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Solidaridad con el sufrimiento ajeno – Francisco Cano

33. T. O. 2022 C Lc 21,5-19

Jesús se echó a llorar”. Las lágrimas del profeta: solidaridad con el sufrimiento ajeno.

Estamos en tiempos difíciles. Ante la crisis que estamos padeciendo existen dos tipos de riesgos: los embaucadores con falsas expectativas mesiánicas y los agoreros que interpretan los signos de la historia fantásticamente aterrorizando a los crédulos. En realidad los problemas que sufre la humanidad tienen que ver con la ecología (estamos destruyendo el planeta tierra), la antropología (el hombre sobre todo el pobre, el anciano, los enfermos, el débil, el indefenso, es marginado), la economía (que crea cada vez más pobres) y la axiología (la ausencia de valores, el valor de la vida humana, la solidaridad, amor, laboriosidad, lealtad, honestidad…).En esta situación es el hombre la víctima. No faltan en este contexto de crisis los discursos brillantes que seducen, los populismos, etc. que no arreglan los problemas.

Los cristianos no tenemos, ni debemos demonizar las crisis. Es el momento de vivir de manera más positiva, confiada y evangélica. Dios no está en crisis, continúa actuando en cada ser humano. Lo nuestro es la perseverancia y quedarnos con lo bueno. ¿Qué es lo bueno? El Evangelio lo dice claramente. El Papa Francisco nos muestra con su testimonio que lo primero que Jesús anuncia es la destrucción del boato y la suntuosidad del Templo. Destrucción de la idea según la cual lo mejor y más valioso, lo más rico y refinado, debe ser para el Señor, para el Templo. El lujo ya no impresiona, sino que escandaliza. Aquel lugar grandioso no está acogiendo el reino de Dios, por eso lo da por acabado. ¿Qué tenemos que dar por acabado hoy?

Los creyentes sabemos que es la hora del testimonio: ni lamentos, ni nostalgias, no es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión, es la hora de la paciencia para momentos duros: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Hoy toca ser pacientes y tenaces, para responder a los nuevos retos sin perder lucidez. Las palabras de Jesús no nacen de la ira, Jesús al ver la ciudad de Jerusalén se echó a llorar. Los poderosos no lloran. El profeta de la compasión sí. Jesús llora porque ama la ciudad, llora por una religión vieja que no se abre al Reino de Dios. Sus lágrimas expresan su solidaridad con el sufrimiento. Y hoy, ¿qué? ¿Por quién lloramos?

Juan XXIII también denunció a los agoreros en la apertura del Concilio Vaticano II: “Disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos. Jesús no fue un profeta de calamidades”, y advirtió: “cuidado con que nadie os engañe”. Los fundamentalismos apocalípticos, que ven ruina y devastación, no son evangelio. No confundamos el lenguaje de los profetas con motivo del destierro de Babilonia, que anuncia la caída del poder opresor, con Jesús, que no amenaza con desgracias, sino que abre puertas a la esperanza y así motiva incesantemente a la utopía del reinado de Dios: el triunfo de la humanidad sobre la deshumanización. Este debe ser el talante de los discípulos.

Persecución… ¿por qué se persigue a los cristianos si el evangelio es un mensaje de generosidad, de libertad y esperanza? Somos portadores de un mensaje anti violento y nos matan los violentos. ¿Por qué experimentamos el abandono en la Iglesia de los que tendrían que ser hermanos cercanos, y llegan hasta el odio? ¿Por qué los familiares y los amigos íntimos nos abandonan? Si el mensaje del evangelio se toma en serio, hay que asumir responsablemente las consecuencias, y entonces vemos que son inevitables, el abandono, la persecución y la violencia. Hoy lo importante es perseverar, PERSEVERAR con amor y por amor, y no desviarnos del Evangelio; buscar siempre el Reino de Dios y su justicia: el que piensa en la felicidad de todos es Dios con nosotros. Perseverar no es repetir, no es ponernos a la defensiva, no es exigir a otros, sino vivir nosotros en continua conversión.

Perseverar: el final no vendrá enseguida. Jesús nos invita a enfrentarnos con lucidez y responsabilidad a una historia larga, difícil y conflictiva. Ni violencia, ni resignación de los que se cansan de seguir luchando por un mundo mejor, de los que abandonan la comunidad y no creen ya en su fuerza transformadora de la sociedad, de la iglesia, de las personas. Sólo creemos en el trabajo constante y tenaz de los incansables que nos abre a un porvenir mejor. Hoy el camino a seguir pide una labor callada, constante y aparentemente menos eficaz. No perdamos la paciencia ante las injusticias, tribulaciones, traiciones, abandonos. Hoy se nos pide enfrentarnos a la crisis con paciencia.

La paciencia es la actitud serena de quien cree en un Dios paciente y fuerte que alienta y conduce la historia, a veces incomprensible, para nosotros. Es lógico que nos turbemos, pero no que nos perturbemos, a pesar de tanta injusticia y tanta contradicción. Esta paciencia, si se transforma en impaciencia, nos hace intolerantes. Menos agitarnos y construyamos más, menos crítica y más siembra, menos cansancio y resignación amarga. El paciente no se irrita ni se deja deprimir por la tristeza, nos arraigamos en Dios amigo de la vida, en Él ponemos nuestra esperanza. El final de los tiempos está en manos de Dios.

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