo, lo posible agranda y desorbita a lo real, es la antítesis de la perspectiva con fundamento en la cosa. Como dijera Freud, nos sentimos muy mal remando en una barca en pleno océano sin tierra a la vista. El miedo te cambia todos los paisajes. La ausencia de tierra aterra y al mismo tiempo agranda nuestras lagunas y nuestros océanos. El miedo es la ausencia de tierra, un sin respaldo para cubrir nuestras espaldas.

3. Guste o no, la medida de lo humano es inconmensurable. Nada es lo que es por siempre, a veces ajustamos nuestras vidas según la edad de nuestros ovarios o de nuestros testículos: la fantasía de ellos emanada desenfoca la realidad. El miedo está en las partes bajas.

4. Esto no impide que existan miedos normales, objetivos, bien fundados, y otros desbordados y disparatados. Es lógico que nos dé miedo una casa en llamas, pero no lo es que me lo dé un ratoncillo o que me aturda una cucaracha. Las mismas personas que a unos dan miedo, a otros les causan risa. Nada hay más desconcertante, el miedo te cambia todos los paisajes, todas las perspectivas.

5. Todos los temblores están como incrustados en nuestra subjetividad, que los crea, en la mente. La mente sana puede crear temores insanos, porque no hay mente sana que no puede alterarse y modificar al cuerpo que estaba sano. En cuanto que tal miedo, éste es idéntico cuando lo produce el ratón o el león, ambos se alojan en la esfera de la subjetividad y a pesar de todas las diferencias ontológicas. La mente humana es hipocondriacófaga. Por decirlo sin barbarismo, el miedo a que algo exista crea el miedo por lo que existe.

5. No hay esfera de la vida humana en donde esta constante no se produzca. Las mentalidades religiosas pueden producir neoconversos traumatizados, pero también apóstatas asustados por lo que fueron, y a veces también por lo que pueden llegar a ser.

6. Ni siquiera los miedos más escatológicos vienen sin la prosa de la vida. El miedo al infierno o al castigo eterno esconden frecuentemente el terror a que Dios descubra al morirnos las mentiras nunca destapadas.

7. Tanto el miedo a Dos, como el miedo a los demás o a uno mismo son siempre relacionales. . Cada edad tiene sus miedos; un joven no teme como el viejo atragantarse, o tropezar y partirse la cadera, como tampoco asustarse por el deterioro inexorable de su salud. Pero en el fondo se trata de una misma angustia, la de perder estatus, poder, presencia, protagonismo, o sea, morir de algún modo en medio de la soledad, el olvido. Son, repitamos, expresiones de una misma nictofobia: las luces se apagan. Y entonces ¿a dónde ir? Mejor no ir.

8. Destructiva es la necesidad de aceptación ajena, que siempre responde al miedo no dar ante ellos la talla y que huele a falta de autoestima.

9. La mayor parte de nuestra vida nos la pasamos llorando aquel rostro deprimido de nuestras madres o padres difuntos. Y qué difícil es reconocer en nosotros los miedos de nuestros muertos, y cuánto pavor sufre el cobarde para toda su vida, pese a odas sus compensaciones narcisistas al respecto. Este sufrimiento puede adquirir a veces el formato de un afrontamiento envalentonado de carácter suicida. Las falsas valentías, el o me mata el miedo, o lo mato yo a él, produce desoladoras derrotas, y entonces el tiro sale por la culata en forma de harakiri. A mayor envalentonamiento, más confusión. En el límite, suplantar la verdad significa entrar en el campo minado de las alucinaciones y de los trastornos graves de la personalidad.

10. Habida cuenta de la dinamicidad y versatilidad de la mente humana, los campos fóbicos se extienden, se amplían, se multiplican ilimitadamente, un temor lleva a otro como en las metástasis cancerosas, dejando al sujeto que lo padece acuchillado con una cicatriz encimada sobre otra. Miedo de miedos y todo miedo, maraña de miedos. No se le pueden poner puertas al manto, el campo se mete por todos los intersticios de tu búnker.

11. No ceder a la imaginación es inimaginable. Como la puerca lavada, vuelve al vómito. Para tener buen trato con la realidad necesitamos ser conscientes de nuestras angustias, en lugar de coquetear con ellas; no se debe fantasear con ellos, hay que cortar de raíz su perversa creatividad, pues nada hay más parecido al poder de la fantasía que el de una boa constrictora. El problema es quién le pone el cascabel al gato.

