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Ahogados en el tiempo (vanidad de vanidades) – Mariano Álvarez Valenzuela

Hubo un tiempo en el que no existía el tiempo. La ciencia actual nos dice que es inaccesible al análisis de la realidad incluso antes de llegar al pretendido tiempo cero, pero el hombre de ciencia sigue esforzándose en encontrar ese momento cero, momento primordial y que a buen seguro si llegase a encontrarlo tampoco se daría por satisfecho, no puede evitarlo, pues ya desde un principio, desde hace mucho tiempo, incluso desde antes que la ciencia fuese su nueva religión, ya se hacía la pregunta de qué existía antes de que existiese algo, presiente que hay un tiempo anterior al origen de su tiempo. Esto le evidencia que en su psiquismo hay una necesidad de trascender lo que el tiempo de su realidad le muestra. Precisa experimentar ese tiempo que en cierto modo presume que es el verdadero, que le da la garantía de una vida más consistente que la del tiempo que conoce y experimenta ya que éste siempre es experiencia de pérdida en su transcurrir, en su existir, es un tiempo desgarrado en tres tiempos inconexos e inestables en el que la presencia de uno demanda la muerte de los otros dos y como tal le deja insatisfecho, inseguro, a lo largo de toda su existencia.

Pero por qué este hombre siente esa necesidad de preguntarse por la existencia anterior a la suya, si la ciencia no da más de sí, qué camino le queda. Aquí se ve obligado a cambiar el foco de su mirada, a abandonar ese mundo al que denomina realidad física, el mundo de la demostración, de la tiranía de toda demostración que siempre determinará y encajonará su existir en un algoritmo, pues su deseo de ser libre estará atenazado en un determinismo que siempre le conduce al mismo sitio.

Este nuevo enfoque ya es un mirar dentro de su tiempo, es una mirar distinto al de la ciencia, pero ahora el sujeto experimental, el sujeto de dicha experiencia no es una cosa, es él mismo y puesto que no puede descomponerse en partes analizables, tiene que recurrir al hombre entero, pues es el hombre entero el que se hace la pregunta en cuestión. Por obligación no tiene más remedio que emplear el denominado método histórico, no tiene otro modo más que el de mirarse a sí mismo a lo largo de su historia, a lo largo de su tiempo.

El tiempo es la forma en que se conjuga la persona, pero ésta se percibe siempre y únicamente a través de una presencia, sin presencia no hay experiencia de vida. Sin presencia no hay “yo” que valga, no existo, me ponga como me ponga no existo, preciso, precisamos siempre de un semejante distinto al que experimentar, de un “tú” semejante al “yo”, con palabra como yo, pero distinto de mi para entonces poder decir “yo” al igual que él también pueda experimentarse y también pueda decirse “yo”. El núcleo primordial, el fundamento de su existir, consiste en una relación intrínseca con su “tú” semejante. Sin esa relación el yo no existe. Esa presencia en relación es condición necesaria de existencia, existencia en la que el tiempo es la expresión de esa dinámica relacional, sin ella desaparece el tiempo y por tanto el “yo”.

Esta presencia que es experiencia de vida, en su origen eclosiona en modo de tiempo presente. tiempo que solo es eso, presente, presencia, pues carece de pasado y por tanto de futuro, es un presente aún en estado de latencia, no es un presente inmóvil, tiene pulso, tiene vida, es un tiempo primordial que iniciará una nueva historia con un nuevo tiempo y toda historia tiene principio y fin, en caso contrario no hay historia, y esta historia ya desde su inicio es una tragedia, un drama, pues tiene fecha de caducidad y lo es porque el tiempo del YO diferenciado del Tiempo del TÚ primordial le ha dejado en forma subliminal su impronta en forma de deseo, la de un Tiempo Eternidad, un tiempo del que carece de palabra para objetivarlo y que por supuesto carece de los conceptos de principio y fin que son los que el nuevo tiempo limitan y limitaran su experiencia de vida, su historia. La primera manifestación de esta experiencia de vida lo será en forma de temor ante el drama que se le viene encima ya que desde su origen presiente su fin, su extinción, pero a la vez no puede reprimir su deseo inconsciente de infinitud. Es un temor aún inobjetable y que posteriormente aparecerá ya en forma de miedo en sus múltiples facetas y con sus múltiples patologías.

