COVID19: Jesús, la Iglesia y el Reino que viene (II) - Joaquín Tapia

LA EXPERIENCIA PASCUAL: JESÚS DE NAZARET, LA IGLESIA DEL SEÑOR JESÚS Y EL REINO DE DIOS QUE VIENE (II)

Creo que a través de estas tres palabras que serán siempre fundamento de nuestra fe (Jesús de Nazaret, Iglesia del Señor y Reino de Dios) podemos seguir centrándonos en el sentido de la experiencia de la Pascua. La Pascua que hemos de vivir en hondura espiritual peculiar este año 2020 que difícilmente que difícilmente vamos a olvidar. Son las tres palabras que ya señalábamos el domingo pasado y sobre las que volveremos, si Dios quiere, el próximo domingo.

1. JESÚS DE NAZARET

Como no podía ser de otra manera, las lecturas de la Palabra de Dios siguen insistiendo en la presencia viva del Resucitado Jesús de Nazaret después de la cruz. El sepulcro quedó vacío y, por medio de las mujeres que fueron a embalsamar su cuerpo, el encargo que todos recibimos es claro: «Id a Galilea y allí le veréis». La primera lectura es signo perfecto del empalme con lo que ya se nos decía el domingo pasado: «El día de Pentecostés Pedro, poniéndose en pie junto a los Once, levantó su voz y declaró: “Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis Dios lo ha constituido Señor y Mesías”. Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”».

Nuestro Dios es el que se manifestó, el que se manifiesta y el que se manifestará siempre en este nombre que es el de Jesús de Nazaret. Sólo Él es El Hijo de Dios que vive. Pedro en estos discursos del comienzo de los Hechos de los Apóstoles lo asegura con toda claridad. Quien quiera conocer al Dios de los que viven la experiencia pascual cristiana que descubran su rostro iluminado tras la cruz. No hay otro Dios en el que podamos salvarnos. En el mismo libro de Hechos de los apóstoles (4,12) se nos asegura: «Bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre en el que podamos salvarnos».

2. LA IGLESIA DEL SEÑOR JESÚS

Si nos entran dudas comprensibles respecto a Jesús de Nazaret, ¿cómo no las vamos a tener respecto a su Iglesia? Estos días de Pascua, en este año 2020 especialmente, estamos todos invitados a que nuestra fe sea una fe eclesial renovada. Porque, o la fe es eclesial, o no es nada. Y en este punto ciertamente necesitamos orar con especial fuerza para entender hasta dónde sea posible actualizar y, sobre todo, vivir nuestra condición eclesial.

La Iglesia no es de nuestra propiedad. No es del papa, no es de los obispos, no es de los curas, no es de las monjas o de los frailes; ni tampoco la Iglesia es de los laicos. La Iglesia es y se mantendrá siempre en la tensión de pertenecer a su Señor Jesús Resucitado. Sabiendo que de su costado brota la sangre salvadora, de cuya agua viva y pan de vida ella se nutre y es la Iglesia que espera ansiosa la segunda venida de su Señor en el último día. Si se miran con humilde fe las cosas, se entenderá que la Iglesia siempre está necesitada de permanente y dolorosa purificación para ser, sólo y exclusivamente, la Iglesia que quiso, quiere y querrá el Señor Jesús.

La segunda lectura de este domingo, en los versículos correspondientes de la segunda carta de S. Pedro, así se entiende si se lee en espíritu de obediencia eclesial al Buen Pastor: «Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca. Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente. Él llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados. Pues andabais errantes como ovejas, pero ahora os habéis convertido al pastor y guardián de vuestras almas».

¿Somos en la Iglesia ovejas y pastores? Por supuesto que sí. Pero la Verdad es que el Único Buen Pastor a quien hay que seguir y obedecer es a Cristo. Por eso mismo el evangelio de este domingo no podemos apropiárnoslo indebidamente. «En aquel tiempo, dijo Jesús: “En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: “En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas”».

La Iglesia es imprescindible porque la quiso Jesús. Precisamente porque, como vemos en estos días de Pascua, cuajó en las pequeñas y pobres comunidades de discípulos que desde Jerusalén a Galilea le descubrieron Resucitado y, con Él a la cabeza, rehicieron el camino de Galilea a Jerusalén entre persecuciones como la de Esteban que hemos leído estos días. Es verdad: «Quien a vosotros escucha, a mí me escucha» (Lc 10.16).

Pero ¡cuidado!, hemos de dejarlo claro:

A Jesús no le suplimos. Él pudo hacerlo de otra manera, sin necesidad de nosotros.

A Jesús no le sustituimos. Él actúa como quiere y precisamente para eso nos elige a nosotros.

A Jesús no le suplantamos.

Sin embargo y por desgracia, ¡cuántas veces lo pretendemos suplantar! Hoy, en este domingo, se celebra el día de Buen Pastor. Oremos por todos los que desempeñamos tareas apostólicas en su nombre. Oremos para que sólo le hagamos presente a Él; para que le re/presentemos sirviéndole siempre conforme al modelo apostólico enteramente primero.

3. EL REINO DE DIOS QUE VIENE

La Iglesia no es otra cosa que anticipo provisional del Reino de Dios ya en la tierra. Es sólo anticipo del Reino de Dios que esperamos. No es la plenitud que sólo llegará con la segunda venida del Señor. Con su parusía. Por eso somos peregrinos y caminantes hacia otra casa que nos está reservada en el cielo. Con el salmo responsorial podemos decir:

«Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término».

Amén.
Aleluya.
Ánimo a todos.

Joaquín Tapia
sacerdote