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Un virus deleznable (Diario de campaña 14) - Benito Estrella

(Para Antonio Rodríguez de las Heras, in memoriam. Con un abrazo de condolencia para sus hijos y especialmente para su esposa, Nani, pues también en este caso es verdad que detrás de todo gran hombre hay una gran mujer.)

Hasta hace tan solo unos días el coronavirus no había golpeado cerca de mí. Ha matado a Antonio Rodríguez de las Heras, profesor de Historia en la Universidad Carlos III de Madrid, con un currículo de aportaciones al ámbito de la investigación y la reflexión muy notables. A mi me ha dolido especialmente porque he perdido a un amigo y a uno de mis maestros.

Conocí a Antonio R. de las Heras en las Escuelas de verano que se celebraban en Piornal, Jaraiz y Cáceres allá por los años 70 y 80 del siglo pasado. Yo formaba parte del grupo organizador y él, entonces profesor en la Universidad de Extremadura, colaboraba impartiendo cursos sobre Historia del Tiempo Presente, que eran muy bien acogidos y valorados por los asistentes.

Antonio Rodríguez de las Heras (Piornal (Cáceres), 1979). La foto es de José Vidal Lucía Egido, que también estaba en el grupo organizador.
Antonio Rodríguez de las Heras (Piornal (Cáceres), 1979).
La foto es de José Vidal Lucía Egido, que también estaba en el grupo organizador.

A partir de entonces fui interesándome cada vez más por su persona y sus ideas, que siempre exponía con gran brillantez. Al hacerme cargo en la dirección provincial de Badajoz de la Unidad de Programas Educativos lo invité en varias ocasiones a los encuentros de formación interna que tenía con los equipos de profesores que llevaban los programas de esta unidad de innovación. El entonces director del ICE de la Unex, Juan José Peña, en razón de la colaboración que establecimos entre el ICE y la Unidad de Programas de la dirección provincial, me avisó de unos cursos de doctorado que el ICE ponía en marcha para dar la posibilidad de doctorarse al profesorado de la Escuela Normal, que iba a pasar a ser Facultad de Psicopedagogía. Antonio Rodríguez de las Heras era uno de los profesores que impartían esos cursos y este fue suficiente motivo para que me interesara por ellos. De esta manera llegué a hacer mi tesis doctoral bajo su dirección y la de nuestro amigo Florentino Blázquez Entonado. Los encuentros asiduos para el desarrollo y redacción de mi tesis hicieron que profundizara más en el conocimiento de Antonio y sus ideas y de ahí surgió una auténtica amistad que ha durado hasta su fallecimiento y que perdurará siempre en mi memoria.

Antonio R. de las Heras estuvo recientemente en Zafra, que visitaba con frecuencia, invitado por el Colectivo ‘Manuel Peláez’ a dar una conferencia. A mí se me pidió hacer su presentación y ahora quisiera, partiendo de esa presentación y como homenaje personal, dejar escritas algunas palabras, referidas a su persona y a su discurso, que son sobre todo de reconocimiento y agradecimiento por su amistad y su magisterio.

De la persona quiero destacar su permanente y generosa disponibilidad. Si lo llamaban desde París, por ejemplo, para que impartiera un curso en la Sorbona, allí que se iba; si lo invitaban a dar una conferencia en Tokio, allí que se espetaba; pero si unos amigos le pedíamos que viniera a Zafra, aquí se plantaba con la misma disposición, dedicación y responsabilidad con que iba a París o a Tokio.

Esta generosa disponibilidad, especialmente con los amigos, creo que la refleja muy bien la siguiente anécdota. Hubo un tiempo en que Antonio venía algunos sábados a Zafra desde Cáceres con su coche, gratis et amore, a un improvisado seminario que organizamos algunos de sus alumnos y discípulos y celebrábamos en el Parador: Jose María Lama, Diego Peral, Rufino Rodríguez, Toni Granado y alguno más. Y ‘El Chinche’, nuestro amigo Antonio, que murió prematuramente en un accidente. ‘El Chinche’ trabajaba entonces en el bar del Parador y era el que nos servía a los improvisados clientes-seminaristas. Y entre servicio y servicio, ‘El Chinche’ se quedaba de pie junto a la mesa de la tertulia, como oyente, un oyente muy aplicado, escuchando a Antonio, participando así también del seminario.

Sobre su discurso hay que decir que Antonio R. de las Heras, además de que siempre ha sabido muy bien lo que decía, tenía el extraordinario don de decir muy bien lo que sabía, haciéndose entender por todos. Su manera de hablar, como cualquiera puede comprobar en sus cursos y charlas que circulan por internet, presenta para mí de manera ejemplar las tres características que Aristóteles señalaba para todo buen discurso. Esas características son, dichas con palabras griegas, logos, ethos y pathos.

