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Adictus – Carlos Díaz

Adictus fue el deudor insolvente que, por falta de pago, era entregado como esclavo a su acreedor​, y desde entonces, analógicamente, connota pérdida o disminución en la calidad de vida por no poder vivir libre sin el objeto de su adicción, lo mismo que los amos no podían vivir sin los esclavos, de los que dependían. El adicto necesita de forma permanente y compulsiva no solo consumo de cosas, de personas, sino incluso de sí mismo, a quien autoconsume y devasta. Su alegría está en su sufrimiento: que el suplicio pase hoy para reengancharse mañana al mismo suplicio.

El drogadicto ha renunciado al futuro, su enfoque es ciego. El enganchado a una adicción no sólo está enganchado a ella, está peor: encadenado, atenazado, sin salida; vive en el túnel espeso y oscuro sin indicatorio de salida. Él mismo ha devenido su propio reclusorio, él mismo es el final de su propia libertad. Exánime, el esclavo del fondo de la caverna, no controla su dependencia, sino que vive en función de ésta y, si trata de salir repentinamente de ella padece síndrome de abstinencia con fuertes problemas de ansiedad, mono, que consiste en que el organismo se prepara para la recepción de la sustancia y necesita aumentar su dosis para obtener los efectos deseados.

La morbilidad no es solamente un factor accidental que puede o no contraerse, sino un factor inherente al ser humano: el hombre es un animal enfermable o enfermo, y la única de forma de afrontarlo es no perderlo de visa rediseñando una escala de valores y su correspondiente escala de necesidades con mejores horizontes existenciales. La adicción pone de relieve el carácter fronterizo de la existencia humana, el riesgo permanente de vivir en la arista (Buber) cual corresponde a la neotenia y al carácter exploratorio y curioso del transgresor animal humano, a diferencia de la conducta animal pegada al instinto y estereotipada. Ese desequilibrio del equilibrista puede llegar a producir vértigo total. Tan peligrosa es la forma en que algunos asumen el riesgo de vivir, frenando y acelerando al mismo tiempo y siempre a toda velocidad, que no pocos de quienes viven en el límite recurren a sustancias paliativas para amortiguarlo, con lo cual no solamente no sanan, sino que agravan el mal originario, llegando a la autolesión. De ahí la esclavitud, de donde desaparecen la responsabilidad e identidad personal.

La dificultad de aceptar el misterio de la magnitud de la vida, su inagotabilidad, y por contrapartida el ansia de consumirlo todo a cualquier precio y ya mismo, produce amargura e infelicidad. Y entonces vienen las soluciones fáciles, rápidas, sin respeto del ritmo y la dificultad de la vida. No aceptamos al homo infirmis, enfermo, caedizo, caedizo, vulnerable (vulnus: herida), incapaz de mantener la abstinencia, en cuyo lugar se adopta el mito de Prometeo robando el fuego a los dioses, que no es sino el mito del progreso indefinido para ser como dioses. Pero al final Prometeo encadenado, conforme al título de la tragedia helénica.

Según la Guía del viajero galáctico de Douglas Adam, los habitantes de la galaxia solicitaron al superordenador Pensamiento profundo dar respuesta a la gran pregunta sobre la vida y el universo, pero tras una reflexión de siete millones de años y medio la respuesta fue 42, guarismo cabalístico que conecta el mundo de los números primos con la física cuántica a través de la hipótesis de Riemann, a su vez uno de los grandes problemas sin resolver. A tenor de este ejemplo, dos nos parecen ser las causas últimas y más importantes generadoras de esclavitud. La primera es la mala relación con el orden del tiempo. Quien no sabe cuidar su vida conforme al carpe diem tiene más probabilidades de morir por sorpresa. El pastorcillo jugaba con que el lobo iba a venir, y cuando vino diezmó a la manada: el lobo no es un tierno e inocente corderito. Juan sin miedo, por jugar con el fuego del tiempo, acabó abrasado por sus llamas, la angustia y del pánico. Como resultado del olvido de que la persona humana es una unidad diacrónica en la que el pasado y hasta el futuro posible afectan al presente; como ningún comportamiento queda impune, sino que lo hecho ayer y hoy pasa factura, a veces muy alta; como falta sabiduría de lo esencial, hay que recordar que una vez que una personalidad vulnerable desarrolla una adicción, cargará con ella durante toda su vida, aunque haya abandonado las conductas de consumo, olvido que se traduce en incapacidad para evitar recaídas.

La segunda es que el adicto deviene tal por su ansia ilimitada de apetencia, por su constante craving o Sucht de estimulación con alta dificultad de control, aún a pesar de las consecuencias adversas. Tan es así, que cuando logra controlar momentáneamente un apetito desmesurado, lo traslada a otro que antes no existía, dada su conducta de descontrol impulsivo, esa disfunción volitiva siempre desquiciada.

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