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Bautismo 2021 – Francisco Cano

Llamada a la unidad: Un Señor, una fe, un bautismo (Ef 4,2-7)

Siempre que escuchamos el Evangelio, no podemos olvidar que éste nace y va dirigido a la comunidad concreta a la que le habla, hoy a la nuestra.

A la iniciativa de Cristo resucitado, que “se deja ver” en las apariciones pascuales ofreciendo su gracia salvífica (irrupción de Cristo en ocasiones traumática, como en san Pablo), corresponde una transformación radical del sujeto, que es cuestionado por Cristo y acoge en la fe esta elección de Dios. Has sido elegido por Dios en Cristo gratuitamente. Tú, creyente, estás justificado y vives desde entonces la experiencia exaltante del bautismo y del Espíritu. Has renacido como criatura nueva, reviviendo la misma experiencia pascual de Cristo, al llegar a ser hijos de Dios en el Hijo.

Esta experiencia se expande necesariamente en la vida comunitaria, porque todos nosotros somos uno solo en Cristo (Gal 3,28). Esta es la experiencia de la comunidad profundamente histórica, tensa, imperfecta, con problemas pastorales que a veces hacen sufrir a la comunidad, como lo vemos en Corinto, pero vive en el misterio de Cristo, porque la comunidad es su cuerpo. Vivimos así nuestra experiencia comunitaria en la vida cotidiana de cada hermano que debe caminar en el Espíritu (Gal 5,25-9).

¿Qué puede significar para nosotros en la vida concreta de nuestra comunidad la celebración del Bautismo del Señor? San Pablo lo concreta: “Sed humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz, un solo cuerpo y un solo Espíritu como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos y está en todos. A cada uno se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo”. Se nos llama a mantener la paz, tanto corporal como espiritual, es decir, la unidad…

El bautizado confiesa que ha muerto con Jesús y se inserta, se injerta, en la entrega de Jesús hasta la muerte, como principio de reconciliación, y de este modo supera un tipo de lucha, de todos contra todo, propia del mundo que camina hacia la muerte. Esta tendencia a la ruptura ha de ser superada a través de un cambio interno y comunitario, o metanoia. Quien no supere de esta forma su violencia no puede ser cristiano.

El bautizado entra en la muerte de Jesús, de forma que deja de existir aislado y empieza a ser un grupo o comunión de renacidos en amor, no sólo en el Espíritu de Dios, sino en el agua, carne de la vida (1Cor 12,14). Porque el bautismo cristiano es revelación de Dios y de filiación, como el de Jesús, que escucha la voz de Dios que le dice: “¡Tú eres mi Hijo, en quien me he complacido!”, es un nacimiento en gracia y filiación divina. La filiación de Jesús ha llegado a todos los creyentes, integrados en su misterio de unidad: “derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad”. ¿Qué comunidad cristiana puede existir sin este vínculo de unidad y amistad hasta la muerte? El tema de fondo es el cumplimiento de la unidad de todos los hombres en Cristo.

Estamos llamados a ser una comunidad integral, abierta a todos los hombres y los pueblos de la tierra. En esta comunidad cristiana hay diversidad de carismas, entre los cuales san Pablo, en la Primera carta a los Corintios, inserta también la opción matrimonial y la opción por el celibato y la virginidad, y ofrece una lista de carismas derramados en la comunidad: el lenguaje de la sabiduría, la ciencia, la intensidad en la fe, el don de curaciones y de los milagros, la profecía, el discernimiento de las conciencias, la don de expresarse en diversas lenguas en formas místicas más elevadas, el ministerio apostólico, la asistencia a los pobres y otros. Pues bien, una comunidad vive en y desde esta diversidad de carismas, en la medida que cada uno ejerce el suyo. ¿Cómo se pueden cribar y verificar los carismas genuinos sin falsificaciones? Todos tienen su fuente en el Espíritu Santo, (nadie puede expresarse en formas opuestas a la fe), están destinados al bien de la comunidad (cada uno tiene un don particular para el bien común). Hay cierta jerarquía entre ellos, por ejemplo, la profecía no es otra cosa que la comprensión de los signos de los tiempos a la luz de la Palabra de Dios; y todos están unidos por el nexo supremo: la caridad.

Precisamente porque los carismas son heterogéneos y múltiples, podríamos actualizar esta riqueza del Espíritu con la enumeración de nuevos carismas que enriquecen el tiempo y nuestras comunidades, según los contextos étnicos, culturales y sociales. Y esto confirma la pluralidad de las vías espirituales auténticas que se manifiestan ininterrumpidamente en la Iglesia hasta nuestros días.

Los hombres sólo pueden existir y existen en comunicación, como seres que son conscientes de sí mismos en relación con otros (en Dios, que es la Comunicación Fundante y total, todo en todos (1 Cor 15,2), pues cada ser humano nace de otros y entrega su ser a otros, siendo así en y por ellos, en la memoria de Dios. El hombre es ante Dios, y ante sí mismo, un ser de “palabra”, y de esa forma existe, recibiendo y compartiendo la vida. Somos hombres que vivimos como seres de palabra compartida, y esta es nuestra identidad.

Jesús, en el momento en el que se le revela la identidad de Hijo del Padre, escucha la Palabra, asume ya que su vida no le pertenece, y entra en la obediencia de amor a su Padre. A partir de entonces hará lo que el Padre le diga o pida. ¿Cómo vivimos nuestro bautismo?

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