Artículos

O la poltrona o el empobrecido - Carlos Díaz

Camilo Berneri a Federica Montseny, anarquista convertida en ministra de la segunda república española: «En el discurso del tres de enero tú decías: “Los anarquistas han entrado en el gobierno para impedir que la revolución se desviase y para continuarla más allá de la guerra, y también para oponerse a toda eventual tentativa dictatorial, sea cual sea”. Y bien, compañera, en abril, después de tres meses de experiencia colaboracionista, estamos en una situación en la cual suceden graves hechos y se anuncian otros peores… Es hora de darse cuenta de si los anarquistas estamos en el gobierno para hacer de vestales a un fuego, casi extinguido, o bien sin estamos para servir de gorro frigio a politicastros que flirtean con el enemigo»1. En efecto, ningún anarquista está por encima de la tentación del poder corruptor, por mucho que se crea la divina garza envuelta en huevo. La revolución está en la calle, no en la poltrona, aunque ello sea incómodo y a veces indeseable cuando los efectos son sangrientos. ¿No habría otro modo de comprometerse en la lucha?

Precisamente el martes 13 de diciembre de 1933, «en Ábalos, a las cuatro de la mañana del sábado, se oyeron en las calles voces de que se había proclamado el comunismo libertario y varios disparos. Los grupos de revoltosos se dirigieron a casa del secretario del Ayuntamiento disparando varias veces sobre la fachada y rompiendo algunos cristales. Los revoltosos, después coger cinco carneros del marqués de Legarda, desaparecieron, al parecer con dirección a San Felices, y luego al castillo de San León. En Briones la camioneta de Laredo que surtía de pescados a varios pueblos riojanos y a alguna pescadería de la capital fue detenida por el Comité revolucionario a hacer entrega de parte del pescado por valor de 500 pesetas, a la vez que indicaba que había sido declarado el comunismo en toda España. En San Asensio, en distintos lugares del pueblo se leyó un bando en el que se decía que, implantado el comunismo libertario, se verificaría el reparto de propiedades y objetos cuando se hiciera de día. Penetraron también en el Ayuntamiento, donde, apoderándose de cuantos documentos existían en el archivo, hicieron una hoguera, salvándose únicamente la Enciclopedia Espasa. En Arnedo los primeros madrugadores pudieron ver que ondeaba en la Casa Consistorial la bandera roja y negra, y leer algunos pasquines en los que la CNT solicitaba la ayuda del elemento trabajador y declaraba el estado revolucionario en toda España»2.

¿Revoltosos? A nadie que pase hambre de verdad se le ocurre comenzar una revolución robando gallinas como El Cordobés o El Lute, y ya calificarles de revoltosos merecería un tiro en el pie a quien manifiesta tales barbaridades. Además, esos revoltosos leían y valoraban la cultura que entonces se encerraba como un lujo insasequible por su precio en el Espasa. Por lo demás, quien para dar de comer a sus hijos roba al ladrón tiene cien años de perdón.

Por el contrario, sorprende muy gratamente el tono y la profundidad que las defensas manifestaban ante los tribunales del Ministerio Público: «Estamos ante un problema de psicopatología de las muchedumbres. Desde que un hombre ilustre de nuestro siglo dijo que las muchedumbres no delinquen, corroborado en la obra famosa de Gustavo Le Bon, glosado, mantenido y afirmado por aquella venerable mujer que se llamó Concepción Arenal y otros grandes penalistas, hay que afirmar que las multitudes no pueden delinquir porque no hacen más que servir un acto de irreflexión, sin que ninguno de los componentes de esa multitud pueda sumir la íntegra y total responsabilidad del acto realizado. Hablo del miedo y de la subconsciencia que corrió en los procesados de cerebro a cerebro para que no pudieran responder de su voluntad. Estos procesados de hoy tuvieron aquel día una voluntad que los sojuzgó. Hubo casos de alzamientos de pueblos, fácilmente comprensibles, como aquello que Lope de Vega dejó escrito en versos admirables respecto del gran tirano Fernán Gómez, que apareció muerto en su propio domicilio, del que se juzgó a un pueblo, que hubo de ser absuelto por no encontrar en él a responsable concreto. Se refirió a la participación en los hechos de cada uno de sus defendidos, cuyas acusaciones han quedado desvirtuadas en el acto del juicio, y terminó después de varias citas de hechos parecidos diciendo: “Si estos hombres sienten necesidad de hartura de justicia, que la encuentren en este Tribunal que ha de juzgarles”»3. Sea como fuere, a los viles excesos de los jueces y fiscales acusadores no se debe responder con un ‘entre todos la mataron y ella sola se murió’; cada palo que aguante su vela. La imparcialidad es un sueño, la honradez un deber.

En todo caso, cuánta burrería. En la causa instruida por los sucesos anarco-sindicalistas de Calahorra el señor fiscal se arremanga la toga y sentencia: «Habría que analizar el comunismo libertario para ver si existe la posibilidad de que exista en España. Yo creo, como dice Ossorio Gallardo, que se trata de una amalgama funesta, pero trascendencia alguna». Y añade: «Pedro Gurrea es cabecilla y organizador del movimiento anarquista, a pesar de sus manifestaciones de que no sabe leer ni escribir, bien que eso no fuera obstáculo para que, como presidente del Comité, y en unión de Basileo León como secretario, firmara la comunicación antedicha, avalada con el sello del Sindicato. Este es el hombre de orden, como él nos ha dicho, que aconsejaba a sus compañeros siempre la no intervención en movimientos subversivos»4.

En esta ocasión, una vez más, me avergüenzo de saber leer y escribir como el togado, y me hubiera encantado volver al pasado para así dar un gran abrazo al anarquista analfabeto. Qué más quisiera yo ser eso mismo, urgido por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Gracias, compañero riojano.

1 Berneri, C: Humanismo y anarquismo. Carta abierta a la compañera Federica Montseny, 14 de abril de 1937. Los libros de la Catarata, Madrid, 1998, pp. 138-144.

2 8 de diciembre de 1933. Insurrección anarquista en La Rioja. Textos recopilados por Enrique Pradas Martínez. Cuadernos Riojanos, Logroño, 1983, 173 pp.

3 Ibi, Diario La Rioja, 9 de enero de 1934, pp 30-31.

4 Ibi, Diario La Rioja, 11 de enero de 1934, pp 37-38.