Esta forma de ubicar la esencia del tiempo en la misma esencia del ser persona, le confiere al tiempo un carácter ontológico y a la vez de misterio. Siempre que el hombre busca el principio de todo principio tropieza con el misterio, se desfonda. Por eso S. Agustín ante la pregunta de que es el tiempo se quedaba sin palabra, no lo podía definir, siendo esta la mejor forma de acercarse a dicha realidad. Sumergirse en el tiempo es sumergirse en sí mismo buscando esa presencia que le interpela, presencia que es palabra interpelante y que aguarda una respuesta también en forma de palabra. Aquí, precisamente aquí, en este punto, es donde el tiempo persona va a iniciarse. En este instante dejará de ser un tiempo presente en latencia, para inaugurar un tiempo que se abrirá al futuro desde un tiempo presente y un tiempo pasado no analizable en su estado primordial, pero sí presente en estado subliminal. Mientras el YO no responda no despegará de su presente latente. En la respuesta, el YO se autoafirmará a través de su palabra inaugurando la propia percepción de sí a la vez que imprimirá a su tiempo de un sentido, sentido que le abrirá un horizonte, un camino por el que transitará a lo largo de su vida y al que llamará tiempo futuro, Aquí comienza la historia del Hombre y de todo hombre. Aquí comienza su tragedia, su drama, acaba de inaugurar un tiempo caduco, con fecha de caducidad.

En esta historia no hay nada abstracto, el sujeto de la historia es la realidad más concreta de todas las realidades, la Persona, el Hombre en la plenitud concreta de su ser, todas las demás áreas del saber acceden a aspectos, vertientes o perspectivas diversas y ninguna de ellas se ocupan del destino de éste, en definitiva, entre el hombre y lo histórico existe una relación tan profunda y misteriosa desde su fundamento primordial que es imposible separarlos, es por eso que cualquier eliminación del “sentido” inherente al proceso histórico, cualquier desconexión, des- relación con su tiempo pasado, hace imposible la percepción y comprensión de este mismo proceso en el que la persona se encuentra a sí misma. Fuera de la historia el Hombre se pierde, desaparece. La historia es un dinamismo que no tolera la discontinuidad.

El transhumanismo en todas sus modalidades es un claro ejemplo de esta radical separación del Hombre de su raíz primordial contenida en la Historia.

La Persona al ser en esencia realidad Relacional, impregna al tiempo de su propia esencia, con lo que toda persona con independencia de su propio tiempo, permanece ligada al tiempo de toda persona. No hay dos tiempos iguales como no hay dos personas iguales, cada persona tiene su tiempo, su posibilidad de ser, su modo de existir. El tiempo adquiere así una triple dimensión, la Personal, la Comunitaria o Social y la Histórica, pero en una relación íntima, inseparable, que abraza a todo hombre desde el primero hasta el último de la historia. El tiempo no abandona a nadie jamás, es la garantía de que la historia tiene un sentido y tiene un fin. Lo contrario es una historia de ficción, y así podemos afirmar que el hombre es fruto de una experiencia histórica y que por tanto su realidad más profunda yace en la interioridad misma de la realidad histórica y a su vez su destino se fragua dentro de esta historia. La historia de principio a fin, el tiempo en toda su integridad, acoge a toda persona en una historia única.

Solamente la concepción cristiana de la historia lleva la impronta de esta relación intrínseca del ser Persona en todo su transcurrir temporal de principio a fin, yendo incluso más allá, al ligar el tiempo de la historia con la Eternidad. Es más, la Eternidad toma cuerpo, presencia, dentro de nuestro tiempo mundano, inter-rumpiendo la historia de este tiempo caduco, se hace presencia y alimento, no solamente para que la pensemos y la tengamos presente en nuestro razonar sino también para que la saboreemos, pero ya se sabe, la Luz vino al mundo, pero el mundo no la reconoció. Toda filosofía sobre el destino del hombre que no se fundamente en este hecho histórico divagará desorientada en un tiempo sin rumbo y caduco. Vanidad de vanidades.

