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Cagantropía - Carlos Díaz

Cuando yo era niño tuve por maestra a mi madre, una abnegada mater et magistra que se echaba a la espalda ella solita a los cien parvulitos de aquella escuela cagona, que contaba con una “maestra” auxiliar que aseaba a los infantes para los cuales parecía paripintada la canción “por adelante lo tengo mojadito, por atrás se me sale el pastelito”, efectos  todos que recogía la buena “auxiliar”, para devolver aseados y más bonitos que un sanluis a los menores que se habían hecho todo encima.

En aquella época los niños podían ejercer sus necesidades, claro, pero no pronunciar las terribles palabras cacofónicas y  pecaminosas tales como culo, caca y pis, severamente censurados por las pituitarias de la victoriana sociedad de in illo tempore. En eso hay que reconocer que las cosas no han cambiado mucho, pues los vocablos malsonantes aún se resisten a aparecer en los diccionarios convencionales, incluidos los vocabularios de sinónimos y de antónimos. Lo que sí ha cambiado totalmente es la sociedad que todo lo salpica de mierda a tiempo y  a destiempo.  

No sé si son  galgos, o podencos, como tampoco si son cagones o están cagados, pero huelen, apestan, hieden. Apenas han dejado atrás el jardín de infantes, a partir de ese momento cuanto más crecen  más airean sus excrecencias y más dispuestos están a eventrar sus hediondos esfínteres anales disparando el tor/pedo, ahora también por la boca. Así que al ingresar en primaria lo primero que hacen y lo más primario los mozalbetes es cagarse por su boquita de rosa. Antes padecían ese flujo hemorroiso únicamente los hombres adultos malencarados, pero ahora por aquello de la modernidad y del género, contamos con más participación cagocrática. Hay cagadas para todos los gustos, algunas aún mayores que los grandes cagarrones de las vacas, sin que por ello hayan mermado las boñigas de los caballos, las cagarrutas, ni las bolas de los escarabajos peloteros. La cagaste, Burtlancaster, pero mugrón no significa “trozo o pedazo de mugre”, hijo mío.

No sé si todos conocen las diferencias conceptuales existentes entre heces, deposiciones, excrementos, orines, estiércoles, pero a juzgar por el gustillo con que son publicitados a mansalva sospecho que toda esa ensalada encanta hoy a los coprófagos o comemierdas para mejorar el vigor de su animalidad, muchos de los cuales lucen sabrosos jamones por gracia de su ingesta, aunque en algo llevan razón, y es que en España habría que hacerle un monumento al cerdo.

Pero, siendo así que lo que se come se caga, a tenor de la pléyade de cocineros y de cocinillas el verdadero problema es que a este paso no va a haber evacuatorios suficientes. La marea de algunos cerdántropos que siempre tiene la mierda y los orines en la boca, ya sea en forma de grandes blasfemias, de cagarrutones, cagarrutas,  o diarreas, nos inunda, más abundante aún que el agua que se desprende de los glaciares fundidos. Qué afición a comer mierda para luego evacuarla por las orejas, tío, güey, colega, carnal. Las formas coprofágicas son lo único que en esas gentes funciona gracias a la permanente ocupación de sus cuatro estómagos desde la fase oral hasta la fase anal: cuando hablan la cagan, y cuando cagan expresan su más profunda identidad.

Estoy ensayando un nuevo árbol de Linneo Cagoneo, cuyos dos extremos van a ser el homo labilis diarreico y el hobo habilis cagado. El primero es el mono desnudo que domina la diarrea más que un vasco: con diarrea contra todo lo divino y sagrado se acuesta, con diarrea contra todo lo divino y sagrado se levanta, y ni con un bozal se calla: los perros son un amor, sus heces un riesgo. En la antítesis del homo cagans o cagántropo está el cagueta homo gallinensis, que no habla ni aunque le den permiso, pues ¿quién plantaría cara (o culo) al coprófago en este mondo  cane donde tantos llevan el rabo entre las piernas para ocultar la pérdida de sus atributos de fuerza?

De todos modos, quiero presentarles una excepción.  Se trata de Cagachín, un vistoso y polícromo pajarito al que todavía no han engullido las voraces cotorras alienígenas, que tampoco cantan malas rancheras a la hora de ensuciar el asfalto dejándolo como pista de patinaje. Caso distinto es la frecuencia del chorreo de esas infectocontagiosas ratas citadinas llamadas palomas que a mí me persiguen con más furor que Catilina al César, razón por la cual tengo prohibido en mi testamento la erección de estatua o monumento votivo alguno en mi honor.

Pero dudo mucho que de todo esto nos vayan a sacar las colonias baratas de Mercadona publicitadas por los cantantes españoles de Operación Triunfo, que son una mierda: el triunfo de la mierda. Yo prefiero al torero Cagancho saliendo a hombros de los aficionados por la puerta grande de la plaza de  Almagro: eso sí que era cagar ancho.

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