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La oración: un grito del Espíritu que nos lleva a salir de nosotros mismos – Francisco Cano

4. T. O. 2022 Ciclo C Lc 4,21-30

Salir de uno mismo es lo más difícil. Nos cuesta recibir lo nuevo, no queremos estar abiertos, ni creemos -al menos con los hechos- en el proyecto de Jesús para nuestros tiempos. Lo mismo que los paisanos de Jesús se cierran a recibir su mensaje y es rechazado, así también, en el hoy personal, eclesial, social y político, nos cuesta aceptar que la realidad sea distinta como nosotros pensamos. Mejor seguir como siempre: “Templando gaitas”. ¡Cuántas palabras medidas, diplomáticas, cuidadas, para no “molestar” a nadie y quedar bien con todos!

Jesús no se presenta a los suyos “templando gaitas”. Jesús se presenta a sus paisanos como alguien que se atribuye las palabras referentes al siervo de Yahveh: “El Espíritu está sobre mí”. ¿Qué Espíritu? El mismo que nos dio al morir, el mismo de Pentecostés, el mismo que ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios. Estamos habitados por el Espíritu, el mismo que intercede por nosotros con gemidos indecibles. Él reza en nosotros porque no sabemos rezar ni pedir.

Los que le “conocen” lo rechazan y quieren llevarlo fuera para acabar con su vida. ¿Por qué? Porque cambia, omite el texto de Isaías “el día de la venganza del Señor”. Los paisanos conocen el texto y no aprueban este cambio, y para colmo está la referencia explícita a dos profetas, Elías y Eliseo, lo que justifica el rechazo, pues hace referencia a que ambos curan a extranjeros: Elías a una viuda de Sarepta y Eliseo a un militar Sirio. “Al oírlo se pusieron furiosos” y le echaron fuera del pueblo, “le llevaron hasta un precipicio”.

Cerrados en sí mismos, cerrados en sus tradiciones, cerrados en sus normas religiosas… Cerrados no pueden admitir cambios; que todo siga igual.

“Jesús se abrió paso entre ellos y siguió su camino”. No quieren ni queremos profetas, porque nos enfrentan a la verdad de Dios, nos descubren nuestras mentiras y cobardías. Y así estamos nosotros “templando gaitas”, decimos cosas admirables de Jesús, pero sin carácter profético, porque no acogemos su palabra ni su estilo de vida.

Miedo: “templamos gaitas” porque no se puede pretender ser fiel a Jesús, seguirle y no provocar la reacción crítica y el rechazo, no porque no estén de acuerdo con nosotros, sino con un planteamiento evangélico.

“Templamos gaitas” porque se necesita una gran dosis de coraje para ser fieles a las propias convicciones cuando el mundo se adapta y se acomoda a lo que se lleva. Nada de proyecto de vida, a “templar gaitas”, dejándonos llevar por el convencionalismo.

Sí, queremos crecer como personas y como creyentes, pero “templamos gaitas” cuando nos tranquilizamos, porque no queremos pasar por un “anormal”, se está más seguro sin salirse del rebaño.

“Templamos gaitas” porque no queremos críticas ni rechazo por parte de la sociedad, incluso dentro de la Iglesia. “Templamos gaitas” cuando vemos que el pueblo se equivoca -Jesús en su pueblo así lo constata- y necesita que alguien les diga con sinceridad y valentía la verdad, y callamos porque nuestra voz es molesta y discordante.

“Templamos gaitas” cuando un pueblo no tiene en su momento hombres y mujeres que se atrevan a denunciarles sus errores e injusticias. Y así estamos viendo cómo el pueblo pierde su conciencia. Sigue siendo verdad el refrán judío: “Ningún profeta es bien mirado en su tierra”. El problema hoy es que no hay profetas.

Sí, dejamos de “templar gaitas” cuando afirmamos que allí donde hay un ser humano, cualquiera que sea su religión o su no religión, su ateísmo, su agnosticismo… allí está Dios suscitando salvación. Así lo vemos en Jesús, en su pueblo, citando a Elías y Eliseo. Su amor ni abandona ni discrimina a nadie (Rom 2,11).

Jesús es un profeta, pero no cerrado, sino abierto a la gran humanidad sufriente y necesitada que se alimentaba de un grito: “Abba”, que nos revela quién es el Padre; en Él y en nosotros es el Espíritu el que realiza el salir de nosotros mismos, el que nos lanza libres de egoísmos. En el “Abba, Padre” Jesús nos revela la misericordia del Padre, al que grita Abba. Es un vocativo, en el vocativo se le llama, se le invoca, se le grita “¡Padre!” La oración no se queda ahí, sino que sigue el nosotros. Padre, no de ti, ni de mí, ni de él, sino de nosotros. Este Padre descubierto no está referido primero a mí, luego a ti y después a él, sino que está referido a nosotros como fraternidad, a cada uno de nosotros como fraternidad y a cada uno de nosotros dentro de la fraternidad (M. Legido).

Pues bien, una vez que sepamos quién es ese nosotros, se nos ha acabado el seguir “templando gaitas”, porque entonces sabremos lo que significa decir nuestro. Primero es el nosotros y luego viene el posesivo nuestro. Ese nosotros es la fraternidad de Jesús, su comunidad. Por esto descifrar el nosotros o nuestro nos hace posible adivinar quién es la fraternidad de Jesús donde esa oración se grita. Ahí nace el profeta.

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