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Caminamos, en medio del dolor, hacia la Pascua definitiva – Francisco Cano

2. Cuaresma 2021 Mc 9,2-10

Transfiguración: “no sabía qué decir (Pedro), pues estaban asustados”

¿De qué hablamos? De la presencia de Dios que transforma al hombre. Donde no hay cambio constante, no está Dios. Esta transfiguración la vemos en primer lugar en Jesús el Nazareno. La historia personal y de la Iglesia nos lo muestra: la presencia de Dios se nota en que la persona cambia, se transfigura; pero no como Pedro, para encerrarnos (¡qué bien se está aquí!) y quedarnos en el gozo, encerrados en nosotros mismos. No hay experiencia de encuentro con Dios si falta el salir, el bajar. No hay transfiguración sin lo que sigue al encuentro: el aviso de padecer.

Es el momento de proclamar al mundo cosas serias e importantes: la fe que continúa más allá del umbral de la muerte. Repetimos que tenemos una buena razón para vivir y morir, y esta se encuentra en la muerte y resurrección de Jesús el Nazareno al que vosotros matasteis colgándolo de un madero y Dios lo ha resucitado de entre los muertos. Esto es la transfiguración.

¿Esta oferta está fuera de lugar? No. El mundo espera razones espirituales ante lo que está sucediendo. Sí, necesita motivos serios para tener esperanza. Hoy a los cristianos nos urge volver al lugar que nos corresponde, la transfiguración nos lo muestra; privilegiar la oración y el anuncio de la Resurrección. Esta experiencia de encuentro con el Señor nos da la fuerza creadora y la capacidad de soportarlo todo. Habrá quien se aleje de tal anuncio, pero debemos hacerlo porque en adelante nada va a ser igual. Menos miedos y sentimentalismos y llevemos el coraje, el perdón y el compromiso por una sociedad más justa. Pero se trata de un dolor y un fracaso que se transfigura en vida, en plenitud de dicha que colma todas las aspiraciones humanas. Esto no es evidente, lo vivimos en esperanza.

Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Pero… ¿Dónde estamos? ¿En “¡qué mal se está aquí!” o en la huida a “¡qué bien se está aquí!”? La Transfiguración es esto: el paso de una iglesia evasiva, encerrada en sí, a la Iglesia que baja de la montaña, al valle de la problemática humana.

¡Cuántos encerramientos inmovilistas por miedo! La cruz es la fuerza y sabiduría de Dios. Este es el problema que surge al verificar que este cambio se orienta hacia un final que comporta “padecer mucho y ser despreciado”, y esto es para algunos “no saber lo que decimos”. Al final del relato queda Jesús solo, y esto quiere decir que ni en el monte, ni en los profetas, ni en la ley encontramos a Dios. Sólo en Jesús solo: “al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos” (circumspicientes, neminem amplius viderunt, nisi Jesum tantum secum”). Sólo en Jesús encontramos a Dios, y no sólo esto, sino que sólo transfigurándonos como Jesús es como realizamos el proyecto de Dios, para que también el mundo tenga futuro y esperanza. ¿Esto es lo que presentamos y ofrecemos (que no imponemos) los cristianos ante la situación actual marcada por la desesperanza, el temor y la falta de futuro? La transfiguración, la manifestación de Dios, su presencia en este mundo, es la humana convivencia de Jesús. En una palabra, Dios es transfigurado en un ser humano que soporta el dolor y la humillación para dar esperanza y abrir caminos de futuro.

Desde lo alto todo se ve distinto, desde la oración se ve como Dios quiere que lo veamos, necesitamos experiencias de fe y momentos de encuentro de la persona con Dios. Empecemos por poner la vida en sus manos, lo cual quiere decir que no nos guardamos nada. Es cierto que todos, en este camino, pasamos por momentos de luz y de sombras. Como los discípulos, a veces entendemos y otras erramos. En el Tabor estos tres discípulos comienzan a entender, pero no del todo, porque a nadie le gustan las situaciones difíciles, y eso de padecer y la muerte no es de recibo…, prefiero quedarme en las nubes del Tabor. Pero Jesús recuerda que hay que bajar. Arriba, en la montaña de la gloria, habita Jesús con sus discípulos privilegiados, entran en oración mientras Jesús les muestra la plenitud pascual, y por eso quieren permanecer allí, sin pasar por la cruz, en fiesta y en gozo, mientras los otros muchos sufrientes se han quedado abajo, en el valle de la locura del mundo, como estamos ahora, sufriendo y pervertidos. Pero no, no se puede olvidar a los sufrientes de la historia, para eso han tenido experiencia de Dios.

Ahí estamos entre la grandeza de Jesús y sus compañeros centrales, miedosos y egoístas, y nosotros encerrados por miedo: no hay que abrir la gloria de la pascua a los sufrientes de este mundo loco, poseso… En una palabra, no se puede entender la luz del Tabor como experiencia pascual -pascua sin muerte- sin entrega de la vida en favor de los demás.

El Tabor es una experiencia positiva: luz de Dios expresándose en el Cristo de la pascua, que corre el riesgo de olvidar al auténtico Jesús a quien Dios mismo llama “su Hijo”, pidiendo que le escuchemos. Es una experiencia que no ha logrado entender el sentido radical de la entrega de Jesús, que penetra por la muerte en la miseria del mundo. Esto es lo que le pasa a Pedro, que no ha entendido todavía la muerte de Jesús porque no ha ido todavía a Galilea para iniciar una Iglesia Mesiánica. Aquí no hay Iglesia evasiva encerrada en sí, en la esperanza de gloria. La gloria del monte adquiere sentido y se vuelve experiencia cristiana cuando se asume el camino del Hijo a través de la muerte: “Debe padecer y ser rechazado”. La resurrección de Jesús no va a ser victoriosa y mágica, que arregle los problemas de los seres humanos desde fuera. La verdad cristiana no reside en el retorno de Elías, sino en la necesidad de que Jesús, el Hijo del hombre, padezca y sea despreciado. Esta es la Palabra mesiánica de Dios.

Sí, necesitamos la gloria necesaria de un monte pascual, pero insuficiente si estamos encerrados en nosotros mismos. Necesitamos salir del encerramiento (“¡qué bien se está aquí!”) al dolor del llano, donde sufren mis hermanos. Esto no es erudición para discutir. Estamos llamados a rehacer, desde la experiencia pascual, el camino de entrega de Jesús, bajando de la montaña de Gloria (Tabor de Pedro y los zebedeos), al llano de los oprimidos, en fidelidad a Jesús, que entregándose salva al mundo.

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