Logos significa ‘razón’, ‘palabra’ y ‘proyecto’. Se refiere a la palabra en tanto es verdadera palabra y palabra verdadera. Logos viene de una raíz indoeuropea —leg— que significa escoger y recoger y forma parte de palabras como ‘lógica’, ‘diálogo’, ‘inteligencia’ y ‘elegante’. Un verdadero discurso lo constituyen las palabras que alguien ha sabido escoger y recoger con inteligencia, razón, lógica y elegancia para compartir una verdad con otros. Así ha sido y es el discurso de Antonio R. de las Heras.

Ethos tiene que ver con la ética. Ethos significa ‘guarida’, ‘refugio’. Desde el principio la tarea humana no fue solo cazar y sobrevivir, también decoraba su guarida, la habitaba, le daba un sentido, como nos dicen las pinturas de Altamira. Mientras una piedra ocupa un espacio y un animal vive en un entorno, un ser humano habita un lugar, lo humaniza. Ethos es, por tanto, la casa que habita el hombre. «Quien no falta cuando habla es un hombre completo capaz de marcar el rumbo también al cuerpo entero», dice la carta de Santiago (Sant 3, 2-5), un verdadero tratado de lingüística pragmática. El ethos de un discurso se refiere a la honradez de la persona que comunica algo que es verdad y lo hace sin engaños ni trampas ni postverdades, de manera clara y limpia y también bella para contribuir a la habitación del mundo. Así es el discurso de Antonio R. de las Heras.

Pathos significa ‘pasión’, ‘sentimiento’, el padecer la palabra que se dice poniendo en ella el corazón. La raíz pathos, por su uso en medicina, es verdad que no nos suena bien: patología, patógeno… ; pero, en general, pathos se refiere a lo que se siente, se padece o se experimenta en la vida; es decir, a las disposiciones afectivas propias de toda persona que sea un viviente y no solo un vivido: tristeza y gozo, preocupación y serenidad, angustia y paz interior, miedo y seguridad, etc. Para que la palabra llegue al corazón ha de estar viva; pero al mismo tiempo, para que el fuego de la pasión no incendie un bosque ha de estar controlado. El discurso de Antonio —un hombre que nunca faltaba cuando hablaba— es un discurso con garra, vivo; pero la garra es suave, es una mano que abraza sin dañar, que acoge. Podéis comprobar, quienes no lo hayan escuchado, estas tres condiciones perfectamente armonizadas en las palabras de Antonio: logos, ethos y pathos.

Y quiero añadir algo más. Resultaba extraño que alguien que sabía tanto de las nuevas tecnologías se presentara siempre a cuerpo gentil, sin nada entre las manos para potenciar su discurso: ni pantallas, ni fotos, ni gráficas estadísticas…; nada de efectos especiales: solo con su boca, sus elocuentes manos y su palabra. Esta forma de presentación de su discurso era, sin embargo, muy coherente precisamente con lo que Antonio proponía en relación con las nuevas tecnologías: que estas deben verse, para entender sus verdaderas aportaciones, siempre junto al humano de carne y hueso que las usa. En este acompañamiento humano está el meollo de la cuestión y está el profundo humanismo que alentaba el pensamiento de Antonio R. de las Heras.

Y por último decir que Antonio R. de las Heras, aunque en su sencillez natural no lo pretendiera, siempre que hablaba dictaba lecciones magistrales. Yo pienso, como docente, que donde se ponga una presencia real, alguien ‘de cuerpo presente’ vivo, que ha in-corporado su pensamiento y lo hace revivir en sus palabras, que se quiten todas las pantallas y los aditamentos tecnológicos. En las Escuelas de Verano, por aquello de la ‘renovación pedagógica’, se insistía en que había que desterrar de las aulas las lecciones magistrales. Yo nunca estuve de acuerdo con esto: es como si se prohibiera la música de Mozart para evitar la polución del ruido. Porque lecciones habrá muchas, pero magistrales hay, en realidad, muy poquitas. Se necesita para ello un maestro, rara avis. Y Antonio lo era. No solo decía cosas interesantes, sino que enseñaba a pensarlas y a pensar de nuevas maneras la realidad.

Una amiga, María Julián, al manifestarme su condolencia por la pérdida del amigo, me ha enviado junto a su pésame la grabación en YouTube de la que seguramente ha sido su última lección, impartida con título tan significativo: Utopías: para salir del presente. Al final de la conferencia, después de los aplausos, Antonio R. de las Heras termina diciéndole al público: «¡Por favor…! ¡Cómo es que en este momento de encrucijada no reaccionamos! ¡Cómo no apostamos por la imaginación, la disconformidad crítica…! ¡Por favor, educación: liberad las hormas que impiden que este impulso natural de crear que tiene el cerebro se ahogue por las normas que ahora todos criticamos!». Nos quedaremos, junto a la tristeza de su pérdida, con estas palabras suyas como una esperanza de resurrección.