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Que nadie nos arrebate el gozo de la Pascua - Francisco Cano

Domingo de Ramos 2021. Jn 14,15-,47.

“Y Jesús, dando un fuerte grito expiró”

Se acabó todo lo que Dios quería revelar al hombre, y comienza todo lo que el hombre está dispuesto a hacer con su vida respecto a este Dios y sus prójimos.

Este es Jesús, el amor desarmado de Dios. Nadie podía pensar algo así, el primero Pedro, y el resto, y… parece que hoy siguen muchos así: o esperando al Mesías o no esperando nada, ni a nadie, nihilistas. (Ateos: Paolo Flores d’ Aarcais, Fernando Savater, Michel Onfray, Gustavo Bueno, Richard Dawkins y Piergiogio Odifreddi, Bart D. Ehrman, Christopher Hitchens; y por otra parte con los agnósticos nihilistas M. Caccisiari, V. Vitiello, J. Derriba, W. Weischedel, E. Trías o P. Palanceros). Estos comparten con los “nuevos ateos” la afirmación de la finitud, pero se desmarcan de ellos reconociendo la existencia de una relación que está más allá de lo finito. En términos de maravilla, lucha, agonía, y ética o cuidado, estos últimos ya tienen bastante que ver con lo fundamental del Viernes Santo y con el silencio del Sábado Santo y una prudente distancia con respecto a la descolocante sorpresa y novedad del Domingo de Resurrección (Cf. Mtz Gordo).

Hace tiempo que ya fue dicho: “praedicamus Christum crucifixum: Judaeis quidem scandalum, Gentibus auten stultitiam” (escándalo para unos, necedad para otros). Los creyentes que estamos ahora enfrentados a la pandemia afirmamos, con convicción, que la revelación de Dios en Jesucristo no sólo es un acontecimiento que se encuentra más allá de los deseos y fantasías humanas, sino, sobre todo, un dato que rompe todas las expectativas posibles. Sencillamente está en las antípodas de todo lo desiderativamente razonable. Por ello, sorprende y descoloca.

A los que nos dejamos sorprender por este amor, quizás sólo nos quede, y ya es bastante, el estremecimiento y las lágrimas, como a Pedro. Para los creyentes Cristo crucificado es fuerza y sabiduría de Dios. Hoy, ante la pandemia, nos podemos encontrar, como Cristo, ante la soledad completa.

Llega la soledad de Jesús: “Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (v. 50). Soledad completa porque sólo “un joven lo iba siguiendo cubierto con una sábana. Le echaron mano, pero él soltando la sábana se escapó desnudo” (v.51). Todos han huido, abandonando a Jesús: traición, prendimiento y soledad. ¿Por qué? Porque se escandalizan de su debilidad, rechazan su camino y se dispersan. ¿No pasa hoy lo mismo? ¿Qué pasa hoy? Ante la pandemia, ante la muerte, ante la injusticia y desamparo de los débiles: huida, abandono, insensibilidad ante los que sufren. A este joven en cambio, que no escapa de Jesús sino de aquellos que quieren prenderle, pueden agarrar su sábana, sudario de sueño o de muerte, pero no apresarle a él, que aparece como signo del mismo Jesús que deja en la tumba el sudario, elevándose desnudo a su gloria.

Estamos ante la pandemia y se da en muchos de nosotros una soledad, como en torno a Jesús, con una distinción: que en torno a Jesús se dan todas las soledades, y queda la última: la entrega suprema de la muerte por tortura.

Soledad que está a la vista de todos, y completamente desnudo, ha ofrecido comunión, y sólo encuentra soledad. Ofrece públicamente el espectáculo de la impotencia. Sólo queda uno, Simón de Cirene, compañero de Jesús y primer “cristiano”. Todos los discípulos lo han abandonado, pero en la cruz ha convocado a un auténtico discípulo.

La muerte destruye toda forma de existencia, han matado a Jesús, y en medio de la crucifixión queda el recuerdo de la desnudez total: “Se repartieron mis vestidos…” Los cristianos ponemos un velo sobre su miembro varón, pero los romanos dejaban el cuerpo enteramente desnudo, para la degradación y escarmiento de posible imitadores. Se ríen de él, pero los cristianos sonreímos con más alta ironía, pues sabemos que en el fondo esas palabras son verdaderas, de manera que los equivocados son los que ríen, ¿y cuáles son esas palabras? Rey de los judíos, ¡Cristo, el rey de Israel! Mesías, Salvador.

Le han dejado solo, nadie sale en su defensa, y así lo elevan desnudo en la colina y allí, se cumple lo dicho por Jesús: “Cuando fuere levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. Este es Dios, aquí se acabaron las proyecciones humanas de omnipotencia (el ser humano creador de Dios y de su idea).

Se ha hecho con nosotros dolorosa desnudez humana compartida. Muere condenado por unos y despreciado por otros, llamando a Dios desde su angustia, unido así con todos los hombres que son despreciados, expulsados, rechazados en el mundo. Se ha vinculado con los impuros y con los impuros muere, ha ofrecido solidaridad a los enfermos y pecadores, con ellos fracasa en la tierra y con todos los impuros rechazados muere en el Calvario. ¿Nos atrevemos a creer en un amor así? Quizás como Pedro, sorprendidos por un amor así, tengamos que derramar muchas lágrimas.

Se acabaron las dudas sobre quién es Jesús. Sus últimos días nos dan la clave para desentrañar su identidad. ¿Estamos todavía como el sumo sacerdote preguntado” eres tú el Mesías”? ¿O ya hemos confesado como Pedro que es el Cristo de Dio?. Porque esta es la pregunta: ¿quién es Jesús? Durante los años anteriores muchos se lo habían preguntado, y Jesús mismo también lo preguntó: “y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pues bien, el primero en proclamarlo fue el centurión, que visto lo visto, porque estaba enfrente dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Y se acabó. Se acabaron las búsquedas de Dios. Esta es la fe: este que está en la Cruz es Dios. ¿Nos atrevemos a creer en un amor así? Si es afirmativo caeremos de rodillas y confesaremos: Hágios Athánatos, eleison himás, santo e inmortal, ten piedad de nosotros. Proyectemos el mensaje de la Pascua hacia el nuevo comienzo en Galilea, así termina abierto y lleno de vida el evangelio. Vida para los que viven en la galilea de hoy, pobres, enfermos, marginados, pecadores. ¡Feliz y entrañable Pascua!

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