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Para una normalidad del yo al nosotros – Carlos Díaz

1. Un nosotros no es un sumatorio de yoes. El sumatorio yo+yo+yo+yo+yo = yosotros, pero no = nosotros. En el yosotros no hay mundo compartido, sino micromundos separados.

No es primero el yo y luego el tú. Tampoco es primero el tú y luego el yo. Al nacer, soy nacido en medio de otras personas nacidas. Si nadie hubiera llegado a nacer, tampoco el mundo existiría. El mundo es una comunidad difusa. A veces también, cada persona es una totalidad confusa. Pero, mientras seamos, seremos seres-en-el-mundo-y-con-las-cosas, velis nolis. La enfermedad es contagiosa. La salud también lo es.

Lo mismo ocurre a nivel ecológico y social: su enfermedad es la mía, mi salud la suya. La enfermedad está esperando a que el recluido en su búnker decida sacar la cabeza fuera de él.

Quien, por los motivos que fueren, desprecia la salud de su propio yo, desprecia también al mundo que le concierne. Por idénticas razones, quien desprecia al mundo circunvalante, antes o después terminará despreciando al propio yo. Un mundo que menosprecia a cada persona es tan despreciable como cada persona que desprecia al mundo.

La sanación personalista y comunitaria consiste en la abolición del yo subjetivista y acosmista, pero no para quedarse sin los yoes constructores de un “nosotros” mejor. El camino es el siguiente:

del yo al tú y del tú al yo en el nosotros del tú/y/yo;

del nosotros del tú/y/yo a cada tú y a cada yo.

Quien va directo al yo puenteando al tú, o a la inversa, queda incapacitado para decir de verdad y de corazón “nosotros”. Quien va directo al “nosotros” puenteando al yo y al tú nunca construye una comunidad de iguales, e incluso su propio yo será desigual.

La salud es tarea de todos y cada uno. Las terapias narcisistas vuelven siempre al mismo vómito, el del “sálvese quien pueda, y caiga quien caiga, menos yo”.

 

2. Cuanto más irreductible y clausurada, tanto más pobre resulta ser cada realidad personal. La sociedad individualista nos vende sólo partículas o fragmentos del “nosotros”, en el cual el yo y el tú tomados como objetos no conviven como personas. Esta es su dialéctica o dualéctica:

- Consume a todos,

- cada uno de los cuales consume a los demás,

- y estos finalmente se autoconsumen y enferman.

Porque el consumo no con/suma, sino que con/resta, una terapia adecuada buscará ser productiva para todos. Si después de la terapia no se ha producido la elevación del nivel relacional del todos y cada uno, no habrá servido para gran cosa.

Dicho de otro modo: la psicoterapia saludable se conoce por la cohesión constructivista que introduce entre todos y cada uno de sus miembros.

 

3. Ahora bien, ¿cuáles son los mecanismos fóbicos que nos llevan a ti, a mí y a nosotros a degradar, agredir, cosificar al tú, e incluso a aborrecer al yo antes o después de ello? ¿Cuáles son los mecanismos fóbicos que, por su parte, llevan al nosotros grupal a degradar, agredir, aborrecer y cosificar al tú, al yo, e incluso al nosotros mismo?

La terapia analizará con acuciosa rigurosidad el padecimiento de cada individuo del grupo, caso a caso, pero también fenomenológicamente, es decir, según las causas comunes y esenciales al desamor existente en individuos y sociedades. Esa antropología sintagmática no puede ignorar la humana fragilidad, pero tampoco su grandeza. Lo cual exige afrontar seriamente los mecanismos de desvelamiento de las veladas heridas narcisistas a fin de acogerlas, sanarlas y superarlas, conforme a su grandeza.

Por esa razón, en esta psicoterapia tensada por la detección y el reconocimiento de los errores y las heridas no puede faltar la propuesta superadora, ni la esperanza fundada, a no confundir con las esperanzas infundadas.

 

4. Por lo antedicho, una psicoterapia del yo al nosotros debe de (tiene el deber de) dar el paso del yo real de hoy al yo posible. El yo real con el que uno nace va adquiriendo formas venideras que abren horizonte desde el presente. Esa humanación futuriza de la realidad personal constituye la esencia de la terapia personalista y comunitaria.

Se hace camino al andar. Pero siempre, sobre lo andado, tendremos que rehacer nuevas andaduras: andado es lo ya caminado, andadura lo todavía por caminar. La estructura valetudinaria de la persona es gerundial. El fin de la andadura coincide con el comienzo de la muerte, no siendo la tanatoterapia sino la última palabra de la psicoterapia.

