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Y volver, volver, volver… - Carlos Díaz

“El hombre, por su naturaleza es perverso. Todos los aparentemente no perversos serían un producto artificioso de educaciones y de influencias, no solo extrañas, sino contrarias a la naturaleza. Debajo del hombre artificial, domeñado por el maestro de escuela, como el león por el domador, estaría el hombre natural, la fiera. Y me figuro inmediatamente la contagiosa influencia de una fiera indómita en cada ciudad sobre otras domesticadas fieras que no tendrían al fin más domadores que ellas mismas”. De nuevo, veinticinco años después de su primer intento, no contentos con el coronavirus, vuelven a la carga los chinos con la fabricación del hombre-mono o monosabio híbrido de hombre y mono. ¿Quién habló de la imposibilidad de retroceder a las especies inferiores? Mejor monántropo que hombre degenerado, podría ser el nuevo lema. Tenemos como una añoranza de trepar a los árboles, añoranza de la especie, de retrogresión al pasado, pero también una tendencia a escapar por la puerta del futuro; en ambos casos, a escapar del presente. Añoramos el trepar, incluso el trepar de los trepas.

Dos características básicas de esta nuestra contemporaneidad: la primera, disparar a la baja porque el hombre ha salido de la rata y a ella regresa, y la segunda, disparar por elevación a la neurotecnología del hombre-chip, como si nuestra mente en su actual estado fuese a estas alturas irreciclable, desechable, e irrecomponible. Sustituida la antropología por la chipología, lo filosóficamente correcto sería cerrar el grifo de la descendencia, pero, si se tiene, podrás al menos poner a tus hijos Ratita para ella y Microchip para él, qué linda parejita. Aunque hay otros nombres en el mercado que hacen muy dura competencia a estos: Mona lisa, Esmeralda, Gema, o Rubí, auténticas joyitas. Ya sé que esta manera de escribir es metafórica, y por eso puedo afirmar que, precisamente por ser metafórica, va a llevar todavía más lejos, si es que para entonces queda alguien para contarlo.

Tampoco han desaparecido de la faz de la tierra los machos alfa de la matonería, recordemos al general Millán Astray gritando su patético ¡Abajo la inteligencia, viva la muerte! en la sagrada Universidad de Salamanca, de la que era rector don Miguel de Unamuno, el cual replicó sobre la marcha con enorme fortaleza moral: “Ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito, ‘¡Viva la muerte!’. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor”. En este momento Millán Astray no pudo contenerse por más tiempo y gritó: “¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la muerte!”. Pero Unamuno continuó: “Éste es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”. No sólo “he dicho”, sino también muy bien dicho.

Pero en este mundo al buen decidor -el ben/decidor- siempre se le opone un mal decidor o maldecidor maldito. Stalin hacía sus purgas para intimidar y hacer automática la obediencia. Es patética la carta que le escribió Bujarin, uno de los purgados y compañero suyo: “Acepto que decidas mi muerte, tienes derecho a hacerlo. Sólo te pido que me digas qué he hecho mal. Porque no logro entender cuál ha sido mi falta”. Obviamente Stalin no le contestó, no lo necesitaba: el lavado de cerebro es tal que el militante reconoce a sus jefes el derecho a matarlo. Si alguien es condenado a muerte sin motivo alguno, ya saben todos lo que le espera a quien se atreva a la más mínima desobediencia.

Las cosas cambian tan lentamente para machos y machas, que apenas percibimos sus mutaciones, eternos animales gregarios, contagiadores (Gefühlansteckungsfähigen) rebañegos también en el feminismo de brocha gorda: “Si hoy muchas mujeres son gatas de salón, princesas tristes y cloróticas, muchachas histéricas y modernistas de interesante belleza enferma, mañana serían guerreras, Walkyrias, tipos de belleza sana y fuerte creados por la actividad. Pocas aventajan en belleza de cuerpo y de cara a las artistas de circo. Esto con respecto a nuestras bellas, que no pasan de ser nuestras señoritas y nuestras artesanas, porque con respecto a las más numerosas, nuestras campesinas, no son más que muecas de la belleza ajada en flor por el hambre por la suciedad y por la fatiga: son viejas, las infelices, a los veinte años, sin haber sido jóvenes jamás”. En La Terre (1887), Émile Zola ofrece un retrato terrible del mundo campesino francés a finales del XIX, donde el ansia de tierra lleva hasta el crimen y las costumbres mismas alcanzan un tremendo grado de bestialidad, pero estas denuncias/anuncios no gustan demasiado. Los mismos monos trepadores.

¿Y qué decir de la cobardía asustadiza de los creyentes, tan perenne ayer como hoy? Antes del 254, durante el emperador Decio, los obispos cristianos pidieron a los magistrados romanos un libelo o certificación de casi apostasía (más o menos arrancada por la fuerza) que les ponía a salvo de los fuertes coletazos de la imperiosa persecución imperial; Marcial, por ejemplo, dio fe pública de paganismo enterrando a sus hijos en lugares profanos y terminando por renegar de la fe; Basílides blasfemó de Cristo. Tras la crisis, el emperador Valeriano, después de tomarse una valeriana, decidió rebautizarlos por su pretendido arrepentimiento. Dada la situación, los cristianos valientes e insumisos llamaron libeláticos a los incursos en tal delito

Aunque el mono no, al menos el término libelo si se ha movido, pues fue evolucionando semánticamente, no siempre sin connotaciones peyorativas, hasta llegar a la Librería Libelo, de León (Guanajuato, México) en que un interesante maestro de escuela fundó su excelente librería con el mismo nombre, a la que he ido algunas veces a dar conferencias con mucho éxito de crítica y público. Qué vida ésta.

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