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Los doukhobors, luchadores del espíritu - Carlos Díaz

Los doukhobors son campesinos industriosos, abstinentes, de una honradez y lealtad a toda prueba. Los doukhobors, cuyo nombre significa luchadores del espíritu, aparecieron en Rusia a mediados del siglo XVIII; de ascendencia tolstoiana, afirmaban que el espíritu de Dios habita directamente en el alma del ser humano, no importándoles si Jesús es Dios, de ahí la innecesariedad de las iglesias instituidas. Basándose en el Evangelio, practican la no-violencia y la no-resistencia contra el mal, negándose rotundamente a participar en los ejércitos y en las guerras: «He aquí lo que es el doukhobor: un Jesucristo predicando el amor, pues habla, vive y demuestra la posibilidad de una vida de amor; no pide que le sigan, la crítica no le turba. Pide que se tolere, ya que él tolera a los otros. Sin tratar jamás de comprenderos, responderá a vuestras preguntas con infinita paciencia, ya seáis el rector de una Universidad o un analfabeto. No jura, como lo hacen los predicadores de muchas sectas, que Cristo va a volver, sino que dice simbólicamente: “Jesús ha vuelto, lo sé porque vive en mí”»1. Como tantas otras comunidades, también los doukhoboros se trasladaron de lugar en lugar, exponiendo sus miembros de Puerto Rico, Colombia británica y Canadá sus principios en una asamblea general en 1930:

«1. La base del doukhoborismo es la ley divina, la Fe y la Esperanza manifestadas por el Amor: El fuerte debe ayudar al débil a fin de hacerse igual a él y cumplir la voluntad de Dios y el mandamiento de Cristo. Un doukhobor ama al mundo entero y honra a todos los hombres como hermanos.

2. Un doukhobor no mata, ni de hecho, ni de palabra, ni de silencio. No es admisible quitar la vida al hombre o a los animales, cualesquiera que sean las leyes humanas que se invoquen.

3. Un doukhobor no explota, ni de hecho, ni de palabra, ni de silencio. No se apropia la tierra, no reduce a servidumbre a cambio de ella, ni a los hombres, ni a los animales. No acumula capital, porque es un medio de explotación. No se dedica al comercio o al corretaje, no sabría ser especulador ni patrono.

4. Si la verdad, la libertad o la fraternidad lo exigen, un doukhobor abandona su familia, sus padres, su esposa y sus hijos. Una familia de doukhoboros vive fraternalmente: todos los miembros de la familia viven en completa igualdad, cada cual según sus necesidades.

5. Un doukhobor vive en la renuncia, consciente de que su vida perdura siempre y de que es eterna, abandonando todo lo personal corruptible; se libera de las pasiones, deseos, apetitos y malas costumbres, entrando en las filas de los que luchan y sufren por la Verdad defendiendo el ideal de la Fraternidad Universal sacrificándose sin reserva –corporal y espiritualmente– al servicio de la Fraternidad, a sus amigos.

6. Al renunciar, un doukhobor abandona todas sus ganancias para el bien del pueblo, cumpliendo así el mandato de Cristo: “Vende todo lo que tienes, y sígueme”.

7. La base de nuestra existencia corporal es el trabajo agrícola, pudiendo subsistir con nuestro propio laboreo. El dinero que utilizamos actualmente lo ponemos a disposición de todos los doukhobors del mundo. Los productos materiales de la fraternidad son depositados en una casa común para ser distribuidos razonablemente entre los hermanos y hermanas, dando a cada cual según sus necesidades.

8. La educación de los niños y de las niñas –es decir, el desarrollo en ellos del Amor, la Razón y la Liberación de sus capacidades naturales– se persigue en la economía de la Naturaleza divina: la palabra de Dios es nuestro libro, y nuestro maestro es Cristo»2.

Desde aquí mejor que desde cualquier otro lugar se entiende la filosofía anarcocristiana de León Tolstoi. Muchos cristianos que afirman que Cristo es también Dios no estarían ni están dispuestos a un seguimiento de este rigor predicado por Cristo, aunque juren sobre una Biblia políglota ser los más fieles seguidores de sus enseñanzas.

Por lo demás, la confianza del doukhobor en sus fuerzas para alcanzar tan elevado grado de amor parecen haber sido defraudadas por la humanidad. Y ello por no preguntar si este ruralismo idílico no conoció en su interior sociópatas y delincuentes a los que hubo de expulsar. Ahora bien, ¿se podría impulsar una comunidad expulsando de ella? Sea como fuere, estas así llamadas utopías, no dejan de ser razonables, sobre todo si las comparamos con el triunfalismo de la especulación y la falta de honradez que caracterizan al capitalismo. No tan razonable me parece confiar en un hombre, aunque sea Jesucristo, si éste no es Dios-Amor. Todo esto da que pensar.

1 Armand, E: Historia de las experiencias de la vida en común sin Estado ni autoridad. Ed. Hacer, Barcelona, 1982, p. 288.

2 Armand, E: Historia de las experiencias de la vida en común sin Estado ni autoridad. Ed. Hacer, Barcelona, 1982, pp. 300-304.