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Navidad 2020: Contemplación del Misterio desde la Comunidad Asís - Hno. Roberto

Estamos celebrando el nacimiento de Jesús todos los días, y esto es un don, por ello nos preparamos pidiendo lo que no tenemos: la profundidad, la comprensión integral de lo que va a suceder, de lo que está sucediendo.

Lo que está sucediendo

Observamos lo que está sucediendo en nuestra vida ordinaria y al lado nuestro: familias sin hogar, con falta de alimentos, con falta de acogida, de conocimiento de lo que viven, niños que nacen en la pobreza, padres que se afanan por dar de comer y que a sus hijos nos les falte lo necesario, de emigrantes que no encuentran acogida, personas que están en un país que no es el suyo, dificultad de comunicación por falta de conocimiento del español, aislamiento y temor por ser rechazados, vida en ocultación porque están sin papeles, inseguridad ante el futuro, dificultades de relación, falta de conocer su historia, su éxodo de los pueblos, países del que proceden, la explotación por la mafias, el sufrimiento por alejamiento de sus seres queridos, esposas, hijos, familia, amigos, y a mujeres solas con sus niños que han sido abandonadas por sus maridos. Y a esto le sumamos el sufrimiento por el Covid del que hemos reflexionado a lo largo de este adviento de una forma especial.

Conocemos las luchas de tantas personas, y nosotros con ellos, por encontrar soluciones a sus problemas. Conocemos sus vidas y sus historias, pero, sobre todo, no son emigrantes, pobres, marginados, etc., son personas que han sufrido injusticias, y las siguen sufriendo, y mantienen la esperanza de poder encontrar una vida digna y justa.

Nosotros, los creyentes en Jesús, nos preparamos a su nacimiento desde la vida de estas personas y pedimos poder contemplar el Misterio que nos ayude a ver la realidad desde los ojos de Dios, del Niño que nace y se nos entrega “puer natus et filius datus” (Is 9,6), que ha asumido toda esta realidad existencial desde el principio.

La Navidad es un momento privilegiado para ahondar en el don de la fe y sentir la pasión y el enamoramiento por este Niño que es nuestro Dios. Nosotros nos hemos entusiasmado con el seguimiento de Jesús, queremos ser apasionados, pero con un deseo intenso no es suficiente, porque nuestra libertad está atacada por los instintos del ego, profundamente arraigado en la naturaleza humana.

Lo que va a suceder

Un Niño, hijo de José y María, nace en pobreza. Para que podamos crecer en el amor a Él, y en el servicio a nuestro mundo que nos necesita, hay que distinguir hacia dónde nos van conduciendo nuestras decisiones cotidianas: si por la vía de Dios o por el engorde del ego.

En este tiempo de preparación a la Navidad hemos orado, reflexionado y comunicado, llegando a la conclusión de que, desde el nacimiento de Jesús, el juicio definitivo es el de la positividad: La Buena Noticia; y esta es: “No temáis os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo…” Desde entonces vivimos esperanzados, porque la conclusión para todo hombre de bien es poner la vida en lo que no es renunciable: bondad, belleza y utilidad. Buscar siempre el bien es constructivo, no culpabiliza y anima a caminar con renovado entusiasmo. Jesús no condena, siempre perdona y abraza. “Ha aparecido la bondad y la ternura de Dios a la humanidad”.

La Navidad nos enseña a guardar silencio y contemplar la realidad con la mirada compasiva de Jesús. Este es un buen proyecto para crecer a la medida de nuestra vocación, alentados por la confianza, alegría y esperanza propias de la vida nueva del Espíritu.

Llamada a la contemplación

Por ello el nacimiento de Jesús nos llama a la contemplación. Que las distracciones propias de las fechas de Navidad no nos alejen de la posibilidad de poder volver sobre los principales misterios de nuestra fe, en este caso, la encarnación del Hijo de Dios. Tenemos delante la oferta de ir a pedir el conocimiento interno del Hijo que por nosotros nace y se hace hombre.

