Artículos

Confesiones de un charlatán, Carl Rogers - Carlos Díaz

Uno de los psicólogos más famosos e influyentes del mundo de habla hispana, el norteamericano Carl Rogers, padre de la psicología centrada en el cliente y de la terapia humanista personalista junto con Abraham Maslow, así como el inventor de la actitud no directiva en terapia y en pedagogía, aún arrasa en Latinoamérica. No voy a repetir ahora lo que he escrito anteriormente sobre todo esto en un libro1, pues prefiero reproducir las propias palabras de Carl Rogers, que rezan así:

«a. Mi experiencia me dice que no puedo enseñar a otra persona cómo enseñar. En última instancia, intentar algo así resulta inútil.

b. Pienso que cualquier cosa que pueda enseñarse a otra persona es relativamente intrascendente y ejerce poca o ninguna influencia sobre la conducta. Esto suena tan absurdo que no puedo evitar cuestionarlo en el mismo momento en que lo enuncio.

c. Cada vez estoy más convencido de que sólo me interesa el aprendizaje capaz de influir significativamente sobre la conducta. Tal vez esto no sea más que un punto de vista personal.

d. He llegado a sentir que el único aprendizaje que puede influir significativamente sobre la conducta es el que el individuo descubre e incorpora por sí mismo.

e. El aprendizaje basado en el propio descubrimiento, la verdad incorporada y asimilada personalmente en la experiencia no puede comunicarse de manera directa a otro. En cuanto el individuo, a menudo con un entusiasmo muy natural, trata de transmitir esa experiencia de modo inmediato, la transforma en enseñanza y sus resultados pierden trascendencia

f. Como consecuencia de lo anterior, advierto que he perdido el interés en ser un educador.

g. Cuando trato de enseñar, los resultados a veces me espantan ya que, además de ser incoherentes, la enseñanza a veces parece tener éxito. Cuando esto sucede, veo que las consecuencias son perjudiciales: el individuo desconfía de su propia experiencia y esto impide el aprendizaje significativo. Por consiguiente, he llegado a sentir que los resultados de la enseñanza son intrascendentes, o bien dañinos.

h. Cuando reviso los resultados de mis experiencias pasadas en el terreno de la enseñanza, todos me parecen iguales: hubo un perjuicio, o bien no ocurrió nada significativo, lo cual es francamente perturbador.

i. Por consiguiente pienso que sólo me interesa aprender, incorporar preferiblemente cosas importantes que ejerzan una influencia trascendente sobre mi propia conducta.

j. Me enriquece aprender, ya sea en grupos, en relaciones con otra persona –como en la terapia– o por mi propia cuenta.

k. Pienso que una de mis mejores maneras de aprender pero también una de las más difíciles consiste en abandonar mis propias actitudes de defensa, al menos temporalmente, y tratar de comprender lo que la experiencia de la otra persona significa para ella.

l. Otra de mis maneras de aprender consiste en plantear mis propias incertidumbres, tratar de esclarecer mis dudas, y acercarme así al significado real de mi experiencia.

m. Todo este conjunto de experiencias y los significados que hasta ahora he descubierto en él parecen haberme lanzado a un proceso fascinante que a veces me inspira temor. Consiste en dejarme llevar por mi experiencia en un sentido, que parece ser progresivo, hacia objetivos que apenas puedo discernir, mientras trato de comprender al menos el sentido básico de esa experiencia. Tengo una sensación de flotar en la compleja corriente de la experiencia con la posibilidad fascinante de comprender su complejidad siempre en transformación».

He ahí las confesiones al pie de la letra de un charlatán que han hecho y siguen haciendo tanto daño por su doble incoherencia intrínseca y extrínseca. Y he aquí también las inverosímiles consecuencias de ahí derivadas:

«a. Esto implicaría nuestro abandono de la enseñanza. Aquellos que desean aprender se acercarían unos a otros para hacerlo.

b. Dejaríamos de lado todos los exámenes, ya que sólo evalúan el aprendizaje de tipo intranscendente.

c. Por la misma razón, dejaríamos de calificar con notas.

d. También abandonaríamos los títulos para evaluar la eficiencia de las personas, puesto que un título señala un final o la conclusión de algo, mientras que el que aprende sólo se interesa en el proceso continuo de aprender.

e. Abandonaríamos el enunciado de conclusiones, ya que éstas no son capaces de proporcionar enseñanzas significativas»2.

No comprendo cómo alguien puede haber escrito esto sin haber sido encerrado en un nosocomio. ¿No es todo el texto una contradicción elemental, a saber, afirmar que no se puede enseñar y enseñarlo, y promoverlo por otros medios? Este pequeño diletante que es Rogers hizo arder las cuatro esquinas de la escuela en universidades que expedían títulos académicos en psiquiatría, en pedagogía y en psicopedagogía por semejantes majaderías, por los cuales se pagaban colegiaturas altísimas, dando a cambio de ello prestigiosas titulaciones.

Pues bien, como decía al principio, que esta sarta de banalidades y de contradicciones infantiloides dignas del rincón del vago y ‘enseñadas’ en universidades patito se venda como rosquillas bajo el título de «el proceso de convertirse en persona» me produce tales congojas, que necesito reaccionar por el bien común, sin por ello creerme paladín ni redentor, simplemente por vergüenza y con dolor. No es lo malo Rogers, al fin y al cabo un autodidacta yanqui sin formación rigurosa que comenzó siendo granjero, sino que esto se venda como la educación de excelencia y sea la base del human growth.

Pero bueno, basta por hoy; ser abogado de causas perdidas tiene un precio: abogar contra las causas podridas.

1 Díaz, C: Sobre las terapias existenciales humanistas (Una aportación crítica a mis primos hermanos). Ed. Sonora, Madrid, 2017, 277 pp.

2 Rogers, C: El proceso de convertirse en persona. Ed. Paidós, México, 1972, pp. 243-245.