 

5. Toda andadura noscéntrica constituye nuestro argumento de realidad, la estructura necesaria de nuestro yo narrativo. No es, pues, algo transitorio y que genere para siempre una felicidad inamovible (homeostasis). La vida no es sólo cama muelle, sino también cama dura, esfuerzo. La verdadera voluntad de vivir es siempre y al mismo tiempo voluntad de crecer (homeorresis). Cada día hay que dejar en el gimnasio de la vida un círculo de sudor.

 

6. En una comunidad terapéutica que camina bien, los instruidos se convierten en instructores, los sanados en sanadores. Sin esta dinámica proyectiva se producen dos situaciones: la de construir la muralla del yo autoclausurado por miedo al contagio foráneo, y la de abandonar a su desgracia a cuantos quedan fuera de ese mi yo. La persona deviene entonces un tapiador tapiado, un poseedor poseído, una apariencia de presencia de ser en el seno del no ser. Cada cual en su casa y Dios en la de nadie, conforme a la praxis de las sociedades sin sujeto, líquidas por liquidadas.

 

7. La pregunta adecuada de una terapia del yo al nosotros no es únicamente qué puedo yo recibir del grupo terapéutico, sino qué puedo yo aportar al nosotros terapéutico. Terapéutico, o sea, susceptible de cura, de rehabilitación por medio del cuidado, del trato a las personas como si fueran dioses, sin lo cual no podríamos tratar a los dioses como si fueran personas.

La terapia comunitaria que va del yo al nosotros es, pues, abierta al nosotros trascendente.

 

8. También las comunidades terapéuticas se han ido envileciendo con el curso del tiempo, sin demasiadas excepciones históricas. Hay que volver a empezar cuando el grupo se ha convertido en tóxico o en errático. De todos modos, también los grupos pueden ser resanados regresando a su origen. Vivir, a escala individual o/y colectiva, es refundar. Sólo la persona es un animal refundable.

 

9. Los colectivos no institucionalizados van y vienen erráticamente sin ir a parte real alguna: por su parte la tendencia dogmática de los “antiguos” o de los “padres fundadores” de los grupos institucionalizados suele ser tan perversa como la iconoclástica de sus nuevos adherentes recién llegados. Madurar conlleva intercambiar fragilidades. ¿A mayor cantidad, inevitablemente menor calidad relacional? ¿Cuántos yoes son precisos para formar un nosotros verdadero?, ¿existe algún límite numérico, algún cupo numérico o moral de perfectos en el paso del yo al nosotros y, de ser así, cuál?

 

10. A mayor cantidad de adherentes resulta inevitable una menor calidad relacional. Subgrupos, capillas conspiracionistas van a existir siempre a partir de un momento dado. Entonces los grupos comenzarán a disolverse en el amiguismo sin comunidad de trabajo, en té para el domingo por la tarde.

Sólo con mejores personas son posibles mejores grupos. Ahora bien, ¿en qué consiste una persona buena y una mala en relación con el grupo? Un grupo no es mejor por tan sólo ser más identitario funcionalmente, pero tampoco se sostiene sin esa cohesión funcional.

Personas particulares funcionales no pueden ser personas disfuncionales para el grupo, ni grupos funcionales pueden ser disfuncionales para las personas que lo componen.

 

11. Si la bondad militante de las personas no fuese un elemento de aglutinación de sus comunes intereses, ¿qué otros intereses aglutinadores habría que potenciar y privilegiar?

 

12. ¿Cómo comportarse en la psicoterapia centrada en el yo/tú/nosotros (todos para uno y uno para todos, postconvencional), respecto de planteamientos yo/yo (preconvencional), y del tipo yo/familia/amigos (convencional)?

La terapia centrada en el yo-y-nosotros no puede darse sin voluntad tuificante de los egofacientes. Mas ¿cómo lograr la apertura hacia el nosotros sin la simultánea apertura dativa hacia él por parte de cada yo? ¿Hasta qué punto cabría el “nosotros” sin una voluntad de cesión del ego en favor del “nosotros”?

¿Cómo denotar los límites terapéuticos del nosotros frente a los rasgos del yo refractario, renuente, consumidor de la savia común sin aportación alguna?

¿Qué factores de salud psíquica puede proporcionar el “nosotros espejo” sobre el “espejo yo”?

 

13. ¿Cómo instaurar las reglas y normas en una comunidad terapéutica?, ¿o sería preferible la inexistencia de toda normatividad en nombre del respeto a la libertad creativa individualista?

Dada la interminabilidad de los intereses existentes en los grupos y en cada una de las personas que los componen, ¿cómo establecer una escala axiológica objetiva entre personas y grupos con diferentes cosmovisiones y procedencias rescatando lo que une?

Toda escala puede y debe ser dialogada; ahora bien, si no logra establecerse un mínimo no hay terapia, ni terapeuta, ni líder, ni maestro capaz de enuclear grupo alguno. Aquí, menos que en ningún otro lugar, sobra el estudio, la formación, el magisterio entendido como ministerio, es decir, como servicio. Una cosa es el pluralismo axiológico con normas comunes, y otra el caos anómico.

