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Carta magna de la libertad de la mujer cristiana – Francisco Cano

13. T. O. 2021 B Mc 5,21-43

Es sorprendente y admirable, entonces como ahora, revolucionario, lo que este hombre, Jesús de Nazaret, luchó hace XXI siglos para que se reconociese a la mujer como persona. Al leer estos relatos de estas dos mujeres en este contexto social, religioso, en un espacio concreto -la ribera galilea- en el que la opresión tenía rostro de hombre y signos de violencia externa, Marcos sitúa a este hombre y a estas dos mujeres, con rasgos de violencia personal y familiar muy honda: son dos mujeres que están vinculadas por una misma enfermedad, signo de impotencia del pueblo israelita. ¿Qué hace Jesús? ¿Discursos sobre el feminismo? No, sencillamente las cura. ¿Para qué? No para enviarlas al mundo antiguo, sino para iniciar un camino de humanización donde merece la pena crecer, ser mujer, realizarse en familia.

El archisinagogo busca la vida de su hija por encima de la ley y sinagoga, la hemorroísa viene por sí misma y quiere tocar a Jesús para vivir como mujer, como persona. Jesús la cura y la envía a casa. Jesús entra en la casa del archisinagogo con tres discípulos para ofrecer su mano y levantarla, y transformar una casa de muerte en casa de resurrección.

¿Por qué es una carta magna de la libertad de la mujer? Porque se trata de la libertad que empieza por el cuerpo, libertad para la vida, para ser ellas mismas. En la Misná- código Nashim-, centrado en rituales que consagran el sometimiento femenino, es donde coloca Marcos esta escena que avala para siempre la libertad de la mujer creyente.

Situación existencial de esta mujer: es persona sin familia, porque lo manda la ley sacral judía, la hemorragia menstrual permanente le expulsa de la sociedad, no puede tener relaciones sexuales, ni casarse, no puede convivir con los parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro: la silla en la que se sienta, el plato del que come, y además está condenada a la soledad por una ley religiosa. Esto nos recuerda a la situación del enfermo de Covid.

¿En qué consiste el milagro de Jesús? En dejarse tocar. ¡Qué cosa tan banal! Pues no: le ofrece un contacto purificador, la cura, la ayuda para llevarla después a su grupo. Y sin ningún interés proselitista: no le dice que se sume a la familia de sus seguidores. ¿Qué nos dice a nosotros en la tarea diaria de servicio a tantas mujeres que sufren exclusión social, marginación, maltrato? ¿Les decimos que se unan a nosotros? No. Pero sí que vayan a sus lugares y cuenten lo que les ha hecho.

En la vida diaria de nuestra presencia de acogida, nuestra identidad no está en crisis, no lo estará nunca, porque tratamos de valorar a la mujer como mujer y que acepte el roce de nuestra mano en el manto que le ofrecemos; le animamos a vivir, y al menos tratamos de curarla para que sea sencillamente humana, persona con dignidad para que construya el tipo de familia que ella misma decida; no queremos convertirla en nada, a nada, sino capacitarla para que sea siempre humana. ¡Cuántas mujeres como ésta sufren la cárcel de su entorno, incapaces de crear comunicación por violencia, que por miedo están mudas! ¡Con cuántas nos encontramos neuróticamente impuras y las rescatamos para unas relaciones personales y familiares! Esta es la conquista del Evangelio. Libera al hombre de la violencia y salva a la mujer violentada.

Estamos haciendo lectura de la realidad actual; la descripción del evangelio es dramática: la mujer no puede venir a Jesús cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, cuerpo a cuerpo, porque todos tendrían que expulsarla sintiéndose impuros a su roce, por esto llega por detrás. ¿Con cuántas mujeres nos encontramos casi diariamente así? Lo que importa de verdad en la relación diaria con estas mujeres es que se sientan curadas, que puedan elevarse y sentirse personas rompiendo la cárcel de sangre que las tiene oprimidas, expulsadas de la sociedad. Sí, es importante que, al contacto con nosotros, se sepa y descubra limpia, que nos sentimos hermanados por el cuerpo. Hay que saber distinguir los roces de la gente. Jesús sabe que ha sido un roce de mujer, pues antes de mirarla y conocerla se vuelve para descubrir a la que ha hecho este gesto (tên touto poiêsasan). Aquí no hay magia, sino descubrimiento del poder sanador del encuentro de los cuerpos.

Respuesta eficaz. Jesús la recibe como persona: mano que puede tocar, mente capaz de expresarse y decir lo que siente, con un corazón que sufre y cree. La mujer viene con miedo, a escondidas. ¡Cuántas vienen hoy con miedo, pues como las vean la castigan! ¿Qué hacemos? Lo que hizo Jesús acciona, para obligarle a romper ese ocultamiento vergonzoso hecho de represiones exteriores y miedos interiores. Pero no basta que Jesús le diga, tiene que decirse ella misma: tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia. Esta es nuestra experiencia hoy. Esta es la meta de la curación, éste es el principio de nuestra comunidad, donde las mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan en la vida que comparten con los varones. Y no lo olvidemos: Jesús no se atribuye nada. Le dice: ¡hija, tu fe te ha salvado! Nadie la ha llamado así, nadie la ha querido, Jesús lo hace dejándose tocar por ella. ¡Cuántas curaciones vienen por dejarnos tocar por quien nos ama! Es mujer que ya no es impura, sino que se ha presentado como persona enferma a la que ha sanado su fe y su palabra. Sí, tenemos que dejar que la mujer actúe y se exprese, diciendo lo que ha sido su dolor, porque es ahí donde puede madurar como persona. Ya no la define su menstruación, sino su valor como persona. Y, en cuanto al archisinagogo, padre, que es capaz de dirigir una sinagoga pero incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda a su hija, se nos muestra que el verdadero milagro es su conversión. Este es nuestro “feminismo”. De ideología, nada de nada. Es pasión por la igualdad en el sentido más radical: ¡hija!, ¡hermana! Radicalmente iguales ahora y para siempre.

Sigamos creando espacios donde podamos tocarnos en fe, es decir, relacionarnos en clave de confianza: esto es la comunidad, la Iglesia conforme a este pasaje.

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