La confusión de un tiempo infinito con la eternidad es la concepción más perversa que el hombre puede imaginar. Este es el hombre que construye su vida sobre los cadáveres de sus antepasados sin percatarse de su propia desintegración. Un tiempo sin fin solo conoce la derrota, no tiene salida al estar atrapado infinitamente al tiempo que quiere matar. Confunde la eternidad con la muerte del tiempo intentando constantemente alargarlo, si es posible hasta el infinito. El hombre no admite límites.

Este hombre vive en sí en una contradicción patológica, enfermiza, que se le manifestará a lo largo de su tiempo al vivirlo como una exterioridad y creerse que lo puede manejar como cosa sin percatarse que es él quien se cosifica, lo que a su vez le lleva a cosificar a todos los demás congéneres, extendiendo la patología personal al ámbito comunitario, social e institucional y por tanto a la propia historia. Una psicosis personal que acaba generando una psico-sociopatía generalizada.

Es una patología que en el fondo esconde el cinismo de la mentira, pues a la vez que se desinteresa de todo progenitor, al cual priva de sus éxitos futuros, se dedica a construir leyes como la de la memoria histórica cuando realmente lo que ha hecho es cepillarse a la propia historia y de paso a la memoria, no le hace falta pues le traería malos recuerdos. Esta contradicción evidencia un cinismo y una hipocresía supinas, a la vez que muestra la imposibilidad de prescindir de su pasado histórico intentando reconfigurarlo para justificar la validez de su futuro. Este Hombre intenta construir una historia nueva en la que sólo entrarán los que él permita y saldrán de ella los que él también quiera y todo ello legalmente. Su patología se extiende urbi et orbi.

Este Hombre encerrado en el tiempo es el mayor virus de la historia de la humanidad. Su yo ha matado su tú, lo ha negado desde su origen, ha matado al Tiempo de su Tú primordial. Solo se tiene a con su tiempo, con su tiempo infinito por voluntad propia, sin salida, se ha creado su propia eternidad, eternidad encerrada en sí mismo. Este tiempo le ha atrapado sin salida posible pues él se lo ha creado en modo de tiempo infinito. No es un tiempo liberador es un tiempo asfixiante bajo el nombre de progresista, progresando hacia un ahogamiento sin fin, él y su tiempo infinito en el que no cabe nada ni nadie más.

Por mucho que nos parezca que esto es propio del tiempo de hoy, no es así, pues no hay nada nuevo bajo el sol, lo que ha cambiado han sido los medios que posibilitan formas distintas de acometer un mismo fin, el de la exaltación del YO, la novedad absoluta ya estaba en el principio, en el Hombre primordial, en ese principio en el que este hombre tuvo que optar por decir “Yo” o por acoger al “TÚ”, por poseer o por dejarse poseer, por dominar o por agradecer y que, al decidirse por lo primero, inauguró un nuevo tiempo, tiempo con el sello de caducidad en dos modos; caducidad de todo presente en forma de un pasado irrecuperable y caducidad de todo futuro en forma de deseo incumplible. Este hombre sufre la patología madre de todas las patologías, el EGOISMO, patología que como su nombre indica le llevará a ahogarse en sí mismo, el hombre que queriéndolo todo, se queda solo y con su tiempo infinito.

A pesar de todo, mientras este tiempo exista seguirá siendo fiel a su origen, un tiempo posibilidad, un tiempo oportunidad para volver al principio y recuperar su sentido y restaurar la salud perdida en todo tiempo, en toda persona, en toda la Historia.

Pero dentro de este tiempo caduco sigue existiendo un misterio. El misterio de la Relación con el TÚ primordial, verdadero y único Juez de la Historia, Juez que está en espera del informe final del fiscal de la Historia. La propia Historia y la propia Persona, del primero al último serán los propios fiscales representados por sus propios tiempos como testigos inseparables de sus existencias. Les hará y nos hará falta un Abogado defensor muy pero que muy competente en la materia.