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Dejemos que Dios se acerque a nostros como Él quiere – Francisco Cano

5 T. O. 2022 Ciclo C Lc 5,1-11

Jesús pasa de la experiencia de ser rechazado en su pueblo a verse agolpado en torno a Él. Quieren escucharle. ¿Por qué? En su pueblo le piden milagros, y aquí la gente quiere escucharle. Siempre hay gente que quiere escuchar a Jesús, también hoy existen los que piden milagros para seguirle, para creer en Él: “haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm”.

Es nefasto quedarnos sólo en el “apártate de mí, que soy un pecador” (mucho sentimiento de culpa e indignidad); Jesús no se asusta de tener a su lado a un pecador, pero Pedro tiene que comprender mejor el mensaje de perdón y acogida a los pecadores e indeseables que trae Jesús.

Jesús cambia la concepción de Dios de Pedro: “No temas”. Le quita el miedo. De ser un discípulo pecador, lo asocia a la misión de reunir y convocar a los hombres y mujeres de toda condición a entrar en el proyecto salvador: El Reino.

Hoy nos encontramos con muchos que se sienten manchados por su indignidad, otros sienten la culpa de la transgresión, otros de la autoacusación, otros ven al pecador como una enfermedad, víctima de su debilidad, otros llegan a hablar de una moral sin pecado.

El pecado es una realidad. El pecado está en nostros, en la Iglesia… Todos necesitamos conversión. No tenemos que tener miedo a reconocer nuestro pecado a nivel personal y eclesial. La culpa sana asume la responsabilidad de sus actos, lamenta el daño que ha podido causar y esto es un bien porque ayuda al crecimiento personal. El pecado no es un mal que se le hace a Dios, que impone mandamientos y al que no los cumple los castiga. Jesús nos hace ver que el único interés de Dios es evitar el mal de sus hijos, pues el pecado es un mal para el ser humano, no para Dios, porque obramos contra nuestro propio bien.

Vivimos nuestra experiencia de pecadores ante Dios, pero ante el Dios de Jesucristo, al que experimentamos como alguien que nos acompaña con amor, y siempre dispuesto a la comprensión y la ayuda. A esto es a lo que llamamos mensaje luminoso, liberador, sanador. El Dios que se revela en Jesús, es el Dios humanizado. No el Dios que atemoriza, sino el Padre que acoge y acompaña siempre.

El relato sigue abundando en esta idea al mostrarnos a Pedro que estaba ensimismado escuchándolo, pero le costó despertar y caer en la cuenta de que Jesús le pedía remar mar adentro. Adentrarse más adentro, más adentro, allí donde nos jugamos el pan y el sentido, la dignidad de ser humanos. El centro del relato está cuando Pedro toma conciencia de que aquel hombre que tenía ante sí, llamado Jesús el Nazareno, era mucho más que un hombre. El griego expresa esta reacción con el término “thámbos”, que significa estupor, asombro, pavor, y se da al contemplar la pesca tan increíble porque Jesús estaba con ellos.

Pero esta experiencia de miedo o terror se transforma -típica de manifestaciones de lo divino- cambió radicalmente. Primero porque esta manifestación de lo divino no se da en el templo, ni en el monte santo, sino en lo profano, en la tarea de pesca diaria.

Todo esto no es fácil, pero sí profundo si sabemos situarnos en la mentalidad del Dios amor, porque el creyente sabe que ha sido infiel a ese amor, y esto da a su culpa un peso y una seriedad absoluta. Pero nada de hundimientos y falsas humildades y autodesprecios, porque sabemos que somos aceptados por Dios como somos, y en él encontramos siempre la misericordia que salva de toda indignidad y fracaso.

¡Que no! Jesús lo que nos dice es: “no temas, no tengas miedo de ser pecador y estar junto a mí”. En una palabra: tenemos mucha suerte porque sabemos que somos aceptados, comprendidos y amados incondicionalmente por este Dios revelado en Jesús. Dejémonos tocar por el misterio de Jesús.

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