  • Al observar a José y a María, contemplamos la soledad que les reservó este momento de sus vidas
  • No pudieron celebrar, como hoy tantos, la llegada de su hijo en medio de una familia numerosa, rodeados de regalos y felicitaciones.
  • Lo que se nos presenta es que sufrieron el rechazo: “no había sitio para ellos”.
  • Al contemplar a los dos solos caminando, preocupados por las malas condiciones,
  • La noche de Belén no fue una noche de ruidos, ni en la casa ni en la calle, fue un día normal de trasiego.
  • Cumplir el requisito del censo.
  • No fue una noche tranquila la de Belén para José y María ¿Cómo preparar el lugar, acoger a los pastores sorprendidos?
  • En el calor del nacimiento van encontrando fuerzas para disfrutar del momento y celebrar de manera humilde. (No estamos narrando lo que la imaginación crea, sino una realidad cruda y dura que vivieron José y María, y tantas familias que conocemos que pasan por la misma experiencia).
  • No nace Jesús en el mejor momento para que José y María puedan acogerle, pero Dios actúa en la sorpresa, no mirando lo bien preparados que estamos, sino atendiendo a la actitud de acogida.
  • En una palabra, como en muchos matrimonios, el nacimiento de Jesús pilla desprevenidos a la Virgen y a san José, pero se disponen a hacer la acogida a la Vida que se abre paso en su pequeña familia. ¿Qué nos dice?

Traemos, hacemos presentes a tantas familias que hoy viven así; pero al mismo tiempo no podemos dejar de contemplar la ilusión por la nueva vida que se asomaba a sus rostros.

Nos paramos en nuestra experiencia. Este año hemos vivido en nuestros corazones la soledad de los que caminan solos y la soledad personal en la que los espacios de soledad se han ensanchado.

No somos espectadores, debemos tomar parte en la acción, desde la actitud del contemplativo, que es la actitud del sirviente que es capaz de ver la necesidad dibujada en el rostro del otro y del Otro. No vamos de salvadores, sino desde el papel de servidores. Esto lo hacemos desde nuestros encuentros cotidianos; ver a las personas desde la actitud del que contempla, del que sirve.

De positivo nada de nada, pero ahí surge la Buena Noticia. El mensaje está lleno de positividad:

  • en medio de las circunstancia adversas, estaba rodeando el momento más importante de su vida, el nacimiento de su primogénito.
  • ¿Qué diálogo mantuvieron José y María? No es difícil imaginarlo.
  • Creemos que las primeras palabras que escuchó Jesús de María y José se las inspiraría el Señor
  • La cálida acogida y por esto Jesús no sufrió un abandono absoluto.
  • Las conversaciones de José y María traslucen la esperanza que trae el recién nacido, que nos abre preguntas de futuro, aunque no sepamos bien que nos deparará esta nueva vida que ha nacido.

José y María se nos presentan como ejemplos, cuando vivimos con tantos que están soportando trabajos de hambre, de sed y calor y de frío (temporeros), pero ellos son conscientes de que están haciendo lo que tiene que hacer.

Estamos celebrando estas Navidades echando una mano gratuitamente en la preparación de nuestras fiestas de Navidad, con los que sabemos que están abandonados, y en este servicio dado gratuitamente, disfrutamos. Son 150 las familias que te y nos han dicho gracias, es Jesús el que te y nos dice: “y el que os dé a beber un vaso de agua porque sois de Cristo, en verdad os digo que no quedara sin recompensa”. Gracias Señor, ya la hemos recibido.

Nos movemos, estamos en acción, caminando a Belén, contemplando

¿Cómo estamos ayudando al Niño? La respuesta está en tantos de nosotros que, en la “noche” estamos ayudando y sirviendo a muchos.

Tenemos que orar unos por otros para que no desfallezcamos en esta responsabilidad de paliar tanta soledad que duele de modo especial en estos días de Navidad.

