Reflexiones desde un punto de vista personalista comunitario.

Ya lo tengo: para verdaderos liberales, los socialdemócratas; para verdaderos socialdemócratas, los socialistas; para verdaderos socialistas, los comunistas; para verdaderos comunistas, los anarquistas; para verdaderos anarquistas, los liberales. El mismo rosario circular y vuelta a empezar, ahora de forma descendente: algunos socialistas pueden ser socialdemócratas; algunos socialdemócratas pueden ser liberales; algunos liberales derechistas pueden ser centristas; algunos centristas pueden ser derechistas; algunos derechistas pueden ser socialistas, y dale que te pego: al final todo queda bien socarrado en el mismo tostadero. La verdad es que, visto lo visto, me maravilla la capacidad de eso que llaman pueblo para ver diferencias y acudir a las urnas como corderitos al matadero y con la misma partitura de siempre, pero sigue valiendo aquello de Rousseau: «Los nómadas del desierto utilizan cien palabras diferentes para designar el mismo camello». A falta de gramática, a votar.

Aunque no dando el parte de victoria de Franco desde Burgos, aquí estamos a uno de septiembre de 2020, con salida para Madrid el día 2. Nuestra casa en Madrid colinda con los Carabancheles y con Usera, lo cual significa que ‘limítrofamos’ con el máximo peligro de muerte. Después de dos meses no sé si podré como antes pasear por la orilla del Manzanares, ni si se habrá terminado la demolición del club de Gil&Gil, ni cómo irá la construcción del nuevo edificio situado frente a casa, donde hasta ahora tenía su sede Prosegur. Tampoco estoy completamente seguro de que yo mismo regresaré igual que era: era Heráclito.

Lamentablemente, por cuestiones de tiempo u otros motivos, pocas veces he tenido el gusto de parar las demás actividades para sumergirme en la lectura del género policiaco, que no es el de la literatura negra (con perdón), así que el tiempo que me he regalado al efecto al final de verano me está sabiendo a gloria. Bendito Burgos y benditos los anaqueles donde aún se ocultan perezosamente libros que no había leído.

Amando de Miguel, a quien leo desde tiempos muy antiguos, es un grandísimo sociolingüista. No sólo sabe mucho, ni sólo piensa bien, ni sólo divulga bien, ni sólo posee un gran sentido del humor, sino que mima el lenguaje con pudor, pues de su pluma sale siempre decencia léxica en medio de un ambiente tan cochino en cuanto se refiere a la escritura. Amando de Miguel limpia, brilla y da tanto esplendor, que me abochorna ver en los sillones de la Real Academia a personajes como –y no es el único– J-L Cebrián, y constatar al propio tiempo que el de Amando de Miguel está vacío.

Mucho de lo que se escribe es basura de resonancia, y lo mismo les ocurre a los mensajes de los medios masivos. Hay expresiones como el galicismo poner en valor, calcado de mettre en valeur, o directamente estúpidos, como que algo que se ha vuelto viral, expresión anterior a la pandemia viral y que tal vez la haya desencadenado como justo castigo. De los anglicismos mejor no hablar, pues a este paso el español va a terminar siendo spanglish tex-mex: ahí tenemos con gran éxito comunicativo a los influencieros y las influencieras, o sea, a los influencers descerebrados, raperos monorrimos que gozan de seguidores de una sola idea, los nuevos cerebritos a falta de intelectuales, de maestros, o de gentes bien preparadas.

La fortuna me ha llevado desde hace muchos años a un excelente trato con los Hermanos de la Salle, que siempre obsequiosos me regalaron su Guía de las escuelas. El anacrónico lector que no tenga en cuenta que esta obra apareció en 1720 se mofará de lo que viene a continuación y hasta pondrá el grito en el cielo (o en el infierno, que le gusta más) pero, sin negar el rigorismo excesivo, dictatorial, y represivo de la pedagogía de aquellos tiempos, yo quiero también resaltar el infinito amor, la suma dedicación y la convicción de los docentes lasallianos. Hoy los tiempos han cambiado, casi no existen hermanos, sino laicos que hacen lo que pueden.

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