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The Lord’s Farm. El precio de la libertad - Carlos Díaz

La Granja del Señor, fundada en 1919 en el Estado de Nueva Jersey, duró veinte años, fue un ensayo extraordinario de convivencia en libertad absoluta para hacer cuanto les apetecía a sus componentes. La Colonia estaba basada en la total ausencia de propiedad personal y el ejercicio absoluto de la ‘libertad cristiana’, y por ella desfilaron unas tres mil personas, católicos, metodistas, espiritistas, teósofos, ateos, socialistas, anarquistas, gentes que oraban, blasfemaban, adoraban, maldecían o se querellaban, agrupados por afinidades, unos permaneciendo algunas horas, otros unos días, y la mayoría muchos años.

Un día llegó una mujer que decía que era Eva, y se puso a perseguir a Paul, el fundador de la comunidad, que la eludió. Queriendo ser fiel a las costumbres del Edén, la susodicha mujer creyó estar obligada a deambular por la Colonia, todo ello sin emocionar lo más mínimo al inquebrantable Paul. Al fin, la nueva Eva encontró un Adán con el cual partió hacia Filadelfia.

Otra vez, uno de los pasajeros se encontró tan bien allí, que pidió continuar en la Colonia, a condición de que le sirvieran el desayuno a mediodía, porque no le gustaba levantarse temprano. Algunos días después, Paul le llevó su desayuno a la habitación para evitarle la molestia de bajar; al siguiente día, el perezoso se encontraba en el refectorio a la hora habitual del desayuno y se convirtió en uno de los trabajadores más asiduos de la Colonia1. Paul tenía su manera de convencer a los holgazanes: «No hagas nada en tanto tengas ganas de estar quieto». Y nadie se resistía. Cuántas formas diferentes de terapia.

Uno de los miembros de The Lord’s Farm había adoptado un hijo, y llegó un día en que utilizó un palo para obligar a trabajar al pequeño. Paul se sintió indignado, y su temperamento, contenido durante veinte años, estalló de repente corrigiendo a bastonazos a aquel hombre; pero se trataba del propietario de los terrenos donde estaba establecida la Colonia, y Paul no había querido nunca extender contrato de venta ni de arriendo. Golpeado, pero descontento, el propietario hizo expulsar a Paul, y aquello puso término a la Granja del Señor.

Todo esto son casos reales y documentados, y sólo ponen de manifiesto la existencia de una casi infinita variedad de tipos de seres humanos, y por tanto de comunidades, y que cuando se los deja en libertad adoptan pautas de conducta que jamás hubieran sospechado ellos mismos, ni mucho menos los demás. Son riesgos de la libertad que parecen aminorarse en las comunidades controladas por la legislación y la unión estatutarias. Y, aun así, no sería fácil saber en qué recinto se sienten más constreñidos los individuos, si en espacios comunales o estatales.

Por lo demás, arriba el humor. He aquí la solución que los discípulos de la Abadía de Telema, en 1917, daban al problema del No matarás: «No matar significa en su origen: No os excitéis poniéndoos al acecho de los tigres, es un crimen beber agua sin filtrar por temor a matar a los animales que pululan en ella. Eso es peor que matar a un oso gris. Ahora bien, si el aullido de un perro perturba vuestra tranquilidad, es más sencillo matar al perro y no pensar más en él».

Muerto el perro se acabó la rabia. Muchas veces tan sólo se trata de evitar la rabia que produce la incómoda civilización. A todo se acostumbra uno, aunque sea por hastío reactivo contra el mundo exterior. En efecto, a unos treinta y cinco días de marcha respecto de Vladivostoc, unos mil kilómetros, se encuentra un burgo de 4.000 habitantes llamado Baranovitch-Ouchalí, cuya población se compone de alemanes capturados por los rusos durante la guerra de 1914-1918 y que por razones diversas no pudieron regresar a su país. Esta pequeña población vive absolutamente aislada del exterior; no tiene la menor idea de lo que pasa en el mundo, y no quiere interesarse ni por su cultura, ni por sus conflictos, ni por sus preparativos militares. Su director, el doctor Gitton, declaró: «Estoy desacostumbrado a la noble civilización europea y a la cultura humana y vivo en mi lugar tranquilo, apacible, salvaje; no quiero oír hablar del mundo»2.

1 Armand, E: Gentes y comunidades curiosas. Editorial Hacer, Barcelona, 1982, pp. 15-20.

2 Ibi, pp. 96-97.