Quisiera que estas reflexiones acabaran en una comunicación, pero existe una que es insustituible, la que cada uno tenemos con Jesús. Contemplemos cómo Jesús se nos presenta indefenso, improductivo, ni siquiera sabe hablar, y ahora que sabemos que ha hablado, entremos en el misterio que este Niño nos trae y contemplémoslo, porque su atractivo no está en lo que nos pueda hacer o decir.

Contemplemos esta impotencia, y que sea ella la que nos mueva en lo más profundo de nuestro ser, no los hechos o las palabras.

La indefensión que contemplamos es la que despierta en nosotros el mejor sentimiento que podemos albergar: la ternura. Una ternura que no se agota y dispone nuestro corazón a la entrega en medio de nuestras limitaciones en la vida cotidiana. La ternura ante un recién nacido conecta con todo lo bueno que alberga nuestro interior que hace que brote lo más hondo de nuestro ser. ¿Estamos conectados con nuestra dependencia? Porque esta nos recuerda lo que hemos sido y seguimos siendo. Estamos necesitados de ser cuidados.

Contemplemos la maravilla de una vida nueva que se nos pone en nuestras manos y que depende de nosotros. ¿Qué más podemos hacer ante el nacimiento de Jesús que contemplar, agradecer y acoger en nuestras manos el extraordinario don que se nos regala? “Puer natus et filius datus”. Este es el silencio que, en nuestros días festivos, se nos pide que hagamos. Al contemplar la impotencia absoluta surge en nosotros la urgencia del servicio incondicional. Esta es nuestra grandeza, nuestra vocación. No lo olvidemos: este recién nacido se nos revela como Dios, y lo que nos muestra es su dependencia. Sí, un Dios que se nos revela como necesitado de nosotros, que nos llama al servicio, de ahí nace nuestra vocación: cuidando a los indefensos, le cuidamos a Él.

“Filius datus”. El Hijo se nos ha entregado. Sí, encarnación y Pascua van juntos. Él quiere que le acompañemos hasta el final de su vida, sabiendo que el camino no es fácil, y el final será morir en la cruz.

Si al final de este tiempo de Adviento, que nos ha llevado a esta “Navidad”, no nos queda más que un Dios hecho niño, un Dios que elige nacer indefenso y ponerse en nuestras manos, no nos preocupemos si no tenemos grandes logros o respuestas, más bien nos queda el silencio, este silencio en el que Dios habla. Con este mensaje nos hemos felicitado estas navidades, silencio que aguarda y también la presencia cierta de una vida, de un modo que no podemos cambiar: Dios ya se ha unido a nuestra vida.

Ante este misterio nos crecemos. Porque no podemos hacer otra cosa que poner en Él toda esperanza para lo que está por venir. Podemos albergar muchos proyectos, caminos que recorrer, misterios que contemplar, pero esta noche eso nos queda lejano ante la certeza de la inmediatez de Dios

En esta noche podemos sentir su peso, su respiración, verle, estudiar sus rasgos y prestarle nuestros cuidados. Dios se ha hecho uno de nosotros. En esta Noche, noche de Belén, nos ofrece la oportunidad de sentir la presencia real de Dios, y sentir ya que no había vuelta atrás. Su presencia no nos va a abandonar.

Nos hemos podido asomar al rostro de Jesús, hemos visto al Niño y se nos ha dado a contemplar la presencia de Dios Padre y la presencia de Dios Espíritu Santo. En esta noche, noche de luz, la familia trinitaria se ha posado en esa luz que lo anega todo por completo. Aquí radica el Misterio que estamos celebrando, contemplando, el Misterio del rostro del Señor: su belleza, su paz, su acogida permanente, su ternura. Esto es hacer teología: “si eres teólogo, orarás verdaderamente; y si oras de verdad eres teólogo” (Evagrio Póntico). Si oramos de forma viva y constante tenemos la llave hermenéutica para conocer a Dios. Dios ya ha hablado y no tiene más que decir, por esto calla. La oración es en todo momento la voz a Dios debida, por lo que cuando nosotros nos abrimos a la oración comenzamos desde el principio agradeciendo un don tan inmerecido. Gracias, Señor. ¡Feliz, entrañable y dichosa Navidad!

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