Artículos

Aquellas escuelas. En memoria del Padre Manjón – Carlos Díaz

Don Andrés Manjón nace en la aldea de Sargentes de la Lora (Burgos) un 30 de noviembre de 1846 y muere en el 1923, Al final de su vida describe como sigue la escuela de su aldea, en la que estudió: “El Maestro de aquella lóbrega y angustiosa Escuela de Sargentes era, por aquellos tiempos, un vecino de Rocamundo, casado y con tres hijos, sin título alguno, de unos cuarenta años, alto, nervioso y escueto, muy enérgico, de cara tiesa, voz de autoridad con tono de mal humor y asomos de riña; quien sabía hacer letras, pero sin ortografía; leer, pero sin gusto, y calcular, pero en abstracto y, sólo con números enteros, hasta dividir por más de una cifra.

Para que los niños aprendieran a leer había unos carteles ahumados, y después el libro que cada uno se proporcionaba, siendo frecuente que los chicos llevaran las Bulas de Cruzada y Difuntos, y de manuscritos, las escrituras, testamentos, etc, antiguos, que les proporcionaban sus padres y abuelos.

También se estudiaba de memoria el Catecismo del padre Astete y el Resumen de Historia Sagrada por Fieury, pero sin que nunca se explicara ni obligara a discurrir y pensar en esto ni en nada de lo que se leía ni recitaba.

El señor Maestro se sentaba en un sillón magisterial, obra de sus manos, y allí fumaba (pues era un fumador impenitente), conversaba con cuantos venían a pasar el rato. Salía a tomar el sol y el aire a la calle, encargando a los muchachos que leyeran a voces, y si acaso el guirigay cesaba, él entraba furioso en clase, empuñaba las disciplinas, y a todos zurraba hasta ponerles las orejas encarnadas, con lo cual se renovaban los gritos, el Maestro desfogaba y se volvía a salir para airearse o solearse, según los tiempos.

No era nuestro Maestro manco ni flojo y con frecuencia iba al Monte de Sargentes, Ayoluengo o Rocamundo y a cuestas se traía maderas que labrar para hacer bancos, sillas, basares y otros muebles que labraba en la Escuela y vendía fuera. Estas faenas las hacía en mangas de camisa y junto a la ventana privando de luz a la clase.

También usaba escopeta y de cuando en cuando salía de caza, o simultaneaba ésta con la de leñador, y además era pescador de cangrejos con retel y a mano y tenía otros oficios.

En estas ausencias quedaba la señora Maestra encargada de la escuela y si había algún asomo de indisciplina, así como cuando no se repetía bien la lección de memoria o faltaban las cebollas de algún huerto, el señor Maestro usaba la palmeta, con la cual daba en las palmas de la mano y en las uñas de los niños, sin que jamás se rompiera el odiado instrumento, y eso que los buenos muchachos habían oído que cruzando las palmas con dos pelos la palmeta saltaba hecha pedazos.

Como la dotación era escasa, el señor Maestro reunía varios cargos y oficios, con los cuales medio vivía, pues era: Maestro de Escuela, Sacristán, Cantor, Campanero, Relojero, Barbero, Carpintero, Cazador, Pescador, Secretario, Amanuense y Lector de familias y soldados y el Factotum del pueblo, todo con letras mayúsculas y minúsculas retribuciones.

¿Cuánto ganaba, dirá alguno? De 8 a 10 reales, mal contados, salvo algunos regalitos de asaduras y salchichas cuando la matanza y de leche y requesones en tiempo de quesos y ordeños de las ovejas.

Pero mal que bien, iba viviendo y criando la familia, hasta que un simulado fusilamiento de un niño travieso fue ocasión de su cese”1.

Sin embargo, de esa escuela salió el luego catedrático de Derecho en la Universidad de Granada dedicando toda su vida a los gitanos, para los que funda las Escuelas del Ave María. Aquellos gitanos son descritos muy duramente por el Padre Manjón, obviamente no para zaherirles (si así hubiera sido, ¿cómo hubiera entregado a ellos su vida entera?), sino para rehabilitar su mísera condición formándoles y tratando de sacarles de las cuevas, en donde vivían como animales. Manjón fue un hombre de derechas, como su coetáneo Menéndez Pelayo, su amigo, pero de aquella derecha alarmada por el peligro del comunismo y del socialismo montaraz “cambiamundos y vuelcasociedades” (“cesarismo acivilizador”) tan emperegilado. Acivilamiento de la vida burguesa, podríamos denominarlo a la vista de su desarrollo hasta la actualidad. Todo eso pertenece a la historia, pero la dedicación intachable del fundador de las Escuelas del Ave María, perteneciendo también a la historia, la sobrepasaba. Solecismo histórico sería el negarlo.

No muy lejano ya el centenario de su muerte, mientras bendigo su existencia, me pregunto qué escuela tenemos hoy, tan subvencionada y tan infértil, tan acabada por tantos pisaverdes educativos, esas escuelas “que no miran dónde están el bien y el mal, sino dónde dan pan”2.

La historia da muchas vueltas, pero aquel niño, Andrés Manjón, salió de la horrible “escuela” de su pueblo dignificándola, no envileciéndola después de haber cursado sus estudios en colegios de pago. Hay tantos estériles humanamente, que bien se podría con ellos esterilizar todas las pandemias.

1 Manjón, A: Cosas de antaño contadas ogaño (Memorias de un Estudiante de Aldea). Imprenta-Escuela del Ave María, Granada, 1921. Edición Facsimil. Diputación de Burgos, Burgos, 2020, pp. 4-7.

2 Andrés Manjón: Condiciones pedagógicas de una buena educación y cuáles nos faltan. Patronato de las Escuelas del Ave María. (1897), Madrid, 1955, p.63.

Share on Myspace