Artículos

No se funda la Iglesia en ayunos y ritos – Francisco Cano

2. T. O. Jn 2.1-11

La Iglesia brota y culmina como boda. Noviazgo de Dios entre los hombres. Parece que tenemos mucha agua -en una boda- y poco vino.

Jesús empezó actuando en una boda, una fiesta de amor, de entrega, de unión de quienes se quieren y quieren unir sus vidas para siempre. El Evangelio de hoy pone de manifiesto la novedad radical del Evangelio, que reemplaza al judaísmo y sus viejas instituciones. Se da el paso del agua de las abluciones necesarias para purificarse, y así considerarse grato a los ojos de Dios, al paso del buen vino del banquete mesiánico.

En el hoy de la comunidad cristiana creemos que la pandemia está marcando un antes y un después. No podemos negar que los que más han sufrido y siguen sufriendo son los más pobres, los de siempre (siguen sin acceso a la sanidad, a los puestos de trabajo…), no por la pandemia, aunque sí la ha agravado, así que la pandemia no es igual para todos. A estos no se les puede hablar del gozo de la boda… y sin embargo esta Palabra va dirigida a ellos, porque Jesús se la ha dirigido a ellos preferentemente: “a los pobres se les anuncia la Buena Noticia de Salvación”.

Y de los más ricos, ¿qué tenemos que decir, si son personas fuertes, adineradas, poderosas? Pues que son sujetos pasivos que sufren las consecuencias de la pandemia, de la fragilidad y la brevedad de la vida, y la vulnerabilidad de todos los espacios mundiales. Pero estos son cada vez más ricos, porque también son sujetos activos que no ponen sus bienes al servicio de los que más sufren. Aquí están los de después de la pandemia, que siguen igual.

La pandemia no es un castigo de Dios. ¡Dios no castiga, ni se venga por la maldad de los hombres! El Dios en el que creemos sufre y goza con nosotros. Y esto es lo que nos cuesta entender. Es un Dios metido e implicado en la cotidianidad de la vida humana y no en la observancia de rituales, dando importancia a lo humano -la relación establecida por Dios tiene lugar en un contexto nupcial- en este caso, la alegría, el amor y la entrega mutua. El hombre encerrado en la observancia de rituales es incapaz de dar el salto de las tinajas de agua a los esponsales inaugurados por Jesucristo.

Desde la fe no sólo se nos invita a reflexionar en esta condición humana débil, frágil, breve, sino que es una llamada a la conversión. La conversión es al Evangelio, a Jesús, porque creemos que podemos vivir de otra manera, que podemos afrontar la vida con otros criterios, que podemos ser más humanos y más hermanos. Esta es nuestra tarea como creyentes.

Llamados a transformarnos y liberarnos de tanta agua para fines religiosos, para las purificaciones, cumplimientos, normas, mandatos, obligaciones y tantas y tantas purificaciones superficiales... Hoy se nos llama a renovar la oferta de una religión que sólo ofrece agua, a una religión que ofrece el vino de la alegría y el gozo por vivir. Hay mucha agua y poco vino. Allí, en aquella sala de boda, había 600 litros de agua en tinajas de piedra.

Jesús nos llama a tomar conciencia de que es posible transformar la tristeza en gozo por vivir. Es una llamada a liberarnos de tantas cosas que nos quitan y roban el gozo por vivir. Hay demasiada agua acumulada, grandes tinajas de agua, mucha agua acumulada a lo largo de siglos en la Iglesia, y poco vino.

El vino simboliza el amor, la entrega, el disfrute de la vida, que une a quienes se quieren, porque la solución a nuestras carencias no es la religión y sus rituales, sino el amor y la felicidad que nos ofrece su abundancia.

Jesús, con este primer signo (semeion), comenzó a transmitir su fe en él. ¿Con que gestos creerán hoy los hombres en Jesús?

Si, como María, no nos damos cuenta de que lo que falta es vino y sobra agua, poco podremos hacer y decir a los hombres y mujeres de hoy. ¿Era creíble el Tercer Isaías al anunciar de parte de Yahveh que Judá iba a ser regenerada de nuevo después del destierro por puro amor de Yahveh? Y, sin embargo, era necesario anunciar al pueblo que Dios lo amaba apasionadamente.

Nosotros no tenemos que decir nada, sino dejar que sea Jesús el que diga. Y lo que nos dice es que anunciemos que Dios nos ama apasionadamente, como a una esposa preferida entre otras. Porque el amor se manifiesta en lo concreto, y no en lo universal.

Share on Myspace