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COVID19: Los orangutanes - Carlos Díaz

En el último medio siglo los más viejos del lugar hemos visto el sida, el ébola, el SARS, la H1N1, el MERS y la gripe aviar, que han matado a cientos, miles y millones de personas, y ello sin contar con las gripes tristes y recidivantes anualmente. Tan sólo la pandemia de gripe de 1918 dejó fuera de la circulación a unos 50 millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, para el nuevo gladiador, para el ciudadano Trump el virus es chino, y por ello seguramente se le podría parar con una guerra mundial vírica bien provista de escudos nucleares y armas bacterianas, pues quien a saliva muere a cañonazos mata, chinos cochinos. Sólo faltaba a los españoles llamar china a esta nueva gripe, cuando la más nociva de todas ellas fue denominada gripe española.

Y todo eso por no hablar de la crisis criminal ecológica, o de la crisis de plomo que deja el rebufo de las guerras, o de la crisis que el así llamado ser humano fomenta con su pasividad consumista, sus malos humos antropológicos, y su pobre narcisismo.

Pero llegó Bocazas y mando parar: “Nadie ha visto jamás algo así, esto lo soluciono yo en un pispás”. Estos supremacistas, conforme al riguroso diagnóstico psiquiátrico, “además de las mentiras, la grandiosidad y la falta de sentimiento de culpa y de empatía habituales, carecen del sentido del transcurso del tiempo y de planificación para el futuro. Su incapacidad para aprender de la experiencia pasada es una expresión de la misma incapacidad para concebir su vida más allá del momento inmediato”. No saben vivir de otro modo, ni les interesa. Son legión, y cuando matan miran al emperador que –complaciente– con su dedo pulgar les concede licencia para ensangrentar y matar mirando a la rugiente marabunta.

Ahora, además, las transmisiones de virus de animales salvajes o domésticos a humanos son más zoonóticas. ¿No amábamos tanto los animales? Pues ahí te quiero ver, mal bicho. Ni siquiera las plagas son unos “igualadores maravillosos”, pues siempre sobreviven los animales más poderosos (Darwin) y no los más cooperadores practicantes de la ayuda mutua (Kropotkin). Es la primacía del arquiencéfalo sobre el neoencéfalo, del cerebro de reptil sobre la inteligencia humana. Los darwinistas sociales siempre tenemos carne humana fresca en nuestros atiborrados frigoríficos, pues nos comemos sus proteínas. La crisis virológica mata a unos, pero sobre todo engorda a otros.

¿Y yo qué? Pues yo bien, ¿y usted? Leo todo tipo de sandeces sobre el futuro, desde la supuesta catarsis moral que seguirá al caos, hasta el apocalipsis global, desde los extracándidos eurekas que descubren que hay que pensar la crisis ahora que se tiene tiempo libre y formar gabinetes universitarios anticrisis, sintiéndose así prolongación doméstica de los gabinetes del gobierno, hasta los más pillines que aprovechan la clarita para potenciar sus placeres onanistas después de haber dejado vacías las estanterías de los sexchops, que se han forrado ganancialmente.

A follar, a follar, que el mundo se va a acabar. Vaya fauna erótica, igualita que los monos insaciables, algo por lo demás normal para los nuevos “antropólogos” ya que, siguiendo su docta opinión, entre ellos los monos y nosotros los muy monos no existe discontinuidad alguna. Estaba el orangután comiéndose una banana, el orangután, y la orangutana.