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Monederos falsos - Carlos Díaz

Se habla siempre de religiones verdaderas y de religiones falsas, pero no se levanta la liebre en lo referente a personas religiosas verdaderas y personas religiosas falsas.

En lo que se refiere a pasar el Rubicón, estas últimas gentes no se mojan ni la punta del pie: son religiosamente egorrelativas porque solamente buscan la salvación de su ego a costa de todo y de todos, incluso a costa de Dios, a quien no tienen el menor respeto (respeto: mirada benevolente, querer bien), y no hablemos ya “temor de Dios”, que no es miedo a Dios. Sin un corazón contrito, cuando se confiesan de Pascuas a Ramos, si es que lo hacen, intentan mentir a Dios porque ya no saben hacer otra cosa y su inercia les impide frenar. Van con todo contra todo lo que no va con ellos. En semejantes ámbitos, muy variados y complejos en cada caso, los comportamientos no parecen mostrar amor a Dios, de quien se acuerdan solamente cuando se hallan en apuros, e incluso cuando simplemente desean que Dios les ayude a alcanzar sus caprichos, pero una vez alcanzado el objetivo, sin novedad en el alcázar.

Explotan, manipulan, desprecia y matan cuanto se les pone a tiro si llega el caso (hay muchas formas de matar), y luego le dan gracias a Dios con unas velas compradas en los comercios de chinos. Rezan mascando el mismo chicle sin saber a qué sabe, aunque ya no lo reciten en latín; sus credos son reinventados, sin formación catequética, pregúnteseles qué significa “resucitó al tercer día” o “descendió a los infiernos”, y verán; son muy buenos en el arte de decir lo que su religión no dice, haciendo que diga lo que no dice, dada su arrogancia hermenéutica. Son los suyos velatorios de cartón piedra para dar el pego, aunque ya sin plañideras, pues Dios –piensan las tales personas religiosas falsas- se conforma con poco. Además Dios es bonachón, porque premia a los malos y convive con estos últimos sin tirarles de las orejas. Ese Dios abuelito y cómplice resulta un Dios muy rentable, ¡como es tan bueno y me ama tanto, no necesita que yo le ame realmente a él! En suma, se interesa tanto por mí, que puedo yo no dedicarle ni espacio ni tiempo, para qué estudiar los contendidos de la fe que digo profesar, si todo es dogma, nadie lo entiende y se basta con cualquier superstición.

Si además compartimos complacientemente con el párroco también falso religiosamente –haberlos haylos-, todos tan contentos, el crimen perfecto, la cuadratura del círculo: ellos han cumplido con las normas, con derecho a reclinatorio. No dar escándalos, asumir el desorden establecido, hablar mucho de virtudes y todo ese jaculatorio sale barato a cambio de ganar el jubileo o la salvación, o si no ganarlo, empatarlo en el último minuto sin dolor de contricción alguno. Las terapias para el mantenimiento de semejante decadencia religiosa, esa religiosidad-aspirina, sin el menor amor a Dios, eso es lo que hay en este tipo de mentalidades religiosas, un perfil burgués tan seriamente afrontado por Emmanuel Mounier. Todo este convoluto forma parte a su vez de las religiones que agonizan. Por eso, en lugar de purificación, las personas religiosas falsas sólo sienten aversión contra quienes les llaman sepulcros blanqueados, a los que excluirán de su trato.

En resumen, con semejantes expertos ganaderos en cómo ordeñar la vaca divina, al final todo se reduce a esto: ¿qué saco yo al creer y hacer creer que creo, en qué me beneficia?, ¿cómo llego “allí arriba” sin doblar el tirante, dada la baratura de la gracia? Para eso san Pedro tiene una llave con la cual cierra, con la cual abre cuando es su gusto, como en el romance medieval de la mujer del molinero y el comendador.

Estos “monederos falsos”, según los calificó Max Scheler, no se preguntan:¿existen los derechos amorosos de Dios, o solo mis derechos?, ¿es Dios el amor de mis amores?, ¿de qué naturaleza es mi oración, me levanto agradecido cada mañana porque Él es mi Dios, el Dios del universo?, ¿me levanto más temprano para alabar a Dios con toda mi vida, con todo mi ser, con todo mi corazón?, ¿me intereso por estudiar la fe que profeso?, ¿me esfuerzo por proclamarla?, ¿qué estoy dispuesto a perder o a qué estoy dispuesto a renunciar?, ¿apelo a la ayuda de Dios para ayudar mejor a mis prójimos, para luchar contra la injusticia propia y ajena?, ¿insiste Dios dentro de mí, o sólo existe fuera de mí?, ¿me intereso por saber quién es Dios, y no sólo qué es Dios?, ¿qué horizonte de eternidad me espera, más allá del “algo habrá y las gafas de sol ante el ataúd?, ¿colaboro con la iglesia pese a sus fallos que son los míos, con la inquebrantable esperanza en mi Señor?, ¿vivo de tal manera que si no viviera con Dios no viviría?, ¿invoco verdaderamente el marana tha, el ven Señor, no tardes?, ¿aunque no hubiera cielo yo le amara, aunque no hubiera infierno le temiera?

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