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Realidad y sentido – Mariano Álvarez Valenzuela

Realidad y sentido son dos conceptos inseparables. Todo lo que identificamos por realidad es “por” algo previo a ella y “para” algo. El sentido de realidad prima sobre la propia realidad. Sin sentido nada existe, nada es. Una realidad sin sentido es precisamente eso, un sinsentido, un no sentido, y por tanto una no realidad.

El sentido es como un latido que ya está en el origen de toda realidad sin percibirse, oculto en su profundidad insondable y además es motor de un dinamismo que confiere realidad a todos los estados posibles de realidad, ya que ésta es puro dinamismo.

La ciencia que en sí es una construcción antropológica, tiene como principio axiomático a este concepto de dinamismo, afirmando que, “la realidad (la energía) ni se crea ni se destruye, únicamente se transforma”. Con esta afirmación el hombre que quiere dar razón de la realidad, que pretende comprender su verdadero sentido de principio a fin, se cierra radicalmente a ambos y a lo más que llega es a verla pasar, a analizar su movimiento, su cambio, sus formas de cambio, lo cual hace a la perfección ayudado por el cálculo diferencial, la herramienta matemática que posibilita penetrar en esa dinámica con la que se aproxima con infinita precisión al principio, pero sin poder tocarlo. ¡Cómo va a poder este hombre mover el mundo si le es imposible tener un punto de apoyo!

La ciencia, mejor dicho, el hombre de ciencia, nos da una imagen del mundo en movimiento al mismo tiempo que forma parte de él y esto le complica su comprensión objetiva, llegando al punto de perder no solo la objetividad de la realidad, sino también a la propia realidad. Cuando la ciencia cuántica empezó a evidenciar este “sutil matiz”, el propio Einstein se negaba a aceptar la pérdida de dicho sentido de realidad y se pasó los treinta últimos años de su vida intentado encontrar argumentos científicos que invalidasen tales planteamientos, lo que evidentemente no consiguió.

Precisamente fue Einstein quien nos enseñó a mirar a la realidad en una doble dimensión espacio-temporal, otro “sutil matiz” que llevó a la ciencia a postular que toda realidad es relativa.

Si Einstein relativizó la realidad física, Kurt Gödel considerado el matemático lógico más eminente de todos los tiempos, le dio la puntilla en el ámbito de la realidad matemática, realidad pensada, con su teorema de la incompletitud, en el que demuestra taxativamente que el argumento de veracidad de todo sistema lógico no reside en él.

Si la verdad, tanto la relativa como la absoluta eran inalcanzables por la razón, entonces el hombre hijo de la Ilustración había muerto, dando paso al hombre pragmático en el que, el concepto de verdad empezó a ser sustituido por el concepto de utilidad.

Todo este proceso de relativización y aniquilación del sentido de realidad y de verdad, ha impregnado su praxis existencial, no solo en el ámbito de las relaciones humanas de tipo doméstico, social, institucional, político, etc., precisando cada vez de más leyes que regulen y controlen el desorden que toda pérdida de sentido conlleva. También el ámbito científico se ve afectado por dicho desorden entrópico que en este caso resulta ser antrópico.

El hombre en esencia, es realidad en “busca” de su sentido, aunque en esta búsqueda se desoriente transitoriamente con sus inevitables consecuencias, este es su principio de realidad y en esto radica su radical diferencia con cualquier otra realidad. El hombre se despega del dinamismo evolutivo que compartía con el cosmos, con la naturaleza, cuando rompe con el enclaustramiento determinista y dinámico de aquella, cuando su sentido de realidad se abre entre el “por” y el “para”, tomando parte activa en la realización de su sentido de ser, de su existencia. En este momento la naturaleza se transfigura y emerge una realidad nueva, la realidad Persona, el Homínido es lo viejo, permanece en la naturaleza, la Persona es la nueva realidad, que se despega de la naturaleza pura, realidad radicalmente distinta, con su nuevo dinamismo y así podemos decir que la persona teniendo naturaleza no es naturaleza.

Esta novedad radical, no solo lo es en cuanto a género, también lo es en cuanto a individuo; cada persona es una realidad única, singular, irrepetible, realidad absoluta en cuanto al resto de la naturaleza, pero realidad relativa en cuento a su principio de sentido, y a su vez toda la naturaleza cobra sentido al quedar incorporada en el propio sentido de realidad de la persona; sin ésta todo lo que denominamos por naturaleza, todo el cosmos, sería un sinsentido, es decir no existiría. Es la persona quien a través de su palabra le dota de sentido.

En todo este recorrido en el que la ciencia pierde el sentido objetivo de la realidad, emerge un hecho importante muy digno de analizar, me refiero al papel aparentemente innecesario de muchos desarrollos científicos, pues ya doscientos años antes Kant afirmó la carencia de objetividad del espacio y del tiempo y con ello de toda realidad y posteriormente Sartre también se manifestó en esta misma línea, afirmando que “no hay más universo que el universo humano, el universo de la subjetividad humana” (El existencialismo es un humanismo).