 

14. Pero, una vez establecido el ideario realista, ¿cómo afrontar el efecto desmoralizador de quienes dicen compartir unos valores, pero no los ejercen, e incluso los ejercen en sentido contrario?, ¿cómo hacer posible terapéuticamente que la persona que usa la mascarilla para combatir el virus no vea burlado su esfuerzo cuando los perversos organizan fiestas privadas de todo, menos de capacidad de contagio y de transmisión del mal? ¿Y cómo, si la persona decente paga impuestos y no transa, en una sociedad desencajada axiológicamente?

La función terapéutica en todas esas situaciones de la vida es la de enseñar a comportarse decentemente, in solidum. La función sanadora del desorden establecido no es correcta cuando los individuos recuperados de algunos problemas personales no asumen un papel regeneracionista de los demás, tanto dentro del grupo como fuera del grupo.

El “hacer lo que todos hacen”, “aunque robando yo un poco menos”, significa un fracaso de la humanidad, que además resulta durísimo especialmente para la persona que ha decidido cambiar su ordo amoris hacia un nosotros solidario, y que en pago a semejante comportamiento sólo recibe por contrapartida el trato de idealista, tonto, romántico, ingenuo, fundamentalista.

De tal modo terminan los propios grupos matando al mensajero de un posible mundo mejor, mientras se reacomodan tratando de hacer convivir su mala conciencia con la buena, algo que únicamente puede resultar antitético respecto de la salud mental y social normalizadora. Sin un new begining no queda más que la inveterada reiteración de los males anteriores.

 

15. A pesar de la pandémica proliferación de grupos burbuja, de las sectas, de los “buenos”, así como también de los grupos vandálicos malos, ¿acaso no corresponde a la terapia que quiere ir del yo al nosotros erguirse en antítesis de lo podrido organizando cauces exploratorios cuando los existentes no satisfacen?

Siempre se puede hacer algo más y mejor, razón por la cual no debe considerarse sanado a un colectivo que se recluye en su propia logromotivación, aunque el resto de los valores societarios se descomponga. Allí, más y peores pandemias acechan.

 

16. Así pues, dada la interrelación yo/tú/nosotros, ¿qué consecuencias antropo/psico/sociológicas se desprenderían para los propios miembros de grupos que supuestamente mejoran y se purifican sin que cambie una sociedad donde el valor principal es que “quien no transa no avansa”?

La conversión del corazón ¿cuánto tiene que ver con el cambio de vida? ¿O eso de la conversión está superado y pertenece a los tiempos de la abuelita porque la propia sociedad en su conjunto tiene poder regenerador automático?

 

17. Ayudar a sanar el alma exige saber/ querer/ poder/ deber/ esperar/ hacer/ agradecer, cuya reciprocidad interactiva hay que conocer a fondo. Plantear la imprescindible interacción de estas palabras clave en orden al descubrimiento real del horizonte de sentido de la existencia resulta de obligado cumplimiento formativo e informativo.

 

18. Los valores son universales, las necesidades particulares.

Aprender significa conocerse, y ello exige reconocer al mismo tiempo la relación intrínseca que existe entre escala de valores y escala de necesidades. Si necesito una cuadra de caballos, un avión y un campo de golf, pero quiero sólo lo esencial, viviré una vida esquizofrénica axiológica y antropológicamente. Pues quien necesita mucho tiene que ganar mucho y sufrir o hacer sufrir mucho para ello.

Ninguna escala de valores puede contradecirse con la escala de necesidades. Hacerlo es la esencia de la hipocresía de manga ancha.

 

19. ¿Estás preparado para que la psicoterapia te duela? ¿O eso de la psicoterapia es un cuento chino? Si prefieres solamente curiosear, no te servirá de mucho. Saldrás mejor de la terapia cuanto más grande sean tu laboreo y tu esperanza, tu sufrimiento, a no confundir con masoquismo.

La psicoterapia no consiste tan sólo en pensar sobre la técnica psicoterapéutica. Te tiene que dolor mucho para que aprendas de verdad y cambies mucho. Y sólo aprenderás a ser persona nueva si, cuando sufres, eres cuidado, porque tu sufrimiento interese a otros, y si cuidas porque el sufrimiento del otro ser humano te haga sufrir a ti.

 

20. El itinerarium psicosocial sigue estos pasos:

a). Analizo el sufrimiento en las realidades personales.

b). Y porque yo soy tú-y-yo y tú eres tú-y-yo, tú me dueles porque eres importante para mí.

c). Cuido a quien sufre, luego existo.

Porque lo que no mejora empeora.

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