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Persona, sujeto histórico – Mariano Álvarez Valenzuela

Progreso versus evolución.
Una visión personal, y personalista comunitaria.

Las situaciones de crisis generalizadas y profundas en las que el hombre siente perder su seguridad existencial, le predisponen a meditar sobre la historia que le ha llevado a tal situación, y a hacerse la pregunta de si realmente ha progresado o no, a pesar de haberse vanagloriado continuamente en los avances científicos y tecnológicos sobre los que asentaba su seguridad futura y que como en la situación actual acaban constituyendo su mayor amenaza existencial. ¿Era ésta la meta, el fin buscado en ese progreso? ¿Qué ha fallado?

La palabra progreso es una de las más usadas y a su vez de las más mal usadas. Al pronunciarla se pretende dar idea que la persona recorre en su existir un camino ascendente hacia un orden superior, hacia una meta en plenitud y seguridad existencial, pues no hay progreso sin tal meta y además toda meta representa un fin, tanto en términos temporales como en términos de crecimiento.

El progreso debe realizar ineludiblemente una doble función: La de no dejar a nadie fuera de él y la de llegar a esa situación de plenitud en un tiempo finito, aunque indeterminado, en caso contrario nadie movería ni un dedo para alcanzar una meta en la que él no participase o que no fuese alcanzada jamás. En este punto se ve claramente la radical oposición con la idea de evolución, en la que sólo los que lleguen a la meta final si existiera, disfrutarían de un triunfo utópico y contradictorio, tanto en su dimensión causal como temporal, ya que una vez alcanzada la meta se supone que el proceso evolutivo ha llegado a su fin con lo que el tiempo ya no haría falta para nada. La existencia sería un estado de plenitud en un tiempo muerto, un tiempo presente, sin pasado ni futuro, es decir el colapso de la plenitud. Situación utópica más propia de una ensoñación que de una razón mínimamente realista.

La persona a la vez que es sujeto y no objeto de la historia, es su “proto-agonista”, su creador, su iniciador a través de su praxis existencial. La sola etimología de la palabra “protagonista” ya define claramente sin ambigüedad el carácter más íntimo de su existencia, una existencia de lucha, de combate, abocada a un fin agónico a lo largo de todo su existir y del que la historia misma será un fiel reflejo, por lo que entre la persona y la historia existe una solidaridad tan profunda y misteriosa que es imposible separarlos. La historia es así realidad ontológica y no fenoménica. Fue la razón ilustrada de los siglos XVIII y XIX quien contrapuso al sujeto cognoscente de la historia el objeto cognoscible, acabando por perder de vista al primero, con lo que éste ya podía ser tratado bajo el paradigma objetual de toda ciencia, perdiendo así su carácter profundamente ontológico

Es en la Historia donde se desvela y revela la más profunda esencia de la realidad humana y no en la biología, la psicología, la neurología, la fisiología o cualquier otra de las denominadas ciencias de la naturaleza, solo en la Historia es donde la Persona se puede contemplar en su mayor amplitud y concreción y fuera de ella todo es pura abstracción.

El hombre está en el mundo de lo real constituyéndolo y la Historia es su obra más autentica y es en ella donde se encuentra a sí mismo envuelto en su propia realidad que es pura relación, relación en una praxis sin la cual no podría decir “YO”, pues la historia es la respuesta a la pregunta que el propio hombre se hace de “quién soy yo” y no a la pregunta de “qué soy yo”, y que al hacérsela se desmarca aunque sea de forma inconsciente de todo lo que le rodea dejándolo para que su razón lógico-analítica sea la que responda al “qué” a través de las ciencias.

El “quién” evidencia un orden superior al “qué”, por lo que ya no es pertinente hacerse las preguntas de “por qué soy yo” y “para qué soy yo “, a similitud de “por y para qué existe algo”, a no ser que opte por identificarse con aquello sobre lo que por naturaleza supera, abandonando la realidad que le constituye y entrando en una contradicción existencial. Sólo le queda una posibilidad lógica, la de preguntarse “por Quien soy yo” y “para Quien soy yo” y ese “Quien” por necesidad debe estar por encima de su “quién”.

Cuando el hombre identifica al “quién” con el “qué” se “des-Naturaliza” para ser naturaleza y evolucionar sin progresar, perdiéndose en sí como una cosa más entre las cosas y entonces la Persona y la Historia desaparecen. Toda pregunta mal planteada conduce inevitablemente a una respuesta errónea, de ahí la importancia de saberse preguntar para no abrir espacios que por muy lógicos que sean acabarán conduciendo a conclusiones falsas.

Así resulta que su principal pregunta existencial del “quién soy yo”, queda enmarcada entre las otras dos que le darán la verdadera dimensión (sentido) de su propia realidad al evidenciarle de Quién viene y a Quién va, realidad envolvente en todo momento por un “Tú”. El individuo “Yo” se esfuma para ser persona en el “Yo y Tú”. El “Yo” aislado, autónomo, queda sujeto a lo que llamamos naturaleza, realidad enclaustrada en la unidimensionalidad de las posibilidades azarosas de la evolución y no del progreso. El “Tú”, que es otro “quien”, es quien me da la palabra para que pueda decir “Yo” al verme en la diferencia.

