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Creatividad secundaria y sentido del humor - Carlos Díaz

«En los últimos años han proliferado conferencias, libros, simposios, por no mencionar los artículos en los periódicos y revistas dominicales que hablan de lo que el mundo será en el año dos mil o en el próximo siglo. He ojeado esta ‘literatura’, si es que la podemos llamar así, y en general me ha alarmado más que instruido. Un buen noventa y cinco por ciento de esta literatura trata de los cambios puramente tecnológicos y deja al margen la cuestión de lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto. En algunas ocasiones la obra completa parece casi enteramente amoral. Se habla mucho acerca de nueva maquinaria, de órganos artificiales, de nuevos tipos de automóviles, trenes o aviones, refrigeradores más grandes y mejores lavadoras de ropa. A veces esta literatura me asusta tanto como las pláticas informales acerca del aumento de la capacidad de destrucción masiva, o incluso la desaparición de toda la especie humana»1.

El bueno de Abraham Maslow se marchó de este mundo sin haber llegado a conocer las dimensiones reales de todo aquello que le daba miedo; si hoy levantara la cabeza ya no desarrollaría una escala de necesidades del ser humano, sino una ‘escala de in-necesidades o de superfluos del ser humano’. Mil flores de plástico no hacen de un desierto un jardín.

Maslow era repetitivo, confuso, contradictorio y carente de una formación reflexiva seria, como Rogers, Perls y otros pocos santones de la época, pero Maslow tenía al menos buen instinto, y sobre todo era buena persona, cariñosa, que respetaba a sus mayores, como podemos leer en el siguiente texto: «Mi antiguo profesor de filosofía, que aún conserva una actitud agradablemente paternal hacia mí, y por quien todavía conservo un sentimiento filial, me escribió en cierta ocasión una carta para llamarme la atención sobre la ligereza con que estaba manejando los problemas filosóficos diciéndome: “¿No te das cuenta de lo que estás haciendo? Existen dos mil años de reflexión detrás de este problema y tú llegas patinando tan alegre y despreocupadamente sobre una capa muy delgada de hielo”. Recuerdo que le contesté tratando de explicarle que ésa es realmente la forma como funciona un científico, y que forma parte de su estrategia de investigación el patinar sobre los problemas filosóficos tan rápido como le sea posible. Recuerdo haberle escrito una vez que mi actitud como estratega en el avance del conocimiento tenía que ser de una ingenuidad deliberada»2. Estupidez deliberada.

Verdaderamente qué difícil es la creatividad secundaria, y sin embargo qué espectacular y qué admirada la creatividad primaria. La creatividad secundaria consiste en sudar con los sudores de los que llevan dos mil años sudando para avanzar el conocimiento, sin lo cual la gente está completamente perdida en el presente precisamente por haber perdido el respeto al estudio del pasado. Y qué fácil, pero qué mal, cuando uno quiere dar en el sol con las alas de Ícaro ignorando que para dibujar un pájaro debemos convertirnos en pájaros. De suyo, cada uno de nosotros quiere que los pilotos de aviones y los dentistas no sean tan ‘creativos’, los experimentos mejor con gaseosa que con champán, aunque tengamos la tendencia subconsciente a subestimar los años de trabajo arduo, modesto y laborioso que son necesarios para hacer algo útil a partir de una idea brillante.

La ciencia no es en el fondo otra cosa que la técnica mediante la cual las personas no tan creativas individualmente pueden crear y descubrir trabajando junto a muchas otras personas y descansando sobre los hombros de otras personas que nos han precedido siendo cautelosos, cuidadosos, y hasta buenas personas. Esto es algo que no solamente desconocemos, sino también algo que tememos conocer porque carecemos de respeto a nuestras emociones, a los instintos impulsivos más profundos de nuestro yo y sólo nos deslumbramos por el brillo del super yo. Pero las personas en quien los procesos secundarios del control, la razón, el orden y la lógica se han derrumbado completamente son lamentablemente unos esquizofrénicos, gentes enfermas, muy enfermas. Y sus productos tecnocientíficos, por descontado, únicamente pueden ser del mismo signo.

Ahora bien, cuando el trabajo en grupo es rutinario, repetitivo, escolástico, ajeno a toda inquietud de novedad, ¿qué podría hacer uno perteneciente a ese colectivo? Si se puede, claro está, todo menos seguir en el trabajo con esos parientes, no todo es bello en la vida de los creativos secundarios. Conozco a una persona a la que quiero mucho, que tiene pavor insuperable (hasta hoy) a las cucarachas, al que podrían servir al respecto estas palabras desneurotizadoras de Fritz Perls: «Fui a Viena sin dinero; no tenía recursos y tampoco ganaba mucho. Cuando tenía dinero me gustaba gastarlo y cuando no lo tenía podía arreglármelas sin él. Clara Happel, estoy agradecido de decirlo, no me curó de mi naturaleza de gitano inquieto. Tomé una habitación barata amueblada en la Eisengasse únicamente para abandonarla rápidamente por dos razones: una, porque había una cucaracha muerta en mi cama, hecho que de suyo no me hubiera molestado, pero llegaron sus parientes por docenas a expresar sus condolencias. No, no, no, esto sí que no».

Cosas peores me han ocurrido a mí mismo con bichos venenosos de muy variada condición, y aquí estoy vivito y coleando tras haber convivido con ellos, pero eso sí, siempre a metro y medio de distancia y con mascarilla. Aunque en determinados momentos no pudiera hacer otra cosa que abrazarles amistosamente.

1 Maslow, A: La amplitud de la naturaleza humana. Ed. Trillas, México, 1965, p. 37.

2 Ibi, p. 41.