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Con gozo seguimos proclamando la Palabra de Dios insistiendo a tiempo y a destiempo - Francisco Cano

3. Cuaresma 2021 Jn 2,13-25

“Encontró en el templo a los vendedores y a los cambistas sentados, y haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo”.

Hoy que los “templos” están cerrados por la pandemia, no debemos olvidar que el acceso a Dios no necesita templos: Jesús es el acceso. “Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Jesús realiza un gesto de violencia provocativa, pero es violencia profética, no hay violencia de sangre, sino presencia salvadora de la Palabra: derriba simbólicamente la casa egoísta del dinero y la separación -que eso era el templo- para convertirse Él en casa de oración y encuentro (¿pretensión del carácter absoluto del cristianismo?). Es evidente que con este gesto de expulsar a los vendedores ofende al judaísmo (como hoy a los relativistas, buenistas, sincretistas), y lo hace sólo con la fuerza de su verdad, buscando el ideal de la oración, sin exclusión de los pobres, los enfermos, los marginados, los de otras etnias o religiones, ofreciendo comida para todos y familia universal.

No hay destrucción para los hombres, sino para los poderes opresores de los hombres, con la revelación salvadora de Dios en Cristo. Jesús, con este signo-opción, se opuso al orden sacerdotal del templo, a su jerarquía de levitas superiores, de forma que Hebreos lo presentará como Mesías–Sacerdote.

Como consecuencia, ha entrado en conflicto con las familias poderosas (como hoy quien vive y hace lo mismo). Ese templo debe desaparecer para dar lugar a la casa (templo) de Jesús, en oración y apertura a todas las gentes. El templo judío ha sido sustituido por Jesús, que es sentido de la casa de Dios, lugar de reunión, plegaria y salvación. Esto es la casa de Jesús (oikos mou), sentido de comunión y comunidad reunida. El gesto de Jesús simboliza el fin del templo, para ponerse Él en su lugar. Ruina del templo, como lugar de acceso a Dios, para proclamar que el acceso a Dios no necesita templos: Él es el acceso. Sí, Jesús, en ese cuerpo maltrecho, es templo. En la cruz habita la gloria de Dios. Jesús prefiere morir antes que responder con violencia a la violencia del entorno, y regala su vida por gracia. No ha impuesto el Reino por la fuerza, ni ha sido sacerdote de Jerusalén para dominar con su religión sobre la tierra, sino Mensajero y Presencia-Palabra de un Dios que es comunión, salvación universal (J. Pikaza). Jesús es el acceso al Padre, es nuestro defensor e intercesor para que tengamos con Él una relación amorosa.

Se da un paso de desacralización revolucionario: se acabaron los lugares sagrados, lo único sagrado es el hombre. El templo es sustituido por el único templo de Dios: el hombre. Tan extraordinaria revolución cambia radicalmente el concepto de lo sacral: “An nescitis quoniam membra vestra, templum sunt Spiritus sancti, qui in vobis est…” (¿Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros…?).

El templo de Dios somos cada uno de nosotros, insistirá san Pablo una y otra vez para que no convirtamos nuestros cuerpos en templos del mal, pervirtiendo así nuestros cuerpos, vendiendo, comerciando con ellos, dejando de ser casa de oración, de apertura y encuentro. Hoy urge este gesto en los cristianos.

Jesús nos dice que no nos preocupemos de esos lugares sacrales pervertidos, no quedará piedra sobre piedra, porque no son casa de solidaridad, de compartir el pan, no son espacio interior donde reside Dios. Jesús lo dice: “destruid este templo y en tres días lo levantaré”, pero él hablaba del templo de su cuerpo. Con su muerte ese santuario mentiroso debe destruirse. Con su muerte se rasga el velo del templo y se acaba la sacralidad judía y, ahora, de esas piedras sólo queda la piedra angular, “la que desecharon los arquitectos”.

El mismo cuerpo de Jesús resucitado aparece como templo para los creyentes. Y aquí descubrimos lo que es la comunidad: la “Ecclesia”, el “oikos” (casa), donde se celebra y se proclama la palabra y se comparte el pan, lugar donde nos reunimos a celebrar la muerte y la Resurrección del Señor. “Donde dos o tres están congregados en mi nombre. Allí estoy yo en medio de ellos”. Nuestras casas deben ser “iglesias domésticas”. Es el Concilio Vaticano II quien lo enseña (“In hac velut Ecclesia domestica” LG 11) y concreta: “que aunque estas comunidades sean frecuentemente pequeñas y pobres o vivan en dispersión, está presente Cristo, por cuya virtud se congrega la Iglesia una, santa, católica y apostólica” (26).

Algunos creyentes, como los judíos, creen que la salvación está en cumplir los mandamientos, como derecho ante Dios, y no como don de Dios. Los cumplo y caigo en el orgullo y la pretensión de que Dios se acomodará a mis deseos. Manipular lo sagrado en propio beneficio no es hacer la voluntad del Padre, esto es presión que esclaviza, esto es un trueque, un negocio para llevar la ofrenda, y así ofrezco sacrificios expiatorios. Los sacrificios han sido superados por el único y definitivo sacrificio de Cristo. Él se entregó libremente para poner fin a la violencia de tanto sacrificio sacral, que en realidad era un negocio para los peregrinos. ¿Dirá esto algo a la realidad de nuestras ofrendas y sacrificios?

En tiempo de pandemia, ¿hemos buscado templos construidos por manos humanas y nos hemos olvidado de que el verdadero templo soy yo? Sí: en ti, en mí mora la divinidad, ahí está su Espíritu intercediendo por nosotros con gemidos inefables (Rom 8, 26). Nuestro cuerpo es lugar privilegiado de oración, de solidaridad, de encuentro y de apertura. No vayas fuera (“noli foras ire”), entra en ti mismo. ¿A dónde iremos? A nuestro interior: “in interiore hominis habitat veritas” (San Agustín). Sí, en el siglo V se desvaneció todo el imperio romano, perdió su identidad, y ahí tenemos a un testigo de excepción: un africano que explicó el hecho del desvanecimiento de todo el imperio (María Zambrano). ¿Nos dice algo esto en la situación actual del desvanecimiento de Europa? El patrono de Europa, san Agustín, nos da una salida. ¿Aprenderemos algo?

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