Artículos

Verdad y mentira del mito – Carlos Díaz

Los mitos no son Fucks News, ni invasiones de mentiras tuiteadas, ni recurso de los mass media, ni la oficina donde se fraguan las industrias de la conspiración. Los mitos no son los medios de comunicación cuyos fines se tejen en el telar de Satanás. Los mitos no son las aspiraciones de quienes, llenos de miedo a ser vistos como realmente son, aparentan lo que no son, para lo cual ego sum imperator. Los mitos no son los dictámenes de birrete y toga agrupados bajo el lema “la ley es igual para todos”, con ramitos de flores sobre la mesa de los jueces, tan parecidos sin embargo a los tribunales de la isla de Guadalupe, donde los litigantes, para alejar a los zombis, lanzan huevos podridos contra el palacio de justicia y se orinan en un rincón de la sala de la audiencia. Los mitos no son mujeres tetudas gracias a grandes rellenos de silicona, ni hombres con elongación del hueso peneano. También constituye un mito caracterizar de mitología al conjunto de creencias de un pueblo relativas a sus orígenes, sus héroes y dioses, por oposición a la historia verdadera… que inventa más tarde.

Los mitos se envuelven con un ropaje extraño, pero sin hacer dejación de su voluntad realista, y se expresan en lenguaje alegórico (narrativo indirecto). ¿Por qué? ¿Porque carecen de las necesarias nociones abstractas con que expresar sus convicciones?, ¿o para presentarlas más persuasivamente?, ¿o para mantener lejos a los indignos que pretendían apoderarse de las verdades?, ¿o para incitar a los demás a la colaboración mediante difíciles especulaciones?, ¿o para adaptar la mentalidad comunicante a la comunicada del auditorio?, ¿o para mostrar con la estructura alegórica la exuberante riqueza de lo narrado?

El mito era el que contaba la verdad: la historia verdadera sólo mentira. El mito proporcionaba a la historia un tono más profundo y rico porque revelaba un destino trágico. El pasado prefigura el futuro, todo vuelve a comenzar, de ahí la convicción clásica de que nunca hay nada nuevo bajo el sol. La reiteración del instante de los comienzos pide purificación de la suciedad o culpabilidad acumulada, desquiciada respecto del eje o quicio histórico del ayer, de ahí el necesario castigo del hombre, animal expiatorio. Desde entonces, una cierta cantidad de sufrimiento le está reservada a la humanidad, por el simple hecho de hallarse en un ciclo cósmico descendente o cercano a su final. No pocos caen en el fatalismo astrológico o creen en una eterna repetición en el sentido estricto del término. Si el ciclo cósmico descendente coincidía con el individual del creyente, entonces los padecimientos se intensificaban. La historia como pesimismo sobrenada en la mayoría de las cosmovisiones, y de ahí la importancia que en ellas adquiere la evitación del sufrimiento.

El mito se remite al comienzo de los tiempos y de las vidas con la intención de resaltar su condición de historia constituyente. La actitud mítica, relato imaginario del sentido de la realidad pero con intención de verdad, no debe confundirse con la invención, la fábula, el cuento, o la leyenda. Para el mito, nuestra vida es copia de otra anterior: todo lo que el hombre hace es reflejo de algo que ya fue hecho en la eternidad, razón por la cual el pasado se repite en cada generación. Cuando una generación acaba su ciclo, otra empieza para hacer lo mismo, poniendo de manifiesto esa nostalgia de aquellos tiempos que la fiesta celebra como el momento anamnético de aquel Gran Tiempo primero que la peregrinación resignifica como marcha hacia el Lugar originario, con sus ritos de purificación tras la Pureza originaria.

El mito funde cielo y tierra, la naturaleza se diviniza, lo divino se naturaliza, y el conjunto refleja la realidad como teogonía -origen de los dioses- e historia genealógica que, al establecer su estirpe, señala también el orden inexorable del devenir humano. Jerarquizados los dioses y distribuidos sus papeles, a los humanos les son adscritos sus roles.