Si el hombre como especie biológica se halla en un equilibrio inestable entre polaridades opuestas y complementarias, pues toda realidad material siempre emerge de una relación entre opuestos (protón-electrón, materia-antimateria…), como realidad persona también se halla en un equilibrio inestable entre dos polaridades también opuestas y complementarias, el Yo y el Tú.

La relación “Yo-Tú”, realidad Persona, en su dinámica relacional da origen a una nueva realidad, realidad que le es imprescindible para poder romper la esclavitud de la unidimensionalidad del “Yo” evolutivo y pasar al “Yo-Tu” personal, en un proceso de progreso hacia una meta en plenitud, en una praxis de mutua creatividad, de novedad plenificante y no dejando una estela de fósiles evolutivos. Esta nueva realidad también cumple con el principio ya aludido de precisar dos elementos opuestos y a su vez complementarios, que son el pasado y el futuro, realidad que denominamos Tiempo.

Es la Persona quien inaugura el tiempo y no a la inversa y al hacerlo, el tiempo evolutivo que es un tiempo sin alma, un tiempo impersonal, frio e inerte, queda adherido a su ser más profundo mutando a un tiempo ontológico y no fenoménico, un tiempo íntegro y no escindido en el que cada persona es en su propio tiempo, por lo que no hay dos tiempos iguales como no hay dos personas iguales y a su vez la Historia se ve impregnada de esta novedad absoluta.

Esta relación tan íntima del Tiempo en el ser Persona es precisamente lo que le libera de la esclavitud de la especie. Cada Persona en sí es novedad absoluta, no queda atrapada en un proceso evolutivo que uniformiza y no diferencia.

Cuando la persona se asoma al tiempo pretérito al de su existencia, lo que hace es poner en realidad una realidad que se encontraba en estado latente, indiferenciada, opaca, sin tiempo cualitativo, sin finalidad, sin sentido; recreándola, iluminándola, ordenándola, diferenciándola y poniéndole nombre y en definitiva incorporándola a ese tiempo ontológico a la vez que a su propia Historia, integrándola en una realidad ya de sentido y con una meta, borrando de un plumazo su tiempo evolutivo y haciéndose responsable de ella. Todo tiempo anterior al hombre queda así integrado en su tiempo ya de forma inseparable, al igual que su destino. El hombre como especie evolutiva deja paso a la Persona y ésta abre un espacio “ex-novo” en toda la historia del cosmos, en el que no cabe la palabra evolución, abre el espacio de la creatividad por que el nuevo hombre (Persona) en su estado primordial es el resultado de un acto creativo y no evolutivo. Con todo esto no estoy negando una visión evolutiva de lo que denominamos por realidad, sólo estoy evidenciando que dicha visión no agota la realidad Persona, pues es ésta quien acaba rescatando de todo proceso evolutivo a aquella, al incorporarla a su propia Realidad, realidad íntegra e indivisible y no analizable científicamente y ya con una meta concreta y con un fin concreto en el tiempo.

Este es el punto crítico de toda teoría sobre el progreso, muy olvidado por muchos historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos y por todos aquellos que lo relativizan a un tiempo futuro, sin tener en cuenta que todo tiempo pasado no puede quedar excluido del progreso y del que la humanidad entera y el cosmos entero de principio a fin deben participar, salvo que se quiera caer en el absurdo. Todo el existencialismo materialista tropieza aquí con su muro de Planck y lo sabe y no le encuentra solución, pero no lo asume, confunde progreso con evolución por cuestión de orgullo y por empecinarse en el Yo como realidad autónoma en la cúspide de toda existencia sin poder salir de sí, asfixiándose en un tiempo sin fin, en un Yo despersonalizado, difuminado en un “Yo-especie” y ni eso, pues prefiere ignorar lo que la propia razón científica le asegura sobre el fin del cosmos. Todo proceso evolutivo desemboca en la nada y no es principio de nada y menos de nadie.

El personalismo comunitario es el único que asume en su razonar esta concepción de realidad creada y creativa que es la Persona, asentándola en ese primordial que ya irrumpe en la Historia como fundamento y prototipo de toda persona en la Persona de Jesucristo y no como resultado de ninguna reflexión teórica y especulativa y menos aún fundamentada en una antropología evolutiva hacia el absurdo de la nada.

Si en el razonar científico encontramos respuesta al “qué” y al “para qué” de la realidad natural en un tiempo sin fin, en la Historia encontramos respuesta al “quién” y el “para quien” de la realidad Persona y a su vez encontramos la respuesta a la finitud del tiempo que ha cumplido su misión y evidencia su verdadera dimensión, dimensión escatológica de principio a fin, dimensión de sentido máximo de realidad en plenitud. Dimensión sujeta a la libertad de la Persona y no del azar físico propio de todo proceso evolutivo.

En definitiva, es en la Historia y únicamente en ella donde la Persona encuentra las claves de su existencia y de su destino, fuera de ella no encuentra salida.

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