Es curioso que la filosofía abra espacios que la ciencia con demasiada frecuencia prefiere ignorar siendo esta hija de aquella, precisamente porque la ciencia no es objetiva a pesar de su empeño, pero incluso la filosofía tiene su muro de Planck, tanto la razón científica como la filosófica tiene el mismo límite, lo que les diferencia es la intención con que buscan la verdad de toda realidad. La filosofía se arriesga a abrir más espacios de libertad a la razón al liberarla de la rigidez objetiva al que la ciencia la somete.

La intención es el núcleo central de toda línea de progreso entre el “por” y el “para”, tratando de unirlos en un principio de sentido. La intención siempre es previa a toda palabra, a toda acción, pero todavía hay algo más profundo, algo que la moviliza y que la modula, la Voluntad, ambas son pareja de baile en ese dinamismo que se abre entre el “por” y el “para” al son de un ritmo, la Libertad.

Intención, Voluntad y Libertad son los vectores configuradores del sentido de la realidad Persona, vectores no algoritmizables, a diferencia de los vectores Longitud, Masa y Tiempo de las ciencias de la materia que sí lo son (hasta cierto límite en el ya citado Muro de Planck).

La persona en su más profunda intimidad es un ser religado al misterio frente al que la ciencia objetiva siempre colapsa en un vacío de realidad y además conocedora de que de la nada no puede salir nada, fuerza su razón en la búsqueda de un algo que estando dentro de la realidad sea generador de todo algo, de toda realidad, insiste en no trascender ese ámbito del conocimiento científico a pesar que éste ya le ha demostrado que ese algo no está dentro de la realidad.

En el psiquismo humano existe una estructura capaz de trascender a la pura objetividad, de hecho, en nuestras acciones cotidianas pensamos, vivimos y actuamos apoyándonos más en creencias que en certezas y entre una y otra opera un sentido de confianza al que comúnmente denominamos por fe. La fe constituye una vía de acceso a conocimientos que sin ella serían inaccesibles. Incluso el hombre de ciencia en su trabajo de investigación siempre parte de una hipótesis como principio de sentido y fundamento de a lo que quiere llegar, es decir le confiere un principio de fe en espera de corroborarla científicamente.

Todo razonar científico es acientífico en su origen, entonces por qué exigimos a la fe un principio de certeza científica, cuando ella es quien nos abre el acceso a realidades a las que la ciencia no llega. Hay un miedo a caer en ilusiones, como si la ciencia no estuviese plagada de ilusiones, y así la opinión dominante desde el positivismo hasta nuestros días hace que la fe resulte incómoda y todo ello por un prejuicio acientífico, por el que la fe es excluida del ámbito de la razón con la consiguiente infrautilización de las posibilidades cognitivas y afectivas del propio hombre de ciencia al haber reducido el mundo real a “cosa” y aún peor al propio hombre a “cosa”. La fe no es el substrato de las ensoñaciones, más bien es la razón quien cuando abandona el principio de sentido conduce no solo a ensoñaciones, conduce al delirio. La fe demanda una razón sólida, no endeble y mutilada. Toda ausencia de fe empobrece a la razón induciéndola a caer en aquello que quiere evitar, el mito, en su versión actual científico-técnica.

La fe es un existencial en la persona, representa una necesidad básica y constitutiva de su existir, la propia filosofía, la fenomenología, la psicología, la antropología y por supuesto la teología, dan continuamente fe de ella. El hombre que en su razonar la incluye como hipótesis, el llamado hombre religioso, el hombre que se sabe religado a ese misterio que le da sentido a su existencia y de que en él no está la razón de su existir, se abre una nueva forma de pensar, razonar y vivir.

En este punto prefiero ceder la palabra a quien ha dedicado toda su vida precisamente e esto, a pensar, a razonar y a vivir esta experiencia de búsqueda de sentido con el rigor y responsabilidad alcanzado por pocos filósofos y que nos ofrece con su palabra ilustrada y su persona cálida y entrañable: Carlos Diaz, filósofo de la persona, de la persona que existe queriendo darle sentido a su existencia, llevando a la razón científica , razón fría , desnuda, sin alma, a parajes cálidos con alma y corazón, a la que él denomina “razón cálida” que late con el cálido latido de la vida, a través de su ultimo escrito sobre “ Psicología de la Religión” que nos ofrece en forma de curso en la web del IEM y que como adelanto al mismo os dejo con sus palabras introductorias: “no concibo que ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí al menos me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo, Porque hay un sentido religioso, como hay un sentido estético y un sentido del olfato, del tacto, de la visión, Porque es lo cierto que sublimando toda cosa hasta su última determinación llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo transcientífico de la cosa es su religiosidad”.

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