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Jesús une lo divino con lo humano: amor a Dios y al prójimo - Francisco Cano

30. T. O. 2020 Mt 22,34-40

Para Jesús es inseparable lo uno de lo otro. ¿Qué estamos exponiendo? Que es una ilusión pensar que se puede estar en buena relación con Dios, relacionándose mal con los otros, sean estos quienes sean. Es imposible tener relaciones con Dios sin tener relaciones fraternas.

Alguno puede decir que Jesús, al unir lo divino con lo humano, seculariza la religión, y así es en efecto, porque pone lo religioso en el ámbito de lo laico. Lo más grande en la vida es ser ni más ni menos que buena persona. Ese fue Jesús: un hombre que pasó por la vida haciendo el bien sin mirar a quien. Un hombre “muy bueno”: Dios. Dios no es inmanente al mundo, pero tampoco distante. En Jesús de Nazaret está unido lo divino y lo humano, pero no en apariencia, sino hasta las últimas consecuencias: dar la vida por amor.

El hombre puede vivir confiado en Dios porque primero Él se ha confiado al hombre. No soy yo el que tomo la iniciativa de amar a Dios, sino que él nos amó primero y nos envió a su Hijo para librarnos de la muerte y del pecado (1 Jn 4,10). Dios cree en mí, Dios confía en mí, Dios viene a mí, Dios reza en mí, Dios toma la iniciativa y al hombre se le pide esta pasividad: dejar a Dios ser Dios. Mientras vivo en esta carne mortal vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gal 2,20). Esta es la experiencia fundante del Dios-Amor sin la cual no hay posibilidad de ser testigos de su amor. El hecho de que el corazón no esté abierto a un reconocimiento radical de Dios tiene como consecuencia que no lo esté tampoco ni al otro ni a sí mismo.

Cuando lo sagrado se constituye en reducto cerrado y separado dentro del mundo profano, pierde su carácter de mediación con la trascendencia y degenera en sacralización, que no es lo mismo que consagración.

El mandamiento del amor al prójimo es de la misma importancia que el amor a Dios. Este comportamiento de Jesús da a la religión y a la ética un giro totalmente nuevo en la historia de las tradiciones religiosas de la humanidad. Lo sagrado es el hombre, en el que Dios vive. Quien maltrata esta dignidad del hombre maltrata a Dios, desprecia su imagen y semejanza.

Estamos en plena pandemia. ¿Estamos viendo el cambio? No es un cambio a peor, sino a algo nuevo que intuimos y que no podemos todavía precisar. No es el momento de aferrarse a lo que ya pasó, sino de estar abiertos a lo que está naciendo. Para ello tenemos que superar el miedo, estamos perdiendo seguridades, ganando claridad en muchas cosas, y lo único que podemos decir es que saldrá adelante el que no esté anclado al pasado que ya no volverá nunca, el que tiene el coraje de la libertad porque algo nuevo está naciendo. La fe así lo proclama: No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis? (Is 43,18-19). No estemos atados al pasado, 248 preceptos y 365 prohibiciones, sólo uno es decisivo en nuestra vida: el amor a Dios y al prójimo.

Le amamos porque nos ha dado la vida, y nos ha amado entregando la suya. No debemos sólo vivir al lado del otro, debemos amarlo, porque en ello nos va la vida. Esta es la ley que debemos cumplir, que no limita nuestra libertad, sino que busca darnos la felicidad. La fuerza experimentada del amor que Dios me tiene es la que me lanza al amor, y también el descubrir este amor en la vida humana de tantos que aman desde su condición de hombres. ¿0 es que no descubrimos, con sorpresa, ese amor en tantos hombres y mujeres que nos han precedido y viven con nosotros en el hoy de cada día?

Pero no somos ingenuos, ni prepotentes: hasta que el hombre en su ser mismo no sea sanado en su relación con Dios, mientras permanezca apegado a sí mismo, ninguna liberación puede llegar a su cumplimiento. Sólo el descubrimiento de un Dios bueno, un Dios de amor, un Dios libre, puede crear en el hombre esa confianza necesaria que no deja ceder a la esclavitud del miedo a la muerte.

Sólo el amor puede liberar al hombre. Si la identidad del hombre es el amor, el hombre se autodestruye cuando sirve al principio egoísta, pensando que así se salva a sí mismo. Pero, aun así, no está todo perdido, porque cuando el hombre se separa de su verdad y de su identidad Dios nos atrae a nuestra verdad con el amor. Dios no puede dejar de amarte. No se olvida de ti, aunque todos de abandonen.

Dios ha intervenido, Cristo es entregado en manos de los pecadores, procesado y condenado, objeto sobre el que se descarga toda la violencia de la humanidad, colgado sobre el madero de la cruz, desamparado y, sin embargo, en ese momento, la humanidad contempla todo lo bueno que es el Señor, contemplamos la verdadera imagen de Dios, un Dios dador, que no sólo da, sino que se da, es sepultado, pero al tercer día resucita de entre los muertos.

Porque amamos, no morimos. Es más: nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama, permanece en la muerte (1Jn 3,14).


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