Las cosmogonías son catenoteístas: “Los dioses son treinta y tres, trescientos tres, tres mil tres, tres, dos, uno y medio, uno” (Brihad-aranyaka Upanishad). Todos los dioses remiten a un trasfondo común, incluso las fuerzas impersonales de la naturaleza (tormentas, vientos) a las que se asignan características numinosas o espirituales, de ahí que resulten intercambiables, pues una fuerza impersonal es siempre ambigua, susceptible de presentar muchos rostros o personificaciones, no personalizaciones. Ahora bien, ese politeísmo no impide un cierto henoteísmo, el reconocimiento de una sola divinidad principal a la cual se demandan beneficios y a cambio se ofrecen sacrificios: “Todas las cosas tienen al Uno, a lo Brahmán; todos los seres están en mí, pero yo no estoy en ellos”. Él es lo absoluto, lo todo, lo uno, lo sin nombre ni forma, la cima, el principio primordial e impersonal, la sustancia primigenia de cada uno de los seres, al que estos retornan con la periodicidad de los ciclos cósmicos: “Todo lo existente es Brahmán. Se permanece en la paz reconociendo que él es el principio, el fin y el presente de todo. Espíritu puro, tiene por cuerpo la vida, por forma la luz, por concepto la verdad, por esencia el espacio; fuente de toda actividad, abarcador de cuanto existe. Este espíritu que está en el interior de mi corazón es más pequeño que el meollo de un grano de alpiste. Es más grande que la Tierra, mayor que el espacio, que el cielo, que todos los mundos”.

- Impersonalismo cosmicista y divinidades abstractas: Algunas de las divinidades abstractas son simples deificaciones de nombres abstractos, como Fe, Cólera. Más frecuentes son las abstracciones de atributos operativos como Creador y Señor de las criaturas, originariamente propiedades de uno o varios dioses. Hay también entidades semidivinas y personajes míticos como las ninfas, con amantes humanos. Grandes almas ayudan a quienes les dirigen sus súplicas, hombres que por su excelente comportamiento durante su existencia merecieron ser admitidos entre los dioses por un tiempo determinado, participando de su bondad, pero no de su poder. Y también abundan los animales sagrados, benéficos y maléficos, con inmensos poderes e incluso elevados a la categoría de divinidad, buena o mala, como la serpiente, que devienen humanos. Tampoco faltan los infinitos demonios. Por último, las montañas sagradas simbolizan el ascenso hacia lo eterno, la tierra, centro del cosmos. Todo vale como copia, plano o calco de un nivel cósmico superior en pureza. Incluso las regiones incultas, eriales, ciénagas, pantanos, marismas, serán asimiladas al caos informe anterior a la población humana, de ahí la relación entre la exploración de territorios, la exorcización de los males, y la reconciliación final con el bien.

- Orden del tiempo. La Tierra muere todos los años en invierno y renace en primavera. Los ritos de purificación (expulsión de demonios, de enfermedades) y los ceremoniales de principio y de fin de año señalan la intención regeneradora del tiempo originario. Toda unión o matrimonio entre humanos deviene hierogamia (matrimonio sagrado), en la medida en que reproduce la originaria unión cósmica de los elementos lluvia y tierra, siembra y cosecha, a su vez reflejos de la unión entre lo celeste divino y la Madre Tierra. La historia humana refleja la verdadera historia del más allá y de aquel tiempo mítico del que el tiempo humano es pálida imagen.

El modelo cíclico tomado de los movimientos de la luna, en cuyas fases -aparición, crecimiento, mengua, desaparición, reaparición después de tres noches de tiniebla-, e incluso las catástrofes cíclicas destructivas, quedan depuradas y regeneradas al volver a empezar. La memoria popular convierte los acontecimientos individuales en mitos individualizados (héroes que luchan contra el monstruo) o colectivos. Todos están unidos porque participan de la genealogía de la comunidad.

- Ritualismo. El fracaso se produce por carencia de exactitud en la práctica del ritual, por eso equivocarse en el ritual podrá resultar terrible, lo que obligará a su repetición literal. Por los ritos se mantienen en armonía cielo y tierra, brillan el sol y la luna, siguen el orden debido las cuatro estaciones, las estrellas se mantienen en su curso, fluyen los ríos y prosperan las cosas, se templan el amor y el odio, gozo y tristeza guardan equilibrio. Quien guarda los ritos nunca se ve confundido en medio de múltiples cambios, quien de ellos se aparta, termina por perderse.

Y dicho esto, mira hacia ti mismo, humano.

Share on Myspace