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Normalidad y normatividad – Carlos Díaz

Los peores mitos son los que no saben que son mitos, por eso el mitómano llama mitómanos a todos los demás, lo cual ocurre en las mejores familias.

- Verdad exquisita, colega doctor. Entonces, ¿sería usted tan amable de decirme quiénes están fuera de todo mito?

- Los científicos, por supuesto.

- ¿Por supuesto? ¿Entonces no hay que demostrar lo que se nos da de antemano por supuesto?

- Es una forma coloquial de hablar, aunque no del todo, recuerde que lo que la ciencia supone es lo que epistemológicamente llama suppositum, es decir, lo puesto debajo de lo que está debajo, vale decir, la ciencia subyacente a la ciencia. Usted sabe que resulta ininsuponible de todo punto que la ciencia no esté debajo de todo lo suponible.

- Excelente rigor, señor doctor, es ciencia lo que se supone que es ciencia, y eso por principio. Entusiasma comprender la forma en que la ciencia falsa de los sacamuelas ha sido superada por una Metaciencia fundadora. Fuera de la Metaciencia salvífica, en resumen, no hay ciencia alguna. Contundente, doctor, bien se nota que ha estudiado usted en las mejores escuelas científicas. Seguramente con premio extraordinario, dado lo extraordinario de su lógica, tan superior a la lógica ilógica engañosa a la que se aferra el resto de los pobres mortales, errantes y bicéfalos como en el poema de Parménides…

- Bueno, en fin, yo, modestamente… Pero sí, sí, para qué vamos a negarlo, no nos engañemos. Ya que me lo ha preguntado, el jefe de mi laboratorio ha sido, como no podría ser de otro modo, el doctor Vladimir Ilich Ulianov, Su Máxima Eminencia, que a veces delega a regañadientes en su ayudante técnico José Stalin, de quien no se fía del todo con toda razón, pues ya le digo que la razón jamás le falta a mi Sabio Líder. Además, no contento con haber sido asaltador de bancos, el tal Stalin plagia sin citar al maestro, lo cual es una prueba evidente de su pertenencia al colectivo de quienes hurtan la propiedad intelectual privada de los medios de intelección.

¿Parménides dice usted? No, no, por favor, no me cite usted a ese filósofo burgués del siglo IV a.C., que como tal burgués sólo quería boicotear la ciencia venidera. Yo diría que cualquier suppositum de Parménides no pasó de ser un mero supositorio retroviral, jejeje.

- Interesantísimo. ¿Es usted creyente, doctor?

- Jajajá, no me ofenda, por favor, que mi paciencia científica tiene un límite. No me diga que no ha leído aquel librito de Kant, La religión dentro de los límites de la mera razón. Usted debería recordar que allí dice literalmente que la religión es el after dinst de la filosofía, el afán por introducir la revelación por el trasero de la razón. Kant era un reaccionario despreciable, pero en eso tiene al menos su gracia.

- ¿Y no resulta de este modo que la ciencia se convierte en una religión, con la cual practica el mismo after dinst que ella?

- Vaya, vaya; yo creo que esta conversación comienza a no dar más de sí. Mire usted, yo soy científico de pura cepa y poseo el arte de tener siempre razón, digan lo que digan los famosos creyentes, que siempre están intentando enredar y dar por detrás a la ciencia. ¡Lacayos capitalistas que defienden que los virus existen porque ignoran su carencia de carácter dialéctico!

- Pero es que yo soy creyente porque el mundo me ha hecho así, y no puedo tolerar la catarata de barbaridades y de peticiones de principio en que ustedes los materialistas incurren una y otra vez...

- No me joda, ¿cómo ha podido caer tan bajo?

- Alto, alto. También yo soy doctor en Humanidades y Divinidades por la Universidad Lateranense romana, donde somos tan pocos los aspirantes y tan exquisitos, que entramos en ella uno a uno y de lado, de ahí lo de lateranenses, le brindo la etimología porque seguramente usted de latín ni papa.

- No me puedo creer que eso exista todavía, lo que hay que oír...

- Pues entérese, no hay más maestro que santo Tomás de Aquino (entiéndame bien, no es que no fuera de aquí), cuyos discípulos nos llamamos tomistas de tomo y lomo, en atención a la gordura perimetral de nuestro santo Maestro. Tenemos a máxima honra, por otra parte, repetir literalmente cada una de sus ipsissima verba, que le hago el favor de traducir a continuación: sus mismísimas palabras, siempre todas ellas lo mismo, to mismo, to mismo, aunque por mor de la pureza evitamos la mala educación de Tolomeo (to lo meo, to lo meo).

- Es que no puede ser, no doy crédito a lo que oigo …

- No extrapole, doctor, no invada nuestro campo epistemológico, pues creditum es lo que se cree, y si usted dice no creer ha caído en la flagrante contradicción de no creer creyendo…

- Claro, claro, cómo voy a creer todo eso…

- Alto el carro, camarada; seré generoso con usted para rescatarle de su lacunaria epistemología. En efecto, leninistas y tomistas, además de tener nuestros respectivos perímetros sanitarios, tenemos en común la Ortodoxia Sagrada, lo que ustedes denominarían Santa Siberia para discrepantes, y lo que nosotros llamamos Santa Inquisición. En realidad entre dialécticos y analécticos nos llevamos tan mal porque nos llevamos muy bien, los dos queremos lo mismo, la Luz de la Razón.

Entonces me desperté sudoroso y angustiado, había dado una cabezada si querer queriendo en mi pobre facultad de filosofía complutense, donde un althusseriano bajito me llamaba loco por no ser creyente en quien fuera un loco de nombre Louis y de apellido Althusser, maestro absoluto antes de recalar de piquiátrico en psiquiátrico primero, y de tumba en tumba después, luego de estrangular dialécticamente a su mujer.

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