12. Para superar una fantasía lesiva es necesario contraponerle una contrafantasía positiva. Sin embargo, las personas no experimentadas en estos contraataques pueden quemarse porque están jugando con fuego. Estas variaciones eidéticas, como las denominaba Edmund Husserl, o “dinámicas del como si”, posibilitan con su aparente salirse de lo real el regreso a lo real mismo.

13. La persona incontrolablemente miedosa, que ya se ha entregado con armas y bagajes a su torturados, el miedo insuperable, huirá a otros lugares trasladándoles sus problemas. Qué difícil encerrar al miedo. Los barrotes del manicomio no se han hecho para él. Vuelve a su miedo mutando de miedo. Y la boa constrictora aprieta cada vez más.

14. Aunque los beneficios secundarios no falten nunca en las patologías (que sirven de distractores para no afrontar la problemática realidad), resulta fundamental hablar de ellos para exorcizarlos. Hacer cosas y agotarse como activista no es de lo que se trata; esto no pasa de ser un intento neurótico de neutralizar nuestro horror al vacío.

15. Nuestros miedos dicen mucho, casi todo, de nuestra personalidad. Una vez más, los amigos (si ellos tienen la suficiente madurez vital) son nuestros mejores terapeutas. Observar el miedo ajeno enseña mucho en la lucha contra el propio. Reflexionar sobre el miedo alienante ajeno libera, al menos da fuelle. Un buen ejercicio al respecto es el de comparar la escala de nuestros disparates.

16. Cuando los amigos correctos no bastan al respecto, en caso de crisis no hacer mudanza; debemos consultar con un experto. Es imposible que éste te diga que no puedes luchar contra tu problema, si es un experto. Vete a su consulta antes de que te lleven.

17. Tú necesitas aceptar (no sólo verbalmente) que puedes equivocarte en tu toma de decisiones y que en esa misma medida tienes que rectificar. No vaya a ser que el temor a rectificar sea causante de tu miedo en mayor medida que el miedo mismo. En muchas ocasiones es el miedo al miedo lo que tememos, más que el miedo a la realidad. Aunque a veces la realidad misma dé miedo.

18. ¿Y si me da un infarto por afrontar ese miedo superior a mis fuerzas? Esta recidivante pregunta genera otra y ésta a su vez otras. La verdadera cuestión es: ¿conozco bien mis fuerzas y mis límites, o los deformo por exceso y por defecto? Reflexionar sobre lo que harías si no tuvieses miedo a tus límites supuestos es muy bueno al efecto. Del mismo modo, resulta muy útil ponderar las hipotéticas consecuencias de lo que temes. ¿Qué sería lo más grave que me podría suceder? Muchas veces el temor a lo hipotético es mayor que las consecuencias fácticas.

19. Los miedos son relacionales, y sin que nos demos cuenta podemos temer que la violencia callejera nocturna acabe con la vida de un nieto, cuando en realidad estamos culpabilizándonos de no haberle cuidado o instruido. Detrás de un pelito hay un pelote.

20. ¿Por qué tiene miedo quien tiene un Salvador? Toráh: In the beginning. “El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: ‘¿Dónde estás?’ Él contestó: ‘Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo y me escondí” 1. Moisés en el Sinaí a su pueblo: “No temáis, pues Dios ha venido para probaros para que tengáis presente su temor y no pequéis”2. “No les tengas miedo; que, si no, seré yo quien te meteré miedo de ellos”3. “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?, ¿quién me hará temblar?”4. Jesús a sus discípulos: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”5. (En la barca hundiéndose) “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”6. “No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor”7. “Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el miedo, sino un Espíritu de hijos de adopción8. En Getsemaní Jesús siente cuatro emociones fuertes: espanto (ekthambeo)9, angustia (ademoneo)10, tristeza (perilypos) 11, y turbación (tarasso)12, pero lo superó porque le esperaba Alguien mayor que el miedo. “. Decir tenemos todo lo que queremos es terrible cuando todo no incluye a Dios.

1 Gn 3, 8-10.

2 Ex 19, 16-17.

3 Jer 1, 17-19.

4 Sal 27, 1.

5 Mc 4, 40.

6 Mc 6, 50.

7 1 Jn 4, 17.

8 Rom 8, 14

9 Mc, 19.

10 Mt 26.

11 Sal 6

12 Jn 11, 33.

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