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El mundo sigue triangulado, quién lo destriangulizará – Carlos Díaz

En los campos de concentración nazis los presos estaban triangulados. En efecto, los políticos llevaban un triángulo rojo con una letra en el interior que especificaba la nacionalidad (excepto la de los alemanes). Los políticos judíos llevaban un triángulo rojo (con el vértice hacia arriba) con otro amarillo (con el vértice hacia abajo) superpuesto. Los judíos llevaban una estrella amarilla (formada por dos triángulos). Los Bibelforscher (estudiantes de la Biblia), un triángulo de color púrpura con un triángulo amarillo superpuesto. Los presos comunes llevaban un triángulo verde, los asociales un triángulo negro. Los profanadores de la raza llevaban un triángulo negro sobre un triángulo amarillo, los homosexuales uno de color rosa, los gitanos un triángulo pardo, y los apátridas y emigrados (republicanos españoles entre ellos) un triángulo azul. Los SAW (Sonderaktion Wehrmacht, depurados del ejército alemán) tenían un triángulo rojo con el vértice hacia arriba.

Todos eran enemigos del señor Hitler, sobre todo porque el miedo del nazismo a sus enemigos era infinito. Para los nazis, los Testigos de Jehová encarnaban claramente lo que odiaban: ambos movimientos eran internacionales, tenían influencias judías por utilizar el Antiguo Testamento, consideraban corrupta la política, tenían una creencia totalitaria inflexible. Los unos y los otros prometían un Reino (Reich) de un milenio y esperaban una adhesión total y una obediencia ciega. En conclusión, para los nazis la Asociación de Estudiantes de la Biblia (Bibelforscher) mantenían estrechos contactos con los comunistas. Dos gotas de agua.

El enemigo lo llevamos todos dentro, pero si es nuestro no es verdadero enemigo, aunque nos esté devorando los hígados, como la zorra al soldado romano. El problema no está en el contenido, sino en la intención. En efecto, si la libertad sirve para encarcelar al enemigo, es libertad; si la libertad sirve para que me encarcelen, es tiranía. Más todavía, si entre los carceleros de Auschwitz, llevados por el paroxismo y por el miedo, no había nada más normal, justo y necesario que el humo de las chimeneas de los hornos crematorios, no pocos presos se consideraban a sí mismos malhechores y enemigos de la humanidad e incluso acudían a los verdugos autoacusándose: “Soy un bribón y un traidor a la Patria porque no voté”1. Había que exterminar como fuere, los nazis no respetaban la costumbre según la cual un condenado salvaba la vida si se rompía la soga con que se pretendía ahorcarle; un ahorcado tenía que morir a toda costa porque había nacido para ser ahorcado; o más exactamente, para ser ahorcado por un nazi que de este modo purificaba como arcángel de espada flamígera a la humanidad liberándola de judíos sarnosos. Lo malo para esos arcángeles ocurrió aquel día en que aquel holandés cogió otra soga para reemplazar la que se había roto, volviendo a ser ahorcado de nuevo. Ese hombre estaba al otro lado de la soga; si hubiera cambiado de convicción, entonces tampoco habría habido auténtica salvación para él mismo.

Suele considerarse, una vez concluido el nazismo oficial, y clausurados aparentemente los campos de exterminio, que felizmente aquella triangulación ya pasó, pero yo no estoy tan seguro cada vez que recuerdo a los purificadores-USA calcinar con napalm a Cambodya, Vietnam, y el sudeste asiático, a los rusos acumular ejércitos armados hasta los dientes frente al país fronterizo, o a los camaradas chinos imperiales comiéndose la economía mundial. Si es que estoy exagerando no lo creo, pues cada vez que me siento ante un telediario a medio día (el de la noche es una repetición), por poner tan solo un ejemplo de la vida cotidiana, sigo viendo en los presentadores de los mismos todos los colores del triángulo en una sola chaqueta.

Sin ir tan lejos, cada vez que comparto algunas de las desgracias de un anciano abandonado y sin ningún otro recurso que el de morirse, o cuando estoy junto a un niño de la calle, le veo cubierto de triángulos puposos y al presidente Sánchez o al expectante Casado, bañándose en leche de burra. Puede que yo necesite al oculista para que trate mi hipermetropía. De momento, el mundo sigue triangulado, quién lo destriangulizará. Hasta los campos de futbol llegan los triángulos de los campos de concentración, pero sarna con gusto no pica. Sea como fuere, no se me van de la cabeza estos versos de Heinrich Heine: “Dort wo man Bücher verbrennt, /Verbrennt man am Ende auch Menschen”, allí donde se queman libros, se quema al fin también a los seres humanos.

Hay que ir contra los nazis de fuera porque de lo contrario nuestro propio nazismo corre peligro de contagio. A lo mejor negarse a gritar Heil, Hitler, porque según la palabra de Dios no podemos aceptar que la salvación (Heil) proceda de Dios, no es tan grave como pagar sin remedio ni esperanza cada vez más caro el precio de la factura de la luz mientras miramos embobados y con los músculos del cerebro atrofiados Corazón, corazón en nuestras pantallas a la hora de máxima audiencia durante décadas, como si fuera un destino inexorable. En estas circunstancia, no hace falta moler a palos al televisante o televidente para que brazo en alto grite tan feliz: Heil Hitler!, Heil Hitler! , Heil Hitler!

Pero ¿no se producirá alguna vez la indignación de mucha gente honrada, sin explosión de ira?

1 Graffard, F: Les Bibelforscher et le nazisme (1933-1945). Editions Tiréesias. Paris, 1997, p. 32.

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