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Libertad, muerte y Dios - Antonio Calvo Orcal

Una de las grandes lecciones de esta pandemia es, para mí, lo fácil que resulta instaurar un régimen totalitario. Todavía no se me ha ido el pasmo al comprobar con qué facilidad renunciamos a derechos fundamentales por el miedo, la culpa, o el señalamiento social como disidente insolidario. Lo más aterrador de esta concienciación de la enorme fragilidad humana ya no es lo que nos está pasando, es, sobre todo, lo que personas poderosas, desorientadas humanamente y sin escrúpulos, podrán hacer con nosotros en un futuro muy cercano.

Si combinamos esta lección, con la inteligencia artificial, la bioingeniería, la inmensa riqueza y poder acumulado en unos pocos y, al mismo tiempo, la inexistencia o debilidad de un poder universal que acoja, proteja, promueva e integre a todas las personas de la tierra, la dignidad inalienable de cada cual por ser hombre, el panorama es desalentador.

Sin embargo, siempre ha acontecido que en los grandes hundimientos, en las crisis más tenebrosas de la historia, han surgido hombres que han apartado el miedo, sudando sangre, sin concesiones hacia sí mismos, indomables, y han antepuesto la eternidad en el tiempo. La verdad y el amor, la verdad del amor que les bullía en los adentros, la eternidad creadora que el hombre es capaz de experimentar en cada acto de amor, no les ha permitido arrodillarse ante el desvarío personal y social que les toco vivir.

Estamos ya, pero, sobre todo, vamos hacia tiempos de noche en los que también habrá un alba en la que tendremos que creer y esperar amando. No habrá otro camino. Nunca lo ha habido. Y, si el hombre sigue siendo este espíritu encarnado que sólo puede realizarse bien haciendo el bien, es decir, amando a todo y a todos, también y en primer lugar, a los enemigos, va a necesitar con urgencia una educación permanente en el amor. La educación humana cabal no puede ser en otra realidad. Y, junto al amor, un método, la noviolencia.

Por mucho que nos empeñemos en distraernos, sólo devolviendo bien por mal se puede crear lo nuevo que humaniza. Vienen tiempos de empujones. La vida nos va a empujar con un aullido interminable y permanente. La rapidez y eficacia de la técnica, que debería liberarnos del tener que dedicar nuestro tiempo de vida al agobio de tener que ganarnos la vida en empleos múltiples, rutinarios y mal pagados, sin una legislación internacional que sea eficaz, de una vez, para poner la dignidad y el derecho a la vida de todos y cada uno de los hombres en primer lugar, sólo producirá seres inútiles, dependientes, infantilizados, asolados, sobrantes, a los que les será muy difícil encontrar un sentido a su existir.

La condición humana es mortal. Por mucho que dure la vida o nos lo parezca, vivir es sólo un suspiro antes de morir. Para vivir como hombres es menester estar dispuesto, y cultivar como algo realmente posible en cada instante, morir. Si alguien puede agarrarnos por el miedo a morir, habrá acabado con nuestro vivir en ese mismo instante.

La condición humana es amorosa y trascendente. En cada acto de amor que experimentamos, comprendemos que la eternidad, ese ahora que se muestra pleno, con la claridad de lo que debería ser siempre, es real y está en el tiempo mortal. La podemos hacer nosotros. Quizás sólo podemos anhelar lo que ya somos. Pero, ahí, en nosotros se manifiesta lo que nosotros no podemos alcanzar por nosotros mismos. Por eso, creer en Dios, confiar en una Realidad Personal Creadora, no es una quimera, ni un deseo infantil. Creer en Dios, y que ese Ser sea fundamento y sentido, signifique ese símbolo con el que lo nombramos lo que quiera significar. Aceptar, por tanto, que somos criaturas amadas, hijos, con la humildad y el agradecimiento que el misterio requiere, no sólo se muestra como lo más razonable y la mejor apuesta por la vida y por el ser. Se muestra, también, como el más poderoso dique de contención de cualquier poder que pretenda tener la impostura de sustituirlo.

Son tiempos de insurrección, de desobediencia a leyes sin legitimidad, de apostar por la vida sin miedo y sin tardanza a entregarla. Las religiones, que han ayudado a descubrir valores universales y han dado esperanza a los hombres, son hoy, posiblemente, su mayor amenaza y su mayor obstáculo si persisten en la ceguera de no unirse confiando todas a una en esa Realidad Creadora que sólo consiste en Amar, y trabajando desde abajo el testimonio de ese amor. Tendrán que trabajar la generosidad de la desaparición en la comunidad humana. La política que no sea la organización de lo local, cercano y cotidiano con mirada universal y amorosa, no tiene derecho a ser votada, ni a existir. Lo que no vaya en la traza de una organización de una mayor amistad entre todos los hombres no es política humana. Es una impostura, y quienes quieren vivir de ella, son impostores. ¡Fuera los bozales y las máscaras! La neutralidad es imposible.

Navidad del 2020

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