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El humanismo impugnado - Carlos Díaz

“Entiendo por humanismo el conjunto de discursos mediante los cuales se le dice al hombre occidental: ‘si tú no ejerces el poder, puedes sin embargo ser soberano. Aún más, cuanto más renuncies a ejercer el poder y cuanto más sometido estés a lo que se te impone, más serás soberano’. El humanismo es lo que han inventado paso a paso estas soberanías sometidas que son: el alma (soberana sobre el cuerpo, sometida a Dios), la conciencia (soberana en el orden del juicio, sometida en el orden de la verdad), el individuo (soberano titular de sus derechos, sometido a las leyes de la naturaleza, o a las reglas de la sociedad), la libertad fundamental (interiormente soberana, interiormente consentidora y ‘adaptada a su destino’). En suma, el humanismo es todo aquello a través de lo cual se ha obstruido el deseo de poder en Occidente -prohibido querer el poder, excluida la posibilidad de tomarlo-. En el corazón del humanismo está la teoría del sujeto, en el doble sentido del término. Por eso el Occidente rechaza con tanto encarnizamiento todo lo que puede hacer saltar ese cerrojo. Y ese cerrojo puede ser atacado de dos maneras: ya sea por un des-sometimiento de la voluntad de poder (es decir, por la lucha política en tanto que lucha de clase), ya sea por un trabajo de destrucción del sujeto como pseudo/soberano (es decir, mediante el ataque ‘cultural’: supresión de tabús, de limitaciones y de separaciones sexuales; práctica de la existencia comunitaria; desinhibición respecto a la droga; rupturas de todas las prohibiciones y de todas las cadenas mediante las que se reconstruye y se reconduce la individualidad normativa. Pienso sobre esto en todas las experiencias que nuestra civilización ha rechazado o no ha admitido más que como elemento literario”1.

En esa apología de la droga, y en ese sexo sin barreras, en esa exaltación de la anomía o ausencia de normatividad y de todas las prohibiciones entendidas como cadenas, en todo ese bodrio deconstructor sin nada que lo sustituya excepto la bestia, desgraciadamente ha sido nutrida la peor época para la inteligencia humana, a saber, la del mayo del 68, a la cual se han agarrado todos los engañabobos sin escrúpulos de los jóvenes (hoy ya ancianos o criando malvas).

No fue sólo Michel Foucault el que prometió el poder del no poder apuntando hacia la falsa anarquía burguesa con sus ideas de-generadas, es decir, sin orden, siempre salidas de género, de cauce o de madre. Fueron casi todos los aureolados en distinto grado en sus respectivas especialidades de la desvencijada Europa y de la embrutecida Norteamérica: Carl Rogers con su egocentrismo hedonista, Fritz Perls con su desescolarización y su rusonianismo, y otros tantos exhibicionistas narcisistas. Fueron muchos los émulos y los émulos de los émulos los que metieron el veneno en la sangre, aunque eso sería mucho decir, pues los doctrinos no tenían gota inteligente de sangre alguna sobre la que transfundir nada, y en sus cerebros sólo serrín y orines. Ellos, los seductores, hicieron la tarea sucia de montarse en el carro de los seducidos (los mayistas desmayados) y de sentar cátedra en sus gansos. Al fin y al cabo, la burguesía académica siempre va a la suyo, toda una impostura en esa falsa casualidad circular del crimen perfecto: los alumnos (por así llamarles) gansos hablan por las bocas de ganso de sus maestros, y el maestro ganso habla por la boca de ganso de sus alumnos, todo un ejercicio de ventrílocua.

Y mientras tanto, ¿qué hicieron los humanistas tachados de pervertidores y de enemigos de la humanidad por tales señoritos? Pues leer a Foucault y compañía. ¿Algo más? Yo no tengo anotado nada más en mis cuadernos de ruta. ¿Qué ha quedado al fin? Lo que nos merecemos. ¿Tendrá algún futuro el antihumanismo de estos inhumanistas resentidos y sin propuesta, fuera de su retórica? No sólo futuro, también tienen el presente: están en las discotecas o antros, en las playas, en los partidos de futbol, en la joie de vivre echando la pota y los virus infectados, siempre junto a las alegres comadres de Windsor.

Mil veces he oído a los papás decir: “Nosotros queremos tanto a nuestros hijos, que lo único que nos importa realmente es que sean felices”. Pues ya lo son, ustedes han llenado las líneas del cartón, y luego la totalidad del mismo. Ya pueden cantar bingo hagan juego.

Cuando la vileza es premiada, cuando la patria pone medallas y prende condecoraciones a los torturadores, a los asesinos, a los taladores de bosques, a los traficantes, entonces hay que olvidar la justicia absoluta dentro y fuera de la revolución. Cómo duele creer que se habría podido llegar a algo cuando no se ha llegado a nada, y qué poca intensidad alcanza el sufrimiento del tú, sobre el que se erigen preciosas teorías esquizofrénicas: “Cuando a Kant le llegaron las primeras noticias sobre la revolución francesa, parece que cambió desde entonces su paseo habitual. También los filósofos de nuestros días perciben las brisas del alba, pero no las favorables a la humanidad, sino en favor del repugnante reino de los fantasmas de su metafísica”2. Aquí lo que nos importa es el pequeño reparto, y la simulación. Cuando estás de visita en casa de un amigo y le llaman al teléfono, de vez en cuando recibes una penosa impresión. Mientras contesta con voz amistosa al interlocutor que está al otro lado, al mismo tiempo te hace señales de impaciencia como para mostrarte cuán pesada y molesta es para él la conversación. La voz complaciente que has oído en situaciones similares puede ser la misma burla sobre ti.

Dicen que la sinceridad es impune, y que el comportamiento libre y abierto es un privilegio de los millonarios. Dos poetas arruinados fueron a ver al riquísimo rey tirano en demanda de ayuda, pues se morían de hambre. El tirano les acogió con gusto y les prometió lo solicitado. Cuando regresaban, uno de ellos pensó en la injusticia del tirano y repitió la conocida acusación del pueblo contra él. ‘Tú eres incoherente, manifestó el otro. Si piensas así, deberías continuar pasando hambre. Quien se siente unido a los pobres tiene que vivir como ellos’. Su camarada quedó pensativo, le dio la razón, y rechazó la pensión del rey tirano. Finalmente acabó muriendo. El otro, después de algunas semanas, fue nombrado poeta de la corte. Ambos fueron coherentes y ambas coherencias favorecieron al tirano. La universal prescripción moral de la coherencia parece que tiene su propia peculiaridad: que es más favorable a los tiranos que a los poetas pobres”3.

1 Foucault, M: Microfísica del poder. Ed. La Piqueta, Madrid, 1978, pp. 54-55.

2 Horkheimer, M: Ocaso, Ed. Anthropos, Barcelona, p. 103.

3 Ibi, p. 110.