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Trinidad 2020 - Francisco Cano

«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, comunidad de amor en quien creo» (P. Comunidad Asís).

¿De qué hablamos? ¿De Dios sólo? Miles de libros en todas las bibliotecas del mundo hablan de Dios; menos son los que hablan a Dios.

¿A quién ponemos en el centro? ¿A Dios? Teocentrismo. ¿Ponemos sólo al hombre? Antropocentrismo. ¿Son dos rivales competidores? A lo largo del último milenio hemos sido testigos del hecho de que a un teocentrismo aplastante ha respondido un antropocentrismo unilateral. Estas pendulaciones no se compaginan con la verdad de esta relación. El misterio de la Trinidad tiene mucho que aportar a los tiempos que nos toca vivir, porque si consideramos que la creación del hombre es la participación que se le ha dado en el amor del Padre en el Hijo, posible por medio del Espíritu, desaparecen todo los miedos a un Dios que aplasta. Podemos pasar por la vida sin conocer a Dios.

¿Estamos ante el misterio de Dios o ante el misterio del hombre? ¿O ante el misterio del hombre que queda iluminado por el misterio de Dios?

Ante esta dicotomía san Pablo nos llama espirituales, y somos espirituales gracias a la participación en el Espíritu, pero no gracias a la privación o eliminación de la carne. Dios se hizo carne (Και ο λόγος σάρξ εγένετο, Jn 1,14): todo Dios es carne y toda carne es Dios, carne llamada a la transformación gloriosa de los hijos de Dios. Esto es una locura, evidentemente: locura del amor de Dios, y desde entonces no hay posibilidad de separar a Dios de la carne, ni la carne de Dios. Necesitamos inteligencia amorosa. No cabe en la fe cristiana ni antropocentrismo, ni teocentrismo enfrentados, competitivos: son inseparables. Quien conoce al hombre conoce a Dios y quien conoce a Dios conoce al hombre; conocimiento que viene dado por el amor. Solo conoce quien ama.

Al otro se le conoce amándolo; amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado. Tú ves la Trinidad si ves la caridad, la razón la da el mismo san Juan: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor». San Agustín lo explica así: «Dios es amor, ama a Dios el que ama el amor y es necesario que ame el amor el que ama al hermano» (San Agustín, De Trinitate 8,8,12).

El hombre es misterio. El hombre es una unidad, y la fragmentación interior le causa un sufrimiento inmenso. Decimos que Dios es unidad, convivencia, relación, comunicación y don de sí mismo: es comunidad.

En el hombre, junto a esta misma exigencia de unidad, está la comunicación consigo mismo, con los demás y con lo creado, está la comunidad. Sí, uno de los sufrimientos más feroces se da en el mundo de las relaciones. El hombre sufre a causa de las relaciones no sanas, no íntegras, estamos en el campo de las relaciones amorosas.

Esta es la alegría de la vida, son los amigos, son los momentos de creatividad y de amor. La pregunta sobre el hombre no puede agotarse en la esfera pensada de modo conceptual. Soy creatura amorosa, soy amado por Dios.

Cuando hablamos, no de Dios, sino a Dios, lo hacemos a un Padre, pero la relación es de hijo, con un Padre que es Dios creador y salvador, y contemplando a Dios uno y trino contemplamos también al hombre, porque Dios se revela con una radical orientación de amor hacia esa misteriosa criatura que es el hombre. Yo he sido llamado a la existencia como interlocutor de Dios, por esto la comunicación es la verdad más profunda del hombre. La verdad del hombre está en Jesucristo, hemos sido creados a imagen y semejanza del Hijo, y en el Hijo Jesucristo.

Todo se realiza en la vida del hombre a través del amor, porque el núcleo esencial de la persona hay que buscarlo en el amor y el amor no existe sin la reciprocidad. Por esto el hombre, como creación por la participación del Espíritu Santo en el amor de Dios uno y Tripersonal, es imagen de Dios.

Son las relaciones las que determinan y definen a las Personas. Cuando esto no se da vivimos en perversión radical, porque estamos en la autoafirmación y en el egoísmo, satisfacción egoísta, amor pervertido. El amor propio es la perversión del amor que encierra en la propia naturaleza todo lo absoluto de la vida. ¿Qué es lo absoluto?

En una palabra: Cristo no podría pedir como primer mandamiento el amor si en esto no se encerrase la verdad fundamental del hombre. Sin esto corremos el riesgo de tratar a las personas como meros objetos. Los pobres, los minusválidos, los que tienen su cuerpo deformado, son personas, también han sido adoptadas como hijos en el Hijo.