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Dios quiere que vivamos - Francisco Cano

5. T. O. 2021 Mc 1, 29-39

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se marchó a un lugar solitario, y allí se puso a orar”

No nos perdamos al acercarnos al Jesús histórico, porque no fue solo profeta, autor de parábolas, maestro de moral, guía de los que le seguían, sino un hombre de intensa experiencia de Dios.

No fue un hombre que se recluía para huir de los problemas que tenían sus contemporáneos, sino que se atreve a hablar sobre Dios, y más, en nombre suyo, como Hijo, y lo hace no distanciándose como un sabio lejos del pueblo, sino en cercanía; sabio sí, pero contracultural, porque lo hace desde “los descartados”, diría hoy el Papa Francisco. Empecemos, pues, por poner las cosas en claro: no se hizo pobre, lo era, no buscó a los pobres de forma artificial, formaba parte de ellos, y a esto le llevó su experiencia de Dios, a quien descubrió conforme al mensaje de las bienaventuranzas.

Jesús no se limitó a esperar la obra de Dios, sino que empezó a realizarla. Los elegidos de Dios eran los pobres, los hambrientos, los tristes, los excluidos, y con ellos quiso iniciar el camino de Dios en medio del pueblo en el que vivía. Pero estos rasgos de radical gratuidad los lleva a cabo un hombre de intensa experiencia de Dios. Hoy Marcos nos lo muestra con estas palabras: “Et diluculo valde surgens”, “se levantó de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, se marchó a un lugar solitario, y allí se puso a orar”. Hay que levantarse para ir a un lugar desierto. Sí, se trata de mirar dentro para luego mirar fuera, y vamos con nuestro cuerpo, para que el cuerpo tonificado y la mente vacía estemos en disposición de acoger la Palabra, pero no con la cabeza, sino en el corazón, porque ahí es donde Jesús nos muestra de donde salía su actividad: “todo el mundo te busca” (quia omnes quaerunt te). ¿Por qué y para qué nos buscan a nosotros? ¿Cómo vivimos la vida cotidiana? Jesús nos lo dice: todo lo que hacía era para los demás. El individualismo aparece aquí como la principal amenaza. En la situación actual de pandemia, necesitamos esperanza en tiempos de incertidumbre, la oración es una tarea imprescindible.

El evangelio nos muestra el día a día de Jesús de Nazaret, nuestro día a día, lo vimos en el evangelio del domingo pasado, había expulsado a un demonio, un hombre que estaba dentro del ámbito religioso. Ahora sana a una mujer, sometida, en este caso a la fiebre, y que está en el ámbito doméstico, en una casa. “Unos le hablaron de ella inmediatamente (statim), él se acercó, la cogió de la mano y la levantó”. Esta mujer se puso de pie, erguida, la levantó (elevavit eam) y se puso a servirles. Jesús quiere mujeres erguidas, que vivan de pie, y así destaca que el servicio es un rasgo característico del seguidor de Jesús, por esto la suegra de Pedro es la primera mujer discípula del evangelio.

En Jesús de Nazaret no hay magia, sus obras no son por encantamiento, sino por comunicación personal entre los ciegos, mancos, impuros y pobres, y así les ayudó a vivir. Todos sus milagros son un compromiso en favor de la vida. De esta forma anuncia el Reino que se identifica con la presencia de Dios que es la vida de los hombres. ¡Dios quiere que vivamos! Hoy parece que estamos en necrofilia, demasiada tristeza y crespones negros, no parece que Jesús llore a los muertos, sino que su vida es una lucha contra los que matan, por eso, no es que comparta el dinero con los empobrecidos, sino que lucha contra el Mammón como contra Belcebú, porque no podéis servir a Dios y al dinero, al que el hombre identifica con el poder divino, lo hace ídolo supremo, el principio humano de la muerte. ¿Por qué queremos casar el evangelio con nuestra vida mediocre?

Jesús puso en el centro de su mensaje y de su vida un proyecto de comunión fraterna, de mesa compartida, así es cómo Jesús se separó de la Ley que distinguía por los alimentos que se comían (puros) y por las personas con las que se comía (miembros puros de Israel). Al optar por comer con los pobres y comer con los pecadores, Jesús transcendió este tipo de familia de la sangre, etnia o nación, que distinguía entre limpios y manchados (leyes sacrales que separaban ricos y pobres) descubriendo a Dios Padre en la vida / comida compartida.

Jesús se opuso a un tipo de familia de ley, buscando una fraternidad abierta a todos, desde los más pobres. La experiencia me ha hecho ver que este tipo de familia es la excepción; la mayoría de las familias llamadas cristianas, cuando les presentas a la familia de Jesús, como una comunidad mesiánica de comunicación abierta a los pobres y a los marginados de la sociedad, te responden que ellos ya ayudan a los pobres con donativos, y está bien, pero no se trata de dar, sino darse.

La experiencia pascual de la Iglesia no inventa un Cristo nuevo, distinto del Jesús de la historia, sino que acoge el impacto de su vida como resurrección, como mutación radical dentro de la misma historia, aparece como experiencia de renovación del ser humano, es decir, una nueva humanidad. Hoy sólo se oye: “mi familia y los míos”, esto es ya un gran avance, ¡ojalá se cumpliera! Pero el individualismo, el encerramiento sólo en lo nuestro, aunque esté respaldado por la ley civil y hasta religiosa que los protege, no es suficiente. En la familia cristiana existe un plus que no se debe ocultar, pero tampoco imponer. Existen otros tipos de familia que, por la misericordia de Dios, viven para los demás sin olvidar a